29 de marzo de 2009

Los personajes secundarios.

Julio César me sonríe desde el otro lado de la habitación. Yo imito su gesto y me acerco entre la animada concurrencia. Nos une un rápido abrazo, nuevas sonrisas y el flujo de palabras atropelladas cuando ambos intentamos iniciar el diálogo al unísono. Es asombroso descubrir que ha cambiado muy poco; me pregunto si él me encuentra igual. Reconozco la mirada afable, limpia; así como el tono de voz ligeramente nasal, apresurado. Han pasado casi veinte años desde nuestro último encuentro; mucho tiempo durante el cual, estoy seguro, es bastante lo que ha sucedido en nuestras respectivas vidas.

Mientras Julio César habla y me cuenta sobre su esposa y sus dos hijas, no puedo evitar rememorar la última oportunidad en que nos vimos. El recuerdo me golpea con una precisión certera. Fue en el cumpleaños de nuestra amiga Norma; sólo que ese evento permanece indeleble por otras circunstancias. Fue allí que conocí a Roberto y donde se inició una relación amorosa poco convencional. Me avergüenza discernir que la presencia de Julio César ha quedado desdibujada por la intensidad de mi primera historia de amor. Pero él no lo sabe, no lo adivina más allá de la sonrisa que permanece en mis labios y la disimulada atención que parezco prestar a sus palabras.

Aún así, mientras él me deja saber sobre sus andanzas laborales, no puedo evitar preguntarme qué podría pensar mi viejo amigo si supiera que en la última vez que nos vimos quedó abandonada mi inocencia adolescente. Julio César también conoció a Roberto, ¿qué impresión puede haberle causado? ¿Acaso lo recuerda siquiera? La fiesta de cumpleaños de Norma permanece como la génesis de mi historia, el primer capítulo de mi trama particular; pero como todo relato, aparte de los personajes principales, también existen los secundarios. Ellos confieren un peso adicional a la ficción que se narra, llenan algunas páginas, ofrecen un contrapeso necesario para sostener a los protagonistas. Así, entonces, Julio César representa una de esas sombras difusas que se desplazan entre las páginas iniciales. Durante un segundo me asalta la interrogante de si sería posible que mi amigo sospechara el papel que le he adjudicado dentro de mi narración.

Julio César, sin proponérselo, me hace pensar en los otros personajes secundarios que me circundan. Son esas personas a las que prestamos poca atención, que apenas se sienten a nuestro alrededor, seres cuyas palabras rara vez escuchamos; pero están allí, y sus historias –de una u otra forma- también son importantes. Es lógico pensarse como el protagonista de nuestra propio relato existencial pero, ¿qué seríamos sin esas voces que discurren junto a nuestras frases? Algunas veces, sin percatarnos, una simple palabra dicha por alguien a nuestro lado cambia por completo la línea del pensamiento que llevamos; o es esa mirada fija a través de una multitud que nos alerta sobre algo indefinido; también el roce de una piel desconocida que logra retrotraernos hacia una experiencia casi olvidada.

Por lo general se trata de detalles nimios, casi imperceptibles, pero que ayudan a consolidar nuestros pasos sin que nos demos cuenta de ello. ¿Acaso ese perfume que percibimos inesperadamente no nos recuerda a otra persona? ¿La forma de caminar de alguien evoca los pasos de un viejo amor? ¿Una comida trae reminiscencias de una época diferente? La mujer que lleva ese perfume y el hombre que camina delante de nosotros y los comensales que comparten su hora de almuerzo en la mesa contigua, bien podrían transformarse en personajes secundarios.

Ahora veo a Julio César, frente a mí, con ojos diferentes. Y en la misma tónica, divago: ¿cómo quedaría mi historia contada desde su perspectiva? ¿De qué manera describiría –lo recuerdo bien- mi risa nerviosa y las miradas subrepticias que cruzábamos Roberto y yo durante esa primera noche? ¿Ofrecería él una versión totalmente opuesta? Por un momento me provoca interrumpirlo y preguntar si recuerda aquella noche, a Roberto, el tibio acercamiento que se propició delante de todos; pero desisto pronto. Es probable que se asombre y me crea desequilibrado. De todas formas, poco importa ya.

