31 de enero de 2010

Plegarias matutinas.

Creo que fue el sonido del agua cayendo lo que la despertó. Se trataba de un ruido acuático, distante, pero persistente; se preguntó al principio si no sería parte de un sueño, un residuo auditivo de la experiencia onírica que pocas veces recordaba; pero no, distinguía claramente el gorgoteo del líquido que hacía eco dentro de las paredes de su habitación. Mi abuela se levantó con paso lento, creyendo que podía tratarse de una lluvia repentina, en mitad de la madrugada; la razón que la motivó a incorporarse ha quedado poco clara, porque lo lógico era que se volteara para seguir durmiendo, pero ella optó por sacar las piernas de la cama y buscar la fuente de aquel rumor hídrico. En el camino hacia la ventana echó una mirada a las agujas del reloj, que en la penumbra interpretó como un cuarto para las cinco.

Decidió quedarse levantada porque ya pronto amanecería y tenía diligencias que hacer; antes, aún curiosa, atisbó por las ventanas de la casa hasta que descubrió la procedencia del ruido que la había despertado. Supo que no era lluvia, sino el excedente de agua que se rebosaba en el tanque de su vecina; así supo que habían restablecido un servicio que se suponía debe ser regular, constante. De inmediato prendió las luces del corredor posterior y se decidió a salir, a pesar de que todavía estaba oscuro. Le importó más aprovechar la llegada del agua que enfrentarse a la posibilidad de ser asaltada antes del amanecer. Se dijo a sí misma que clarearía en apenas media hora y salió a ocuparse con la ropa sucia y los envases para almacenar el vital líquido.

Debido a la escasez y los irregulares planes gubernamentales, se hizo costumbre la necesidad de estar pendientes a cualquier signo en el grifo, cualquier gota que anticipara el borbotón que duraría pocas horas y debía ser aprovechado al máximo. Mi abuela es una mujer que detesta las quejas; ella prefiere fluir, ser dinámica, resolver, buscarle la vuelta al problema hasta encontrar una solución, así que se puso manos a la obra sin pensarlo mucho: llenó la lavadora al mismo tiempo que ponía unos trapos de la cocina a remojar en detergente, también sacó las ollas que tenía de la noche anterior y las fregó con entusiasmo, con la certeza de que podría sacar el sucio y el jabón con abundante rapidez. Aprovechó una pausa para regar los helechos del corredor, ya casi mustios debido al calor y a no ser regados con la constancia de antaño. “A donde hemos llegado”, se dijo en un murmullo, un poco incrédula, a la vez que alzaba el codo para dejar caer el agua entre las hojas secas y encogidas. Y fue el eco de esta frase lo que la acompañó mientras hacía otra ronda entre las matas y se decía que había sobrevivido a una dictadura para sentir el temor de que probablemente moriría en otra muy distinta.

En algún momento pensó si debía llamar a mi madre, pues ya pronto amanecería y no le importaba despertarla; se trataba de aprovechar la llegada del agua para que mi madre se fuera hasta su casa, lavara algo de ropa, llenara algunos envases y la acompañara un rato. Supongo que al mismo tiempo pensó que nos tocaba vivir tiempos irregulares: cuando no eran los cortes de luz, era la ausencia de agua, o sino las infalibles colas: para pagar (cada vez más), para cobrar (cada vez menos), para conseguir algunos productos (no siempre todos) y para cualquier cosa que ameritara un trámite en este país. Todo eso había pasado a formar parte de la realidad cotidiana que todos enfrentábamos; pero mi abuela no es amante de las quejas, ya lo he dicho. Ella prefiere levantarse antes del alba y aprovechar el poco tiempo que dure la restitución del servicio. Decidió al fin no llamar a mi madre.

Más adelante se valió de una tregua entre sus quehaceres para darse un baño. Se sentía un poco cansada por correr de un lado al otro y no perder un solo minuto. Dejó que la regadera la salpicara con una llovizna tibia, porque la inclemencia del sol calentaba tanto las tuberías que el agua no salía tan fría; cerró los ojos y pidió en voz baja para que no cortaran el agua tan rápido y pudiera restituir en el tanque todo lo que estaba utilizando. Después del baño, aún sin señales del alba, se robó un espacio de tiempo para hacer sus plegarias matutinas, incluyendo este inesperado regalo entre ellas. Sólo cuando terminó de rezar fue que sintió una gran curiosidad por el retraso del amanecer, cosa poco usual en el llano. Se puso los lentes y de nuevo buscó el reloj. Esta vez las diáfanas agujas le dijeron que eran apenas las 2:35 am. Se quitó los lentes con un movimiento pausado antes de hacer una profunda exhalación; entonces repitió lo que antes se había dicho: “Dios mío: a lo que hemos llegado”.

