16 de mayo de 2010

AMIGAS DE ÚLTIMA GENERACIÓN

Mis amigas de Valencia forman un grupo heterogéneo de mujeres que siempre están a la moda, comen en los mejores sitios, viajan constantemente al exterior, organizan comidas en sus casas y nunca están rezagadas en cuanto a la tecnología. Algunas veces las percibo como amigas de última generación, debido a sus recurrentes actualizaciones. Es muy poco lo que escapa a sus miradas atentas, la preponderancia de una marca sobre otra, los beneficios de un vino consagrado, el spa de turno, las cotizaciones en los mercados bursátiles; son detalles que pueden parecen superficiales, poco trascendentes, pero adquieren un significado específico dentro de las relaciones sociales que ellas cultivan. Es por eso que necesitan estar en contacto permanente, actualizadas, informadas de todo lo que acontece dentro y fuera de sus privilegiadas esferas.

Mi amistad con estas mujeres sofisticadas viene de muchos años atrás; hemos compartido infinidad de viajes, fiestas, risas, cenas, cumpleaños infantiles, jornadas de compras compulsivas, meriendas, bautizos, matrimonios y funerales; logramos establecer un vínculo muy profundo que se ha mantenido y fortalecido con el tiempo. Pero sucedió que nada permanece inalterable y algunos tenemos una naturaleza inquisitiva, curiosa, permeable; así que mi etapa burguesa se vio sustituida por otra muy diferente: la bohemia. Me interesé más en la literatura, los autores, las técnicas narrativas, los talleres de creación literaria, y así, poco a poco, mi universo interior se transformó sin pedirme permiso. Dejé de preocuparme por asuntos mundanos y mi atención se trasladó a las tertulias intelectuales, las vanguardias poéticas, los escritores que compartían mi propio placer, y la moda y las fiestas y las reglas convencionales perdieron su antiguo valor social.

Por un tiempo, la relación con estas amigas sufrió el peso de mis escogencias artísticas. Cada vez se hizo más y más difícil coincidir para una celebración o una comida, por lo que nos limitamos a los contactos telefónicos prolongados para suplir la ausencia. Valoré mucho que ellas entendieran mis decisiones y no juzgaran con demasiada intransigencia mi deseo de experimentar y explorar otras latitudes geográficas y humanas; así que me dejaron ir apoyándome lo mejor que pudieron sin parecer condescendientes. Una que otra vez me escapaba y regresaba para alguna reunión o cumpleaños, pero lo preponderante en mi vida eran las páginas que producía y los proyectos en los que me embarcaba. Nunca supe lo que mis amigas opinaban o cómo se sentían con respecto a mis intereses literarios, hasta ahora. Y la sorpresa resultó hermosa, inesperada, casi tierna.

En algún momento, en ciertas conversaciones, con unas y otras, se dejó filtrar la impresión de que se intuían rezagadas, ajenas, poco interesantes dentro de mis aventuras intelectuales. Quizás, al principio, supusieron que se trataba de algún capricho pasajero, un pasatiempo poco comprensible, pero albergaron la certeza de que me tendrían de vuelta bastante pronto. No imaginaron lo equivocadas que llegarían a estar. Les costó un poco, pero aprendieron rápido que sus motivaciones chocaban directamente con las mías. No les quedó otra que asimilar mi necesidad de espacio, de silencio, de soledad, para poder escribir y leer como quería; pero en sus cerebros bullía la idea de superar estos inusitados obstáculos sin consultarme.

Conversaron, planificaron, se pusieron de acuerdo y organizaron un regalo de cumpleaños para cubrir la brecha que nos separaba. No me lo dijeron, esperaron hasta que pudimos reunirnos en una de estas tardes y me entregaron un BlackBerry adornado con un enorme lazo color naranja. Confieso que al principio me sentí renuente, incómodo, incluso me puse a la defensiva; pero lentamente he ido asimilando las implicaciones de este inesperado obsequio. Creo que se trata de la manera particular que tienes mis amigas de mantenerse en contacto, de no perder del todo las vivencias que alguna vez compartimos, de acercarme a su mundo particular sin involucrarme del todo. Es su forma peculiar de indicarme que están pendientes, que desean seguir junto a mí, que valoran mi amistad y no quieren que nos alejemos más de lo que ya estamos.

Una de ellas mencionó que se trataba de algo simple, una manera de demostrar su interés, porque sabían que no podían competir con mis amistades literarias, con las efervescentes charlas literarias que tanto me estimulaban, así que decidieron hacer un puente virtual y mantenerse cerca, atentas, incondicionales como siempre. Sólo ahora puedo entenderlo bien y agradezco profundamente el gesto que han tenido. Para mí no ha sido fácil sumarme a la corriente instantánea de la virtualidad y los mensajes en directo, quizás porque una parte de mi naturaleza todavía disfruta con lo rudimentario: escribir a mano, leer los libros en físico, hablar de tú a tú; pero sé también que no puedo quedarme atrás porque la rueda del tiempo terminaría por aplastarme y minimizar mis intentos. En una época digital y tecnológica no queda otra que adaptarse o perecer, así que fluyo y pongo mi mejor sonrisa. Ahora ya no se trata tanto de memorizar el número de la cédula o del teléfono celular, sino de agregar el consabido PIN; entonces lo escribo y escribo hasta sentir que está almacenado con todos los demás datos:

244669E5… 244669E5… 244669E5…