27 de mayo de 2007

En pie de lucha.

La verdad es que he tenido que suspender el escrito que pensaba consignar hoy aquí. Decidí suplantarlo por una breve nota para elevar mi voz en defensa de la libertad de expresión que se cercena hoy en mi país. Entiendo que para muchos de ustedes significa sólo un murmullo aislado: un grupo de personas protesta en un mínimo país latinoamericano porque lucha por decir lo que piensa y que es reprimida por el simple hecho de disentir.

Ustedes viven en sociedades pluralizadas donde no les resulta familiar el desencanto que ahora vivimos; lo entiendo y lo celebro, pero para nosotros, los que vivimos en Venezuela, la realidad es otra. Sólo les pido un poco de comprensión y apoyo para mis compatriotas.

Trataré de mantenerme al día con mi blog, pero no me avergüenza escribir aquí que me siento impotente, indignado, frustrado y menospreciado. La realidad interna que vivimos es muy diferente a la que se percibe desde la comodidad de sus hogares en el extranjero. No obstante, no me quejo: entiendo que como pueblo, nos toca el turno de luchar por nuestras libertades, a solas. Esta nota no pretendía ser política, nunca he querido mezclar mis escritos con ello; pero quisiera que entendieran mi derecho a expresar mi voz.

Agradezco su apoyo, solidaridad y lectura.

Espero que podamos leernos, de nuevo, muy pronto.

20 de mayo de 2007

Él.

De mi diario manuscrito…

"Vamos a tomarnos un jugo", decide él, dueño por entero de la situación.
Yo acepto.
Acepto porque sí, porque no tengo otra opción, no existen alternativas; como si estuviera
preso dentro de un mundo onírico, ni siquiera se me ocurre sopesar otras posibilidades. Él, el macho, toma la iniciativa; y yo lo sigo, en silencio.
Pero no se imagina que internamente sonrío.


Me siento atrapado, debo reconocerlo, aunque no obsesionado.

El recuerdo de nuestro último encuentro me acompaña, superponiéndose a la cascada de reminiscencias que de continuo provoca. El lugar donde nos conocimos; la serenata que me ofreció por mi cumpleaños; los viajes nocturnos por la sabana, en rústica cacería; los toros coleados… Tanto, en tan poco tiempo. ¿O acaso me confundo? ¿Ha sido tanto? ¿Es poco el tiempo?

Añoro su sonrisa traviesa, sus ojos entrecerrados al reír, la tonalidad pálida de su piel, el porte recio y varonil; todo. Me siento enamorado de un sueño, una fantasía, un espectro proyectado para amalgamar mis deseos; pero dudo en reconocer este enamoramiento. No puedo hacer más.

Y él no es mío. Es un hombre casado.

¿Contradictorio? ¿Una vergüenza? ¿Un pecado? Quizás; pero ya hace mucho que dejé de preocuparme por los convencionalismos. Ahora sólo importa lo que él (sin poder remediarlo, sin saberlo del todo) provoca en mi cuerpo, evoca en mi mente y convoca en mis sentidos. Es una pasión flamígera, imprudente e irracional. Pero, ¿cuándo un deseo ardiente ha visto la realidad tal como es?

Él nada sabe sobre este sentimiento repentino que suplanta todo lo vivido. No se lo he dicho. Tal vez sea irresponsabilidad de mi parte. No obstante, lo único que importa es lo compartido, la simbiosis secreta y taciturna que hemos desplegado. La pasión clandestina resulta más fuerte, más intensa… y más peligrosa, a nivel emocional: lo reconozco.

Es poco probable que el autor de mis tormentos esté del todo ajeno a lo que enciende en mis entrañas. Establecemos un lenguaje simbólico, gestual y bidireccional que ambos interpretamos sin lúdicas confusiones. Cuando digo que él nada sabe, me refiero a la certeza de la confesión. Pero estoy seguro de que ha sabido leer más allá de mi lenguaje corporal.

Aún así, permanece allí: viril, sereno, incólume, sonriente.

En alguna parte he leído que todos los seres humanos nacemos predeterminados hacia la bisexualidad, sólo que la pacata sociedad se encarga de establecer parámetros disímiles entre mente y cuerpo. ¿Sería posible que su anuencia se deba a algún recóndito rastro de atracción homosexual? No lo sé.

Sólo sé que él continúa allí. Atento. Deferente. Solícito. Reservado.

Múltiples fantasías pueblan mis noches. Ignoro hacia dónde me dirijo.

Pero él no se imagina que internamente sonrío.

6 de mayo de 2007

La señora Dalloway latina.

"Oh what snobs the English are. How they love dressing up".
Mrs. Dalloway.
Virginia Woolf.
Nunca sabré si su día comenzó con la idea de comprar las flores ella misma, pero sí sé que estuvo plagado de múltiples decisiones banales para poder ofrecer una cena tan memorable y placentera. Mi querida amiga Rosaxna cumplió años y decidió ofrecer una íntima comida en su casa, al aire libre.
Puedo imaginarla batallando con los encargados de las mesas y las sillas, con el cocinero que se encargaría del menú, las diferentes llamadas telefónicas para confirmar la asistencia; la visualizo perfectamente discutiendo los últimos detalles referentes a la decoración, la distribución de bebidas y la música. Ella puede quejarse todo cuanto pueda (y quiera), pero es incuestionable que se encuentra en su elemento: distribuye, planifica, ejecuta, supervisa; y más aún en esta fecha, su propio cumpleaños. Lucha por ser una anfitriona ejemplar.
La noche se presenta no tan calurosa, a pesar de la época en la que estamos. He decidido llegar no tan pronto, tampoco muy tarde, lo suficiente para encontrarla desplegando sonrisas y prestando atención a los detalles; nada puede salir mal, no hoy. Es así como compruebo que mi apreciación no estaba equivocada: contemplo una versión latina de la mítica señora Dalloway. Es su noche, es su cena; y el éxito descansa precariamente sobre un delicado tinglado de conveniencias sociales.
No deseo brindar la impresión de que mi amiga sea tan superficial, pero reconozco que el círculo de amigas que la rodea se preocupa más por prendas de vestir que por la masacre diaria en Irak. Son mujeres (y hombres) que disfrutan de estas periódicas escapadas para reír despreocupadamente, comparar modelos de teléfonos celulares y planificar próximos encuentros. Han nacido así, han crecido así, interactúan con personajes similares y privilegiados, y es probable que partan de este mundo de la misma manera: sin traumas, sin lamentaciones. ¡Qué gozo! ¡Qué delicia!
Y ellos disfrutan intentando olvidar por unas horas que vivimos en un país lleno de miserias, con un presidente poco responsable que se preocupa más por figurar en el exterior que por ocuparse de las carencias que enajenan la nación que se jacta de gobernar. Esta noche no existe el desempleo, la creciente delincuencia, la corrupción vergonzosa ni los atropellos arbitrarios en contra de lo que alguna vez fue una de las democracias más sólidas del continente.
Pero he allí que Rosaxna ha triunfado: la cena ha quedado perfecta y el vino es inmejorable; la conversación fue rica y chispeante, permitiéndonos a todos coincidir en la maravillosa velada que hemos compartido. Quizás mañana nos toque, de nuevo, lidiar con las realidades postergadas; pero, por esta noche, la señora Dalloway ha triunfado en su cometido.