28 de febrero de 2007

Vocación.

Uno de mis primos llega para solicitar mi ayuda con una de sus tareas académicas. Él está estudiando Comunicación Social en una prestigiosa universidad, pero algunas materias y asignaciones escapan a su comprensión. Ahora le toca redactar el formato de una crónica de opinión y pide: "¿Conoces algún personaje famoso sobre el que podamos escribir?". Por supuesto, ha detallado las tres fotografías que mantengo en mi escritorio: tres mujeres que me sirven de inspiración literaria; mis musas, pues. En blanco y negro, los rostros de Marguerite Duras, Anaïs Nin y Virginia Woolf parecen intemporales y eternos. "¿Quiénes son esas viejas?", pregunta él, al mismo tiempo que no puedo evitar poner los ojos en blanco.

J. J. es un adolescente promedio; un adolescente homosexual promedio. Ha escogido estudiar periodismo porque le parece chic e interesante; pero no lo hace por vocación. Es un joven soldado, cuyas armas serán las letras y al que no le gusta, paradójicamente, leer el periódico. ¿Pudiera existir mejor contradicción? En realidad, no le gusta leer, escribe lo necesario (en clases) y no se siente motivado a explorar la corriente artística de nuestro país. No obstante, estudia para convertirse en periodista. Se encuentra anclado en una edad en la que prefiere saltar de una relación a otra, trasnocharse en las discotecas y descargar música de la red.

Su completo desinterés me tomó desprevenido. Sin imaginárselo, propició incandescentes pensamientos en mi memoria. Recordé el principiante amor que sentí por la palabra escrita y las consecuentes decisiones que me vi obligado a tomar por sugerencia familiar. En ese entonces, Administración de Empresas Turísticas era la carrera adecuada en un país tropical y con una infraestructura en pleno desarrollo. Escribir nunca fue una opción rentable. Era cuestión de sentido común. Nada más. Sin poder evitarlo, me vi reflejado en este muchacho desgarbado sin orientación definida.

¿Con qué sueña J. J.? ¿Qué es eso que en el fondo lo motiva? ¿Qué persigue?... ¿Acaso lo sabe? Resulta abrumador contabilizar la cantidad de seres humanos que transitan por esta vida sin prestar atención a su yo interno; entes anónimos insatisfechos por el día a día que les toca vivir. Algunas veces parece una tarea difícil descubrir lo que de verdad nos ilumina, aquello que enciende nuestra chispa divina y nos impulsa a redescubrir nuevos horizontes... Me pregunto cuánto tiempo le tomará a mi primo... si es que alguna vez lo hace.

26 de febrero de 2007

Inspiración.

"...escribir, escribir y luego escribir algo más, y nunca permitir que el cansancio, la falta de tiempo, el ruido, o cualquier otra cosa, me desvíe de mi camino".
L. Ronald Hubbard.
Me he sentido ausente, atrapado entre mis propias páginas internas; buscando una absolución literaria para mis demonios particulares. Pero persevero... y es lo que importa.

9 de febrero de 2007

¡Cumpleaños Feliz!

33 años. Treinta y tres años. Hoy es mi cumpleaños. En términos de longevidad no parece mucho, pero reconozco que resultan muy significativos para mí. Termino de consolidarme dentro de lo que muchas de mis amistades definen como "adulto contemporáneo"; pero, ¿qué es eso? ¿Cómo definirlo? ¿Cómo se caracteriza esa transición entre tardía juventud y temprana madurez? No lo sé... pero me arriesgo a averiguarlo.
Si me permito realizar un balance existencial a estas alturas, descubro que no puedo quejarme. He hecho lo que he querido, he intentado perseguir mis sueños, he luchado por mantenerme fiel a mí mismo y, lo más importante, siento que aún no he hipotecado mi corazón. No obstante, cumpliendo 33 años vagando por esta tierra: ¿quién soy?
Soy un homosexual convicto y confeso. Me enamoré por vez primera siendo adolescente, que es cuando resulta más turbulento y tormentoso; ofrendé mi virginidad sexual a quien fuera mi primer amor y con él proseguí mi escabroso aprendizaje durante los siguientes diez años. No fue una relación perfecta, mucho menos idílica; pero reconozco que me sirvió para evolucionar y aprender como ser humano sentimental. De hecho, a esa pretérita sombra deberé eternamente la chispa literaria con que di inicio a mis clandestinos diarios. Con él descubrí la pasión, el deseo, la lujuria y su contraparte: las lágrimas, la depresión, el sacrificio y el dolor. Pero insisto: no me quejo, estoy aquí. No me arrepiento.
Las convulsiones se efectuaron no sólo dentro de mi corazón; tuve que desperdiciar varios años para poder descubrir que la fuente de mi felicidad reside entre las palabras escritas. Comencé estudiando Antropología, luego Psicología y terminé graduándome en Administración de Empresas Hoteleras. Incluso tuve la oportunidad de trabajar para una prestigiosa cadena internacional, sólo por poco tiempo, el suficiente para descubrir que me ahogaba entre tanta férrea disciplina y horarios agobiantes. Hizo falta mucho valor para ariesgarme a renunciar a un estilo de vida preestablecido e intentar perseguir mis aspiraciones literarias. ¿Una locura? No lo sé; lo único que tengo seguro es la aceptación propia de perseguir un sueño, una utopía, una fantasía narrativa que me llena mucho más allá de la comodidad económica. De eso tampoco me arrepiento.
Después de mi primer amor, se sucedieron otros amores no menos significativos, aunque ninguno permanente. Me acostumbré paulatinamente a la soledad. Una soledad creativa, enriquecedora, cómoda y flexible. Aún sigo creyendo en el amor, sólo que ahora mis escogencias se han simplificado en la medida en que se han vuelto más delimitadas. Sé quién soy, por ende sé ya lo que quiero y cómo lo quiero. Atrás han quedado las experimentaciones pueriles y estériles que sirvieron para aclarar mi perspectiva. Sí: estoy solo, pero no me siento solo. Aquí, por supuesto, no cabe el arrepentimiento.
Mis círculo de amistades también se ha contraído. Ahora me rodean personas interesantes, luminosas, positivas; hombres y mujeres que me regalan una diversidad de matices que va más allá de su color de piel, su escogencia sexual y su cuenta bancaria. Son seres humanos con quienes he escogido compartir mi tránsito, mi desplazamiento corporal por esta vida. Estoy orgulloso de ellos. ¿Cómo arrepentirme?
Si lo tomo con calma y observo hacia atrás, descubro muchas decisiones tomadas, almas dejadas en el camino, amores traicionados, ofertas tentadoras y experimentos fallidos; pero cada una de esas encrucijadas me ha traído hasta esta noche, cuando escribo estas líneas. Es probable que pudiera haber hecho algunas cosas de manera diferente, pero estoy satisfecho con el resultado. Barbra Streisand alguna vez dijo que para poder saber hacia dónde vamos tenemos que averiguar de dónde venimos... Bien; mi senda ha sido turbulenta porque buscaba la paz de corazón, de espíritu y de mente. Ciertamente no estoy muy seguro de descifrar lo que me espera más adelante, pero sé que lo más difícil ya quedó atrás. Me siento contento, satisfecho, esperanzado y lleno de ilusiones renovadas.
Doy gracias por lo que tuve y por lo que no tuve; agradezco lo que tengo y lo que no. Tengo fe en esperar lo mejor... Sé que no me voy a arrepentir.