25 de mayo de 2008

Quiero...

Extracto de mi diario manuscrito…

“Anoche soñé un sueño. Pero no lo puedo recordar perfectamente. Fue un sueño mágico, especial, distante, intangible. Anoche soñé un sueño. Me sentía bien, mientras soñaba, pues podía estar con quien quería, donde yo quería. Fue un sueño estupendo, único. Relajante. El sueño me hizo reevaluar mis necesidades y mis aspiraciones, permitiéndome ver exactamente lo que quiero y lo que ansío, por encima de todo.
Quiero alguien a quien poder abrazar en las mañanas, apenas me despierte; alguien a quien poder darle los buenos días con cariño y somnolencia. Quiero alguien a quien no le importen mis caricias al amanecer y entibiar nuestros cuerpos al calor de un fuerte abrazo, para iniciar cada día con amor y paz.
Quiero llamar a alguien a media mañana, o cada media hora, simplemente para recordarle la inmensidad de mi amor, la falta que me hace y lo difícil que representó la separación matutina.
Quiero compartir mi comida con alguien, en cada día de nuestras vidas; saborear cada alimento lentamente, así como haríamos con nuestro cariño; endulzar cada mirada; ponerle pimienta a cada beso; degustar cada sensación como un exquisito gourmet.
Quiero a alguien con quien descansar por las tardes. Con quien poder conversar sin límites, sin que se aburra de mis palabras; o que simplemente nos contemplemos, sin tiempo ni espacio, hundiéndonos en nuestras miradas, sin perder cada parpadeo, cada movimiento, cada percepción. Quiero pasar la tarde con tranquilidad, a su lado, sin importar la estancia o el momento escogido. Nada de esto ha de importar entonces. Serán detalles nimios que carecerán de relevancia.
Quiero llegar al atardecer a su lado y deleitarnos con la puesta del sol: el momento más romántico de la jornada. Quiero compartir una charla amena, entre café y café; quiero que devore cada una de mis palabras, de mis pensamientos, de mis sueños. Eternamente. Quiero recibir la primera hora de la noche juntos y comenzar a contar las estrellas, una a una, y pedir deseos cada vez. Disfrutar la esencia que existe cuando aún no es de noche, pero el día ha dejado de ser; ese maravilloso momento, tan especial y único.
Quiero compartir mis noches a su lado, en su compañía. Recibir el fresco nocturno que alivia las tensiones diarias. Perdernos entre las estrellas, en el firmamento, en el más allá, donde nadie ha ido aún. Ese lugar secreto que sólo nos pertenecería a nosotros, y en donde nos podríamos refugiar en cada pena, en cada decepción y en cada necesidad. La inmensidad encerrada dentro de nuestros corazones, silenciosa y ancha. Tibia y eterna.
Quiero irme a la cama con alguien; saber que voy a compartir mis sueños, mis ilusiones y mis comentarios del día, en una conversación relajante, luego de un día arduo y difícil; porque alguien va a estar esperando por mí, para descansar en mí, y en donde sé que también puedo encontrar mi ansiado reposo. Quiero hacer el amor con alguien que no se va a cansar de mis besos, de mis íntimos contactos, de mis sentidos sublimados. Quiero complacer ese cuerpo íntegro y ansioso, que me pertenece y el cual suspira por cada una de mis palpitaciones corporales. Quiero satisfacer; ser entendido.
Quiero dormir al lado de alguien, compartir mi sueño, mis respiraciones y secretos. Estar acompañado por ese dulce aroma que implica la presencia del ser amado, saber que mi cama se entibia por el calor de dos; un dúo de complacencias y entornos románticos. Comprender que mi cama siempre va a permanecer sin frialdad, pues ya no duermo a solas, estirando la mano sólo para hallar silencio y vacío. Quiero dormir dentro de un abrazo, quiero sentirme querido, deseo permanecer dentro de alguien, en ese lugar secreto que vibra con notas seductoras de placer y pasión; melodiosa, acompasada, fabulosa.
Quiero compartir cada celebración en su compañía. Brillar entre mis amigos y disfrutar de sus agudos comentarios, porque me fascina su personalidad e inteligencia, su artística belleza y la profunda liviandad de su ser. Quiero que se lleve bien con mis amigos, y comparta maravillosamente con ellos; quiero que salgamos siempre a disfrutar de la vida, de la amistad, de las celebraciones y, por encima de todo, de nuestra mutua compañía. Quiero que sea feliz a mi lado. Quiero ser feliz a su lado. Siempre.
Quiero poder encargarme de alguien, bañar su cuerpo con mis caricias, perfumar su mente con mis pensamientos, esculpir sus manos con mis besos, moldear sus cabellos con mis dedos, fundir mis ojos en los suyos; ser cóncavo y convexo, a un mismo tiempo, en la eternidad”.