Antes de lo esperado otra persona se acerca a saludar. El tema de la conversación se bifurca, se diluye; luego, en el transcurso de la fiesta, Julio César y yo intercambiamos promesas de volver a vernos, números telefónicos, fechas propicias para salir y tomarnos algo. Intuyo que muy en el fondo, los dos sabemos que es poco probable que semejante reencuentro se efectúe: nuestros caminos se han separado demasiado; pero ninguno lo menciona. Ya en la madrugada, conforme abandono la fiesta, me detengo un momento en los escalones de la entrada y observo a los pocos invitados que quedan; me pregunto si alguno de ellos ha reparado en mi charla con Julio César, si este a aquél prestó atención a nuestro diálogo; o si, por el contrario, dejo atrás a otro personaje secundario que pudiera adivinar mis pensamientos y descifrar lo que he aprendido hoy.

Giro y avanzo con una sonrisa. Ya habrá otras reuniones y otros personajes y otras historias. Lo importante es que la trama continúa.

15 de marzo de 2009

IV Semana de la Nueva Narrativa Urbana

La Semana de la Nueva Narrativa Urbana nació con la idea, según lo declarara Héctor Torres en una entrevista, de “ofrecer un espacio para la promoción de esas voces narrativas que estaban en formación, a fin de que compartieran sus textos con el público, acompañados de un presentador (un autor más experimentado) que comentara los textos leídos”. La concepción original provino de Ana Teresa Torres y contó con el auspicio del Club Pen de Venezuela y la Fundación Cultural Chacao.

Esa primera edición introdujo la participación de Adriana Villanueva, Carlos Villarino, Enza García Arreaza, Fedosy Santaella, Iria Puyosa, Javier Miranda-Luque, Jesús Nieves Montero, Jorge Gómez Jiménez, Krina Ber, María Ángeles Octavio, Pedro Enrique Rodríguez, Roberto Martínez Bachrich, Rodrigo Blanco Calderón y Salvador Fleján. La dinámica de la jornada fue bastante sencilla: introducir a tres autores por noche para que presentaran sus textos y fuesen comentados por un escritor ya reconocido. El resultado fue tan positivo que se organizaron posteriores ediciones del mismo evento, con nuevos y diferentes narradores.

La II Semana de la Nueva Narrativa Urbana contó con la selección de Álvaro Pérez Capiello, Víctor Vegas, Gisela Kozak, Ricardo Waale, José Tomás Angola, Carlos Ávila, Mario Morenza, Marianne Díaz Hernández, Eduardo Cobos, Carolina Rodríguez, Rafael Victorino Muñoz, Miguel Hidalgo, Arnoldo Rosas, Leopoldo Tablante y Ana García Julio.

La III edición presentó a Luis Alejandro Ordóñez, Dayana Fraile, Gabriel Torrelles, Rafael Ortega, José Urriola, Jorge De Abreu, Jorge Gustavo Portella, Ricardo Román Marcano, Olga Colmenares, Carlos Russo, Luis Enrique Belmonte, Keyla Vall de la Ville, Gabriel Payares Farías, Javier Domínguez y Rafael Osío Cabrices.

La IV Semana de la Nueva Narrativa Urbana está en proceso de producción, pero ya los escritores que participarán han sido seleccionados; me complace muchísimo haber quedado entre los integrantes de tan distinguido y prometedor grupo. Junto a mí, también leerán sus textos Lucas García París, Carlos Díaz Morillo, Rodrigo Lares, Leo Felipe Campos, Alejandro Sebastiani, Gloria Dolande, Manuel Llorens, Nestor Luis Bermúdez, Mariana Libertad Suárez, Hensli Rahn, Kaury Ramos, Vicente Ulive-Schnell, Martha Durán y Ronald Delgado.

Es una ocasión propicia y excelente para discutir acerca del lazo que nos une: la literatura en sus diferentes formas. Así, pues, que hago una invitación cordial a todos aquellos que deseen acercarse hasta el Centro Cultural Chacao, en la semana del 20 al 24 de abril del año en curso; allí estaremos todos, leyendo, dialogando e interactuando. La entrada será libre y contará con un acto de clausura después de que mis tres últimos compañeros hayan realizado sus presentaciones el día viernes.

Ah, mi lectura está pautada para el miércoles 22 de abril, a las 7 pm. Cuento con ustedes.