12 de enero de 2010

¿Dónde me bajo?

La primera pregunta: ¿estoy siendo alarmista?
Siempre me he considerado idealista, pero los tiempos recientes me obligan a experimentar con el realismo, y no estoy hablando del realismo mágico empleado por los autores latinoamericanos; me refiero al planeta en el que vivimos, la situación climática que nos afecta a todos por igual, porque aún no existe un transporte maravilloso en el cual podamos evacuar continentes y repoblar otro mundo menos caótico. Esa sí sería una fantasía literaria.

En el periódico de hoy leí una noticia que se quedó colgando en las comisuras de mi mente a lo largo de la tarde. Entendí que el temporal de frío que azota a los países del norte tiene una explicación científica: Omar Baddur, de la Organización Meteorológica Mundial, la definía como una situación de bloqueo, así, tan sencillo como eso. La nota expresa que en invierno la circulación del aire se produce habitualmente de este a oeste, pero el fenómeno actual ha cambiado esos parámetros y resulta que el aire se desplaza de norte a sur; además, “cuando esa ondulación es muy vasta, a escala planetaria y persiste varias semanas, se habla de bloqueo”, finalizó Baddur.

La intervención del meteorólogo fue más allá: “Actualmente hay tres ondulaciones, con aire muy frío que desciende del Polo Norte, en tres zonas distintas. Una en Estados Unidos y México, otra en un eje que cubre toda Europa del oeste (desde los países escandinavos hasta el oeste del Mediterráneo, pasando por Gran Bretaña, Francia, Alemania y España) y una tercera en Rusia oriental y China. Un bloqueo a tal escala no se produce muy seguido, se puede decir que cada 30 o 50 años”.

El asunto es que me quedé pensativo porque la imagen que convocaba la información del periódico me recordaba a otra cosa, algo adicional visto en otra parte. Sólo cuando llegué a casa pude ponerle el dedo encima. Revisé entre las películas que tengo y encontré la que buscaba: The day after tomorrow. Adelanté las escenas hasta que di con lo que necesitaba: allí estaba, en colores térmicos, como si fuese una reproducción exacta de la nota en el periódico. ¿Qué era aquello? ¿La vida imitando al arte? ¿O un cineasta que se adelantaba a las catástrofes climáticas? Confieso que la similitud me dejó pensativo por un buen rato, hasta que alcancé la pregunta inicial: ¿estaba siendo alarmista?

No lo sé. Quisiera creer que no. Pero ¿es todo esto natural? ¿Es algo que sucede cada cierto tiempo o se trata de nuestro planeta convulsionado que grita su desespero? Los detalles de la nota me mostraron una visión amplia: la temperatura en Miami alcanzó 1,6 grados centígrados, obligando al zoológico a cerrar, mientras algunas iguanas se desplomaban adormecidas debido a las bajas temperaturas; esperan nevadas en Sevilla después de 50 años; China ha sufrido congelamiento del mar en sus costas del norte, varando a muchos transportes marítimos; México permanece en estado de alerta, provocando la suspensión de actividades escolares. Sin mencionar el cierre de aeropuertos y carreteras en muchos países europeos. Creo que Baddur no se equivocaba: ciertamente se puede definir como un bloqueo.

La segunda pregunta: ¿estoy siendo realista?
A la luz de estas revelaciones se ilumina una interrogante: la reciente Conferencia de Copenhague sobre el Cambio Climático, ¿para qué sirvió? Los países más contaminantes, Estados Unidos y China, rehusaron comprometerse bajo ninguna condición. Si uno lee entre líneas, todo lo que se logró fue un consenso para evitar que las temperaturas se eleven más de 2 grados centígrados; pero las reglas para alcanzar ese punto concreto se desdibujan entre el papeleo burocrático, la discusión entre algunas naciones emergentes y la visión general de que lo único logrado fue consensuar una realidad científica que se venía gritando desde algunos años atrás.

