Como parte del enorme privilegio de ser escogido como uno de los integrantes del Taller de Narrativa de Monte Ávila Editores Venezuela, se nos pidió modificar el punto de vista en un texto del escritor mexicano José Joaquín Blanco, llamado El otro infierno. He aquí la versión original:
“Cuando Teresa y yo llegamos al infierno, Minos se ciñó dos veces el cuerpo con la capa y nos mandó a ese círculo que se ha hecho famoso por la historia de Francesca de Rímini y Paolo Malatesta. ¡Imposible soñar paraíso semejante! Desde que llegamos se dejó sentir el impulso afrodisíaco de las llamas y nos entregamos a una lujuria insistente. No tardamos mucho en contagiar a los demás condenados y así el Segundo Círculo del infierno se convirtió de pronto en escenario de increíbles orgías. Como es de suponerse, el Señor se enteró en el acto y cambió nuestra sentencia; desde entonces estamos en el paraíso, colocados a insalvable distancia, confundidos por los coros angélicos, purificados los dos de tal manera que parecemos creaciones de Botticelli, contemplándonos, solamente contemplándonos, mientras todo el cielo tiembla y se desbarata como flamita nerviosa de cirio pascual ante las notas triunfales del tedeúm…”.
Y aquí, mi versión:
“He perdido cualquier recuerdo de cómo o cuándo llegué a este sitio, obligado a ser castigado por mis pecados. Sólo hay oscuridad, lamentos y este torbellino lacerante que nos arroja y devuelve, en un carrusel eterno. Y he allí al majestuoso Minos, tan altivo y desgraciado en sus sentencias. Su mirada me ha traspasado más de una vez; dolorosa, afilada, recurrente. ¡Cuánta intoxicación desprende!
Sodomías inenarrables e indescriptibles. ¡Oh, cuánto placer en vida! ¡Oh, cuánto sufrimiento en esta no-existencia! Qué gozo tan culpable debo pagar ahora. ¿Cree que no me he dado cuenta? Pero hizo falta la llegada de Francisco y Teresa a este segundo círculo infernal para contagiarnos de nuevo con lo que antaño disfrutábamos. El éxtasis demencial que todo lo puede, que todo lo olvida, que nada resuelve; porque su elíxir es venenoso y adictivo: yo lo confieso.
¿Cómo negarme a su inflamado avance, lleno de dolor y sabiduría? ¿Cómo negarme al fálico entumecimiento de mis entrañas? Él, el poderoso; él, el verdugo; él, la fuente de mi deseo depuesto. Maldita sea Pasifae, que arruinó mi torpe embelesamiento. Y en su lugar escoge tomarme, ensanchando con escaso consuelo mi estrechez anímica. A nuestro alrededor el deleite es contagioso, flamígero, colectivo. Minos me esconde, secuestrando mi goce luctuoso, impostergable. No quiere que los demás descubran nuestro secreto recogimiento. ¡Qué escándalo infernal!
Mas la infección a la que hemos sido expuestos dura poco en este sitio atemporal. Francisco y Teresa son sometidos a un castigo divino de menor cuantía. Ahora reposan en el Paraíso, separados, confundidos; si acaso purificados en su malsano estrechamiento. Pobres almas carentes de satisfacción. Sin embargo, yo continuo aquí; raptado por mi carcelero de vez en vez; silencioso ante sus embates, lamentando mi placer, atormentado por su venganza carnal.
He olvidado quién soy.”
Las críticas de mis compañeros fueron muy admirativas; la verdad, no lo sé. Pero sí sé que disfruté mucho reescribiendo el texto. ¿Qué les parece a ustedes?
“Cuando Teresa y yo llegamos al infierno, Minos se ciñó dos veces el cuerpo con la capa y nos mandó a ese círculo que se ha hecho famoso por la historia de Francesca de Rímini y Paolo Malatesta. ¡Imposible soñar paraíso semejante! Desde que llegamos se dejó sentir el impulso afrodisíaco de las llamas y nos entregamos a una lujuria insistente. No tardamos mucho en contagiar a los demás condenados y así el Segundo Círculo del infierno se convirtió de pronto en escenario de increíbles orgías. Como es de suponerse, el Señor se enteró en el acto y cambió nuestra sentencia; desde entonces estamos en el paraíso, colocados a insalvable distancia, confundidos por los coros angélicos, purificados los dos de tal manera que parecemos creaciones de Botticelli, contemplándonos, solamente contemplándonos, mientras todo el cielo tiembla y se desbarata como flamita nerviosa de cirio pascual ante las notas triunfales del tedeúm…”.
Y aquí, mi versión:
“He perdido cualquier recuerdo de cómo o cuándo llegué a este sitio, obligado a ser castigado por mis pecados. Sólo hay oscuridad, lamentos y este torbellino lacerante que nos arroja y devuelve, en un carrusel eterno. Y he allí al majestuoso Minos, tan altivo y desgraciado en sus sentencias. Su mirada me ha traspasado más de una vez; dolorosa, afilada, recurrente. ¡Cuánta intoxicación desprende!
Sodomías inenarrables e indescriptibles. ¡Oh, cuánto placer en vida! ¡Oh, cuánto sufrimiento en esta no-existencia! Qué gozo tan culpable debo pagar ahora. ¿Cree que no me he dado cuenta? Pero hizo falta la llegada de Francisco y Teresa a este segundo círculo infernal para contagiarnos de nuevo con lo que antaño disfrutábamos. El éxtasis demencial que todo lo puede, que todo lo olvida, que nada resuelve; porque su elíxir es venenoso y adictivo: yo lo confieso.
¿Cómo negarme a su inflamado avance, lleno de dolor y sabiduría? ¿Cómo negarme al fálico entumecimiento de mis entrañas? Él, el poderoso; él, el verdugo; él, la fuente de mi deseo depuesto. Maldita sea Pasifae, que arruinó mi torpe embelesamiento. Y en su lugar escoge tomarme, ensanchando con escaso consuelo mi estrechez anímica. A nuestro alrededor el deleite es contagioso, flamígero, colectivo. Minos me esconde, secuestrando mi goce luctuoso, impostergable. No quiere que los demás descubran nuestro secreto recogimiento. ¡Qué escándalo infernal!
Mas la infección a la que hemos sido expuestos dura poco en este sitio atemporal. Francisco y Teresa son sometidos a un castigo divino de menor cuantía. Ahora reposan en el Paraíso, separados, confundidos; si acaso purificados en su malsano estrechamiento. Pobres almas carentes de satisfacción. Sin embargo, yo continuo aquí; raptado por mi carcelero de vez en vez; silencioso ante sus embates, lamentando mi placer, atormentado por su venganza carnal.
He olvidado quién soy.”
Las críticas de mis compañeros fueron muy admirativas; la verdad, no lo sé. Pero sí sé que disfruté mucho reescribiendo el texto. ¿Qué les parece a ustedes?