2 de mayo de 2008

Una cena literaria.

Llego con flores para Mercedes.
La noche se presenta fría, llena de estrellas, prometedora. Mi anfitriona se encuentra atendiendo a Francisco, el primero de los invitados que ya ha llegado. Después de los saludos, nos conduce al interior de la casa, donde se nos permite admirar la sobria elegancia y los múltiples arreglos florales: orquídeas, orquídeas por todas partes. Por un ínfimo momento pienso en la señora Dalloway, pero de inmediato concluyo que ésta en nada se asemeja a Mercedes. Su esposo llega pronto. Es un hombre amable, deferente. Los dueños de la casa sugieren que nos traslademos hasta lo que ellos llaman “el caney”, que no es sino una amplia sala construida en el jardín posterior. El contraste no puede ser mayor. Aquí predominan los colores cálidos, las plantas interiores, una improvisada fuente de mosaicos azules, la madera envejecida; todo es hermoso, acogedor, estimulante.

Mientras Francisco y yo somos recibidos con un agradable vino tinto, la conversación se expande por diferentes tópicos: las actividades literarias de Mercedes, el trabajo académico de su esposo, la decoración del hogar, el ambiente político del país, las impresiones sobre distintas ciudades europeas, la ambivalente economía. Y así, lentamente, el resto de los invitados logra llegar a nuestra reunión. Vienen acompañados por relatos acerca del difícil tráfico capitalino y lo intrincado que resulta encontrar el lugar de la cena a la que hemos sido convidados: dos constantes que, cambiando los detalles particulares, conservarán un risible paralelismo que aliviará las tensiones del trayecto.

Viviana llega. Luego Aurora; poco después Fedosy. Miriam es la última, y con su llegada parece cerrarse un círculo perfecto que nos contendrá por el resto de la tertulia. Hay risas, historias, brindis. El acompañamiento musical se cuela como un personaje secundario, como un testigo no invitado que regocija con su presencia: Edith Piaf, Louis Armstrong, Glenn Miller, Vinicius de Moraes; una mezcla armónica de jazz, bossa nova y viejas canciones francesas. No pasa mucho tiempo antes de que nos sentemos a comer. Nuestros anfitriones han preparado un suculento plato colombiano al que denominan Bandeja Paisa. Los comentarios en torno a la mesa se tornan cómodos, distendidos, alegres; lejos quedamos de la seriedad que compartimos en las sesiones del taller de construcción de novela con Fedosy. No obstante, el tema literario está presente. El escritor que magníficamente nos ha conducido, nos permite ahora atisbar en los entresijos del mundo editorial, los pasos para publicar y la rareza que significa vivir de las ventas de los libros en un país latinoamericano.

Mucho antes de terminar la velada, logro discernir la riqueza del momento compartido. Es una velada memorable, expansiva, intensa; llena de detalles, risas, secretos y gastronomía antioqueña. Finalizamos con el café y el té. Justo antes de separarnos, ya avanzada la madrugada, una breve sesión de fotografías, para conmemorar el evento que marca la conclusión de nuestro taller literario. Suspiro. Sonrío. Dejo que mis pulmones se llenen con el frío aire de la noche. Me siento estimulado y muy agradecido de haber podido disfrutar de este destello nocturno.

Ignoro si mis compañeros se han sentido tan inspirados como yo; quiero creer que sí. Lentamente, todos los vehículos se ponen en marcha, formando una serpiente automotriz que desciende hasta Caracas.