Lo más llamativo fue la dicotomía del discurso. Se reconoció la necesidad de fijar metas a largo plazo, pero al final se dejó a criterio de cada país las fórmulas para reducir las emisiones contaminantes. Por otra parte, se firmó el acuerdo para establecer un fondo de ayuda monetaria para auxiliar a las naciones pobres a paliar la crisis del cambio climático, sólo que la discrecionalidad de este aporte, a quién se beneficiaría y de qué forma, quedó en suspenso. Me pregunto: ¿tuvo sentido? ¿Valió la pena que los dirigentes mundiales intervinieran con sus discursos preparados que nada solucionan? ¿De verdad hablaron en nombre de sus naciones? Quiero decir, ¿expresaron la verdadera voluntad de toda esa gente que sufre las calamidades o sólo toman en cuenta la contabilidad y los flujos de caja? Valga reconocer que dentro de los pocos acuerdos alcanzados, Venezuela y Bolivia se pronunciaron en contra. ¡Encima!

La tercera pregunta: ¿dónde me bajo?
Pensar en todas estas cosas me hizo recordar las caricaturas de Mafalda que leía estando pequeño, una en particular, donde la precoz niña pedía que pararan el mundo porque ella se quería bajar. ¿No provoca hacer lo mismo? Yo no digo que nos armemos con carteles de esos que rezan: “El fin se acerca. Arrepiéntanse”; pero a la vista de todo lo sucedido, los inviernos polares, la amplitud planetaria del bloqueo, toda la gente que ha muerto, ¿no sería justo pedir mayores acciones por parte de la gente interesada? Exactamente, ¿qué estamos esperando? Porque el informe actualizado del Comité IPCC de las Naciones Unidas reveló que los cálculos hechos se quedan cortos al ritmo que llevamos hacia el abismo. Incluso se atrevieron a reconocer que la propuesta de impedir un aumento de 2 grados centígrados se queda corta. La alarma se disparó debido al descubrimiento de la creciente aceleración del derretimiento de las capas de hielo sobre amplias masas terrestres, entiéndase Groenlandia y la Antártica, a un ritmo de 10 metros por año. Adivinen cuánto le queda a nuestro insigne Pico Bolívar…

Entonces, ¿dónde me bajo?

9 de enero de 2010

Analogías literarias.

Hay ciertas lecturas que dejan una huella particular. Parece que el autor quisiera dejarnos un mensaje cifrado, específico para cada quien; porque algunos fragmentos quedan colgando, reacios a desaparecer dentro de la misma historia. Es algo que me sucede con regularidad; entonces echo mano al resaltador y procuro hacer más visible la cita, destacarla dentro del párrafo que la contiene, para volver a ella después o para desarrollar temas como lo hago ahora. Es lo que me ha sucedido mientras leía La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, y tropecé con unas líneas bastante significativas:

La evaluación y el examen de los ciudadanos es una actividad permanente, la principal de las actividades sociales en los países comunistas. Si a un pintor se le ha de autorizar una exposición, si un ciudadano debe obtener un visado para poder ir durante las vacaciones al mar, si un futbolista debe formar parte de la selección nacional, primero hay que reunir todos los dictámenes e informes sobre él (de la portera, de los compañeros de trabajo, de la policía, de la organización del partido, de los sindicatos), luego éstos son analizados, sopesados y resumidos por funcionarios especiales designados para esos fines. Pero aquello de lo que hablan esos dictámenes no se refiere a la capacidad del ciudadano para pintar, jugar al fútbol o a si su salud necesita que pase las vacaciones junto al mar. Se refiere única y exclusivamente a lo que se dio en llamar ‘perfil político del ciudadano’ (o sea, a lo que el ciudadano dice, a lo que piensa, al modo en que se comporta, a si participa en reuniones y en manifestaciones del primero de mayo). Dado que todos (la vida cotidiana, la carrera profesional y hasta las vacaciones) dependen de la evaluación que se haga del ciudadano, todo el mundo (si quiere jugar al fútbol en el equipo nacional, exponer sus cuadros o pasar las vacaciones junto al mar) tiene que comportarse de modo que la evaluación sea positiva.

