24 de noviembre de 2012

Incoherencias y desahogos.


Acabo de inyectar a mi madre. Ella se queja un poco y asume una postura fetal en la cama. En mi mente chillan todavía los fragmentos que he leído sobre la violación en la cárcel de María Lourdes Afiuni. Pienso que el segundo nombre de mi madre también es Lourdes. Pienso que estoy frente a una mujer disminuida, enferma, adolorida. Pienso que la piel de su cuerpo es muy blanca, muy suave, muy débil. Los escritores tenemos una mente muy febril, nos inventamos imágenes que no están allí con bastante facilidad. Entonces pienso que mi madre pudo apellidarse Afiuni, estar encarcelada, sufrir la tortura y la vejación que esa mujer padeció. Se me hace un nudo en la garganta y aparto la cara, aprieto la inyectadora con fuerza y lo primero que me provoca es clavársela en la frente al primero que venga a decirme que maximizo la situación, que la saco de proporción. Sé que es un pensamiento negativo, mala vibra, y dura poco, pero no puedo evitarlo.

¿Por qué nos pasa esto? ¿Por qué nos sigue pasando? ¿Dónde están las excusas, las justificaciones? Luego pensé en algo más. ¿Quién está al frente de la Defensoría del Pueblo? Una mujer. ¿Quién dirige la Fiscalía General? Otra mujer. ¿Y el Tribunal Supremo de Justicia? ¡Otra mujer! Sin mencionar el Ministerio del Poder Popular para la Mujer y la Igualdad de Género. En fin, ¿cuántas mujeres hay ocupando altos cargos en este infeliz Gobierno? ¿Y ellas qué dicen, qué hacen? ¿Cuál es la respuesta ante esta situación? Prefiero pensar en otra cosa, antes de reventar la inyectadora que todavía sostengo.

Pienso, mientras camino de regreso a la cocina, que estamos anestesiados, que parecemos zombies en una mala película de horror, que seguimos prefiriendo mirar hacia otro lado porque no nos afecta directamente; pero la idea de que pudo tratarse de mi madre es intensa, me descompone, tiemblo un poco ante la mezcla de indignación y arrechera, sí, arrechera, porque no hay otra palabra que defina mejor mi estado de ánimo. Si hubiese sido mi madre, allí, tan enferma como la jueza, ¿qué le diría?, ¿qué frases trilladas usaría conforme acaricio el poco cabello que le está naciendo otra vez?, ¿le digo que todo esto pasará, que lo olvidará algún día?, ¿miento y sugiero acudir a una terapia, a un especialista que la ayude a cubrir la herida tan profunda con una curita? Pienso en el desequilibrio que la atormentó después del asalto que sufrimos en la casa, mientras uno de los malandros acariciaba sus senos con el cañón del revólver, y toda esa arrechera se confabula con la arrechera que siento ahora, se maximiza, se expande, y lo único que se me ocurre es venir y escribir sobre lo que tengo entre pecho y espalda, porque de otra forma me pararía en el balcón a pegar gritos para desahogar mi arrechera (sí, lo vuelvo a decir, sigo arrecho).

¿Qué nos pasó? ¿Dónde está la fractura? ¿Dónde se hizo el quiebre y no nos dimos cuenta? ¿Por qué la apatía, el desasosiego sordo que optamos por ignorar? ¿Todo esto pasa porque él o ella (las víctimas) no somos nosotros mismos, porque no nos chispea de inmediato? ¿Y qué vamos a esperar, que el tren nos lleve por delante? ¿Por qué el maldito silencio, por qué la maldita apatía, coño? Y espero que mis amistades chavistas, las pocas que me quedan, tengan la vergüenza de mantenerse ajenos a mi frustración, que no me vengan con excusas fallidas, porque no tienen peso. ¿Qué dice Iris Varela? ¿Qué piensa Iris Varela? Seguro piensa que se lo tiene bien merecido, sin acordarse de que ella también es madre, que su hija podría pasar por algo tan lamentable. ¿Y la mamá de María Lourdes? ¿Y su hija? ¿Ella sentirá la misma arrechera que me nubla a mí ahora? No, creo que la subestimo; si yo fuera la hija de María Lourdes… no, mejor ni pensarlo.

Tengo miedo que lo que sufrió la jueza en su encarcelamiento pase a formar parte de nuestro folklore nacional, de esas historias o anécdotas que compartimos mientras esperamos a que nos entreguen el pan que compramos o que la cola para pagar la luz y el agua siga avanzando. ¿Y Brito? ¿Alguien se acuerda de Brito? Temo que le echemos tierrita al asunto, para no alterar la precaria situación en la que vivimos y sigamos como si nada hubiese pasado, como hicimos con Brito. Pero mientras sigamos ignorando a los Brito y a las Afiuni de este país, mientras sigamos mirando hacia otra parte, mientras escojamos cruzarnos de brazos y no meternos en cuestiones ajenas, seguiremos inmersos en este hoyo negro que llamamos país y patria. Yo no sé ustedes, pero mi arrechera es inmensa, es mayúscula, estoy lleno de indignación e impotencia. Escribo incoherencias, también lo sé; pero escribir es mi única fuente de desahogo actual, así que perdónenme la descarga.

Y sí, sigo arrecho.