Es un teatro de varietés con funciones continuas. Es un juego de espejos circenses. Es un caleidoscopio que gira sin cesar. También es una conversación que se capta en una mesa cercana, a la que prestamos atención de forma subrepticia. En determinado momento, más adelante, cambiamos de sitio, nos sentamos en esa mesa adyacente y participamos de lo que se nos cuenta, sin rubor, sin vergüenza. La magia verbal de Dayana Fraile funciona como un anestésico de las convenciones sociales y literarias, sugiere, convence, seduce. Corre el velo de la fantasía narrativa y hasta finalizar el libro se las ingeniará para caminar por encima de la cuerda floja sin perder el equilibrio y caer en el aburrimiento. Dayana Fraile parece seguir la corriente de varios autores contemporáneos que prefieren prescindir de efectismos y hablarle al lector de tú a tú, casi abusando de la confianza, echando mano a un lenguaje sencillo y directo que no permite asombros ni falsas verosimilitudes. Lo logra, y muy bien, ofreciendo las imágenes escritas como los elementos de un carrusel que gira y apenas nos permite un vistazo, una mirada, apareciendo y perdiéndose dentro de su propio esquema narrativo sin agregar explicaciones frívolas y poco funcionales.
Los personajes descritos en Granizo (Fundación Editorial El perro y la rana, 2011), ganador del premio de cuento de la I Bienal de Literatura Julián Padrón, conforman una galería simbiótica donde cada uno toma y ofrece al otro, cruzan sus líneas, se vuelven tangenciales, hablan entre sí y apenas nos dejan percibir una energía grupal que sólo es comprensible para ellos. Somos transeúntes de una ciudad reconstruida a través de las experiencias juveniles de la protagonista, de los otros personajes que se relacionan con ella, y discuten, y lloran, y se atreven a soñar o a vomitar sus entrañas existencialistas, todo mediante un lenguaje que funciona acorde a lo que se desea contar y retratar. Es una lectura sencilla, pero no por ello simple o llana. Tiene matices, imperfecciones, arrugas, que confieren una adecuada verosimilitud a lo que se narra. Da gusto leer porque no hay acartonamientos, poses, rimbombancias del lenguaje. Funciona porque la autora parece haberse preocupado por los detalles pequeños, las inconsistencias, tejer bien las costuras que unen los retazos utilizando metáforas que alzan las comisuras de la boca sin darnos cuenta.
Las diferentes historias se brindan como si vinieran con la confianza de una mirada amiga, entre copas de vino o tazas de café, lo que mejor convenga. La forma de narrar permite que la atención se sostenga, que uno quiera saber de dónde vienen y hacia dónde van estas mujeres ficticias que de vez en cuando cambian sus roles. Es un libro muy femenino, pero no unidimensional. Los personajes que traza Dayana Fraile están allí, en el borde de la mirada, nombres que nunca se llegan a pronunciar del todo, colores estridentes que atraviesan corriendo la opacidad de la rutina convencional. Son personajes salidos de un cuento de hadas que se ha transformado en una realidad de concreto con sonido de rock nacional. Tangibles. Palpables. Reconocibles detrás de una esquina, una percepción fugaz, inaprensibles. Queda la sensación de haber llegado en medio de la obra, alcanzar un fragmento que da cuenta del resto, de toda la función, así como la jornada descrita en un solo día de La señora Dalloway permite asimilar la totalidad de su vida, las piezas de cerámica desperdigadas en los relatos de Granizo permiten reconstruir un universo particular, un espejismo, una sombra detrás del espejo.
Sigo pensando en un caleidoscopio en razón de la secuencia de escenas aparentemente inconexas, pero con ligaduras entre sí, como una telaraña de plomo. Una sucesión que se sostiene a través de las mudanzas de la narradora, un intercambio de lugares que funciona como una bisagra, un vehículo de transición, el puente que nos deja ir y venir entre las diferentes partes del libro, literalmente. Hay humor, también. Un tipo de humor rancio, salobre, que arrastra una sonrisa cínica de reconocimiento, porque los personajes están bien delineados, con las características de su humanidad bien distribuidas y dosificadas para concederles el debido peso del drama narrativo. Son, existen, casi llegan a saltar de la página con sus retorcidas maneras literarias y sus neurosis citadinas. Para mí es muy satisfactorio poder recomendar este primer libro de relatos de una escritora que promete más si se lo propone para brindarnos diferentes ficciones poco convencionales. Pueden conseguirlo en cualquiera de las Librerías del Sur a lo largo del territorio nacional. Espero que lo disfruten tanto como yo.