Lo curioso es que justo hoy, al leer la revista Zeta, encontré un artículo de la periodista Jurate Rosales que profundizaba en el mismo tema, pero extrapolándolo a nuestra realidad nacional. Tuve mis dudas en cuanto a realizar un somero resumen del artículo, pero he preferido copiarlo en su totalidad para que cada uno saque las conclusiones que prefiera, ya que si me limitara a presentar una versión comprimida de la información, correría el riesgo de hacer una selección subjetiva. Dice así:

“La Ley Orgánica de los Consejos Comunales salió publicada en la Gaceta Oficial del 28 de diciembre, día de los inocentes, pero no es ninguna travesura de ese día. Es posiblemente la ley con la que se cuenta para garantizar a Hugo Chávez una ganancia rotunda en las elecciones de septiembre de 2010. De allí el apremio en proclamarla y la escogencia de una de las más sigilosas fechas del año, cuando los venezolanos estaban más pendientes de las hallacas y la broma del día, que de política.

Elecciones al estilo Chávez
Chávez pudo haber resultado un pésimo gobernante, pero nadie le puede quitar su toque de Midas cuando se trata de reunir votos… verdaderos o falsos, que eso aparentemente poco importa. La oposición suele concentrarse en la denuncia de maromas en el Registro Electoral, presunta aparición de votos virtuales, el misterio en el uso de la electrónica y la parcialidad del árbitro, oficialmente llamado Consejo Supremo Electoral como si realmente fuese supremo y soberano. Inmersa en la denuncia de los detalles, la oposición nunca se ha plantado con firmeza para rechazar las medidas administrativas que obligan a la gente a votar por el gobierno. Lo curioso es que Chávez siempre echó mano a ese tipo de medidas sin jamás encontrar resistencia. Si los opositores hicieran memoria, recordarían que para el primer referendo revocatorio, Chávez dio largo a la fecha de los comicios, cuando supo que las encuestas lo daban perdedor. El CNE inventó las mil y una excusas para negarse a aceptar las firmas que solicitaban el referendo, brindándole a Chávez el tiempo necesario para colocar a gran parte de la población en las listas de las Misiones. No fue sino cuando estaba seguro de que el número de los ‘misioneros asalariados’ le garantizaba la victoria, es que se celebró el referendo del 15 de agosto 2004. Pareciera que estamos nuevamente ante una situación similar. De la misma manera como se contó con las Misiones para controlar a la población en 2004, hoy se aprueba la Ley Orgánica de los Consejos Comunales, creada para controlar a cada uno de los habitantes, principalmente a quienes viven en los barrios y las zonas rurales. Estamos ante un instrumento de control de la gente, visiblemente elaborado con asistencia cubana para instaurar en Venezuela el modelo de los CDR (Comités de Defensa de la Revolución).

Una Ley de control
Los CDR y su clon, los Consejos Comunales previstos en la nueva ley, son un invento exclusivamente cubano. Los países comunistas del Este no los conocieron, porque utilizaron un sistema más amplio y sofisticado, en el que cada ciudadano se veía obligado a espiar a todos los demás y nadie sabía cuántos oídos lo escuchaban, incluso en su propio hogar. El sistema ruso fue afinado a través de años y décadas; su principal fuerza consistió en infundir el miedo y forzar las denuncias de todos contra todos, pero ante la dificultad de llegar a la perfección soviética, Fidel Castro inventó en 1960 a los CDR y definió su tarea: ‘Que todo el mundo sepa qué es y qué hace el que vive en la cuadra y qué relaciones tuvo con la tiranía, a qué se dedica, con quién se junta, en qué actividades anda’. Si examinamos punto por punto la ley aprobada en Venezuela, veremos que igual como los CDR se apoyan en los hombres armados de la ‘Seguridad’ cuando denuncian ‘a los lacayos del imperio’, según la nueva ley, los Consejos Comunales deberán coordinar con la Milicia Bolivariana lo referente a la defensa integral de la nación. Además, deberán Promover, participar y contribuir conjuntamente con la Milicia Bolivariana en la seguridad y defensa integral de la nación. Entre sus actividades, los Consejos Comunales deberán conocer las solicitudes y emitir las constancias de residencia de los habitantes de la comunidad. Funcionarán con comités, entre los que debe estar el: ´2. Comité de tierras urbanas. 3. Comité de vivienda y hábitat. 4. Comité de economía integral. (…) 8. Comité de alimentación de defensa del consumidor. (…) y 10. Comité de mesa técnica de energía y gas. Por cierto, también prevé la ley la existencia de un comité de suministro de agua.

