Acabo de inyectar a mi madre. Ella se
queja un poco y asume una postura fetal en la cama. En mi mente chillan todavía
los fragmentos que he leído sobre la violación en la cárcel de María Lourdes
Afiuni. Pienso que el segundo nombre de mi madre también es Lourdes. Pienso que
estoy frente a una mujer disminuida, enferma, adolorida. Pienso que la piel de
su cuerpo es muy blanca, muy suave, muy débil. Los escritores tenemos una mente
muy febril, nos inventamos imágenes que no están allí con bastante facilidad. Entonces
pienso que mi madre pudo apellidarse Afiuni, estar encarcelada, sufrir la
tortura y la vejación que esa mujer padeció. Se me hace un nudo en la garganta
y aparto la cara, aprieto la inyectadora con fuerza y lo primero que me provoca
es clavársela en la frente al primero que venga a decirme que maximizo la
situación, que la saco de proporción. Sé que es un pensamiento negativo, mala
vibra, y dura poco, pero no puedo evitarlo.
¿Por qué nos pasa esto? ¿Por qué nos
sigue pasando? ¿Dónde están las excusas, las justificaciones? Luego pensé en
algo más. ¿Quién está al frente de la Defensoría del Pueblo? Una mujer. ¿Quién
dirige la Fiscalía General? Otra mujer. ¿Y el Tribunal Supremo de Justicia?
¡Otra mujer! Sin mencionar el Ministerio del Poder Popular para la Mujer y la
Igualdad de Género. En fin, ¿cuántas mujeres hay ocupando altos cargos en este
infeliz Gobierno? ¿Y ellas qué dicen, qué hacen? ¿Cuál es la respuesta ante
esta situación? Prefiero pensar en otra cosa, antes de reventar la inyectadora
que todavía sostengo.
Pienso, mientras camino de regreso a la
cocina, que estamos anestesiados, que parecemos zombies en una mala película de
horror, que seguimos prefiriendo mirar hacia otro lado porque no nos afecta
directamente; pero la idea de que pudo tratarse de mi madre es intensa, me
descompone, tiemblo un poco ante la mezcla de indignación y arrechera, sí,
arrechera, porque no hay otra palabra que defina mejor mi estado de ánimo. Si hubiese
sido mi madre, allí, tan enferma como la jueza, ¿qué le diría?, ¿qué frases
trilladas usaría conforme acaricio el poco cabello que le está naciendo otra
vez?, ¿le digo que todo esto pasará, que lo olvidará algún día?, ¿miento y
sugiero acudir a una terapia, a un especialista que la ayude a cubrir la herida
tan profunda con una curita? Pienso en el desequilibrio que la atormentó
después del asalto que sufrimos en la casa, mientras uno de los malandros
acariciaba sus senos con el cañón del revólver, y toda esa arrechera se
confabula con la arrechera que siento ahora, se maximiza, se expande, y lo
único que se me ocurre es venir y escribir sobre lo que tengo entre pecho y
espalda, porque de otra forma me pararía en el balcón a pegar gritos para
desahogar mi arrechera (sí, lo vuelvo a decir, sigo arrecho).
¿Qué nos pasó? ¿Dónde está la fractura?
¿Dónde se hizo el quiebre y no nos dimos cuenta? ¿Por qué la apatía, el
desasosiego sordo que optamos por ignorar? ¿Todo esto pasa porque él o ella
(las víctimas) no somos nosotros mismos, porque no nos chispea de inmediato? ¿Y
qué vamos a esperar, que el tren nos lleve por delante? ¿Por qué el maldito
silencio, por qué la maldita apatía, coño? Y espero que mis amistades
chavistas, las pocas que me quedan, tengan la vergüenza de mantenerse ajenos a
mi frustración, que no me vengan con excusas fallidas, porque no tienen peso.
¿Qué dice Iris Varela? ¿Qué piensa Iris Varela? Seguro piensa que se lo tiene
bien merecido, sin acordarse de que ella también es madre, que su hija podría
pasar por algo tan lamentable. ¿Y la mamá de María Lourdes? ¿Y su hija