Las llaves del poder
En Cuba, país que inventó ese sistema, el atractivo para pertenecer a un grupo del CDR consiste en la sed de poder sobre los vecinos. No hay recompensa económica salvo que en un sistema donde la propiedad privada no existe y la clave para sobrevivir consiste en robar al Estado, los presidentes de esta organización de barrio roban igual o más que los demás, ellos tienen la misma miseria y hambre, sólo que a ellos se les permite robar en premio de chivatear a los demás, relata una cubana en el blog correspondiente. En cambio los Consejos Comunales venezolanos, por lo menos antes de las elecciones, tendrán el poderoso incentivo del dinero proveniente del gobierno central. La nueva Ley establece que los Consejos Comunales ‘recibirán de manera directa los recursos (…) transferidos por la República, los Estados y los Municipios. (…) y los que provengan de la administración de los servicios públicos que les sean transferidos por el Estado’. Por lo tanto, no se trata de conchas de ajo. Con ese dinero, los Consejos Comunales podrán manejar ‘los recursos financieros que son los expresados en unidades monetarias propios o asignados’, para ‘desarrollar los programas, políticas y proyectos comunitarios contemplados en el Plan Comunitario de Desarrollo Integral (…) para lograr la transformación integral de la comunidad’. La Ley explica que el ‘Plan Comunitario de Desarrollo Integral’ debe ser ‘articulado con los planes de desarrollo municipal y estadal de conformidad con las líneas generales del Proyecto Nacional Simón Bolívar’. De paso, bajo la excusa de estar organizando la votación para miembros de los Consejos Comunales, una de sus obligaciones prevista en la Ley consiste en ‘elaborar y mantener actualizado el registro electoral de la comunidad’.

Realidad y vidriera
La Ley otorga a los directivos de los Consejos Comunales un poder casi ilimitado sobre un vecindario agobiado por las necesidades, y permite al presidente del CC ejercer ese poder a través de: 1. el dinero cuya distribución dependerá del CC; 2. la amenaza de la colaboración con la Milicia y 3. la aplicación con criterio personal de dos leyes que tocan directamente a la propiedad privada, como lo serían la de tierras y la de espacios urbanos. Sin embargo, la mayor palanca de poder consiste en la posibilidad de encarcelar a un ciudadano que de pronto podría encontrarse objeto de una ‘denuncia’ de tipo penal. Los cubanos conocen el procedimiento y acusan a los CDR de ‘chivatear’. Dado que los venezolanos son profundamente reacios al ‘acuseta’ y desprecian al ‘sapo’, es de prever que la conformación de los Consejos Comunales pasará por una etapa de difícil adaptación psicológica. Para la vidriera, se exhibirán Consejos Comunales como los del Municipio Chacao, donde una población relativamente libre de pobreza, escoge de buena fe a sus representantes y estos se hacen eco de la voluntad de los ciudadanos (sin embargo, la decisión unánime de los Consejos Comunales de Chacao para que les devuelvan el espacio del antiguo mercado recibió como única respuesta, la ocupación de ese mercado por la Guardia Nacional). En los barrios y en las zonas rurales, donde las necesidades son apremiantes, se calcula que los Consejos Comunales serán el instrumento oficial para controlar a la gente, dinero y amenaza mediante. Estos encumbrarían en la dirección de los Consejos Comunales a los ciudadanos de menor resistencia moral, a los que no teman aparecer como los ‘sapos’, igual como ya ocurrió en Cuba con los ‘chivatos’.

Jamás los olvidarán
El incentivo económico permite prever que la implementación de la Ley de los Consejos Comunales no ofrecerá mayores dificultades. Si esto se logra y se mantiene, Chávez habrá cavado con esa Ley el más profundo abismo de odio jamás visto en su patria. Dado que nadie es eterno y tampoco lo será Chávez, de todas las leyes aprobadas en la era chapista, la de los Consejos Comunales será la que más recordarán los venezolanos. Dentro de una o dos generaciones, ya nadie hablará del rosario de leyes aprobadas bajo la batuta de la presidenta de la Asamblea Nacional, Cilia Flores, pero la de los Consejos Comunales será la que los abuelos todavía relatarán a sus nietos, al contarles como el vecino de enfrente ha sido el mayor y principal enemigo de la familia. Ojalá el relato no incluya un desenlace de venganza contra aquel vecino. Es esa Ley que más obligará a temer un cambio brusco de sistema de gobierno, porque es la que propicia las retaliaciones personales. El mayoritariamente incruento derrumbe del comunismo soviético en Europa oriental, se debió a lo difuso y universal que había sido el sistema de control policial de toda la gente por toda la gente. En cambio uno de los problemas cubanos, es actualmente la carga de rencores acumulados en cada cuadra contra el vecino miembro del CDR. Al igual como hoy los diputados de la Asamblea Nacional viven en un permanente temor de lo que les pueda advenir si hay un cambio de gobierno, la Ley de los Consejos Comunales extenderá ese temor a un segmento de la población en el país entero, mientras que los demás pobladores aprenderán a acumular los deseos de venganza, pero entretanto, para salvarse, muchos serán quienes prefieran esperar en silencio”.

4 de enero de 2010

El país de las luciérnagas.

Desde la hamaca en que me encuentro, apenas separando la vista del cuaderno, me impresiona la tonalidad celeste del cielo, sin nubes, como un manto luminoso que, irónicamente, no desprende el calor habitual. Es como si el fresco de diciembre se hubiese colado entre las gradaciones, haciéndose espacio al lado del calor recurrente del prolongado verano. Tengo muchas anotaciones pendientes, ideas convulsas que necesito consignar, pero una y otra vez mis ojos buscan el firmamento ancho y limpio, haciéndome pensar en un abismo vertiginoso, sublime, que está a punto de engullirnos. Hoy pienso que el azul del cielo resulta voraz y en cualquier momento querrá echarnos una dentellada inesperada.

Me pregunto si es posible que semejantes pensamientos puedan coincidir en un mismo sitio; lo que pasa es que esta mañana tan diáfana me parece un poco sediciosa, como un pajarraco diabólicamente bello que está a punto de zurcir la piel con picotazos; también me hace pensar en el ángel de las Elegías de Rilke, tan hermoso, tan nefasto, tan singular. Pero los minutos avanzan, y pierdo tiempo.

Quizás tenga algo que ver con esta exquisita luminosidad, pero me quedé un rato pensando en mi reciente visita al país de las luciérnagas, esa ciudad que se desborda en puntos titilantes; un escape voluntario para interactuar con mentes fogosas, progresistas, tan estimulantes; y entonces decidí que debo deambular más a menudo, permitirme el placer de una sorpresa, un sitio desconocido, una emoción novedosa; es como atreverme a salir de la línea a mitad del dibujo, sonreír, vagar, redescubrir otras sensaciones postergadas.

Al principio descendimos una escalera, pasos breves hacia las profundidades de un estudio de pintura lleno de lienzos, pinceles, matices y claroscuros; allí estaban las luciérnagas esperando para iniciar la danza de luces que me dejó entusiasmado, hambriento y siempre queriendo más. En el fondo, sutil, las notas de un jazz intemporal, sugerente; en las paredes pálidas, la intermitencia del trabajo pictórico, la obra en progreso, el reducto privado y lleno de inspiración. Observé a la Luciérnaga Rebelde con su discurso radical, polisémico, lleno de imágenes; la Luciérnaga Intelectual dejando migajas conceptuales, conocimientos, contrapesos; también la Luciérnaga Fotógrafa desplegando armonía, detalles tibios, evocaciones y fantasías; luego la Luciérnaga Cronista abriendo posibilidades, cruzando informaciones, saboreando los secretos no revelados y sin publicar. Y yo allí, moviéndome en dos planos superpuestos, queriendo anotar todo, asir las inferencias, participar del debate; pero al mismo tiempo con el deseo a flor de piel de tomar distancia, alejarme, contemplar la escena desde una distancia privilegiada para descubrir los pliegues, el lenguaje sensorial, las implicaciones de la historia. Se trataba de una danza lumínica y vibrante, memorable y fugaz. Única.

Después la madrugada, la iridiscencia de colores, la temperatura, los planes para nuevas batallas fosforescentes; un trayecto evocativo que se desgranaba en visiones lejanas a pesar del poco tiempo transcurrido. Todo tan hermoso, tan luminoso como este cielo de enero que se deshace en posibilidades. Entonces trato de plasmar en mis hojas el recuerdo de ese fulgor nocturno, el brillo incandescente que me inspira de la misma forma en que el azul de enero sugiere otras tramas diferentes, esquivas. Así que sigo escribiendo.

2 de enero de 2010

Las medidas de la escritura.

Encontraba difícil regresar a las páginas pospuestas debido a la distancia que me separaba de ellas; otras historias me alcanzaron, generando ideas convulsas, atractivas, interesantes, pero era necesario volver, reconciliarme con ellas. Me senté con la mejor disposición, intentando reconocer los puntos blandos, gelatinosos, allí donde debía concentrar mis esfuerzos para brindarle una consistencia ideal, y creo que lo he logrado. Se trató, más que todo, de un feliz reencuentro con personas ficticias y situaciones irreales; también tuve que buscar entre la madeja para hallar el hilo conductor que sostiene la linealidad de la trama, porque sin eso, no existiría historia, progresión, conjunto narrativo. Creo que lo logré.

Me sentí extraño, debo confesarlo. Tenía ante mí múltiples situaciones, personajes protagonistas y secundarios, incluso algunos que apenas cruzaban con velocidad, sin peso, pero no sin importancia; debí concentrarme en delinear una vez más las aristas, los pliegues dentro del relato, para separar y volver a unir, despejar y juntar de nuevo, todo con la intención de concentrar esfuerzos y llevar el bote literario a través de la tormenta de ideas y recuerdos, hasta alcanzar un puerto seguro desde donde poder continuar la travesía que inicié tanto tiempo atrás.

En determinado punto, sin proponérmelo, descubrí que la tarea narrativa guarda mucha similitud con el trabajo arduo de quien trabaja con telas, diseños, patrones; porque es importante la disciplina, la concentración, el silencio. Sé que mi juego de analogías es aventurado, pero así funciona la mente humana: encuentra diferencias y contrapesos en los lugares menos esperados. Así que me quedé absorto frente al desorden ordenado de páginas, historias, anécdotas, como si se tratara de telas con tonalidades intensas, superficies rugosas, estampados multicolores. Y sonreí.

La vida es un círculo. Me resultaba curioso porque en algún punto, muchos años atrás, siendo adolescente, sentí cierta inclinación hacia el diseño de modas, la confección teórica de una posibilidad, otra veta artística que quedó inexplorada en función de escoger una carrera menos turbulenta, más sosegada; pero la magia quedó allí, eso lo recuerdo. También existió una carpeta llena de bocetos que quedó en las manos de una amiga cuyo nombre me elude ahora. Tal vez, si hubiese seguido mis inclinaciones entonces, hoy estaría alejado de la escritura; es una sustitución que no me incomoda: la inspiración sigue estando allí, la creación, el trabajo arduo para alcanzar un resultado vistoso, interesante, mágico. Se trata de ensamblar con fragmentos un todo homogéneo, compacto. No hay mucha diferencia.

Contemplé mi escritorio con una mirada paralela, tangencial, como si pudiera reorganizar los colores y texturas en función de un resultado satisfactorio, coherente, lúcido, funcional. Y hundí las manos entre las hojas, expulsando, sustituyendo, guiándome por un patrón imaginario, dando puntadas precisas para sostener las uniones entre capítulos, pinchando mis dedos en más de una ocasión con algún personaje reacio; fue un ejercicio arduo y placentero. Supe que podía crear cuantas interpretaciones quisiera, como si jugara con las telas para obtener distintas variaciones de un mismo traje.

El resultado final está lejos de ser satisfactorio, pero logré encontrar la forma ideal para acercarme al trabajo. Todo lo que queda es seguir cosiendo, superponiendo, quitando, y dar unos pasos hacia atrás para visualizar el progreso. Porque es importante que disfrute con el resultado, asuma una postura lúdica, poco académica, y así tropezar (si es posible) con otras combinaciones que resulten inspiradoras. Es sencillo; es coser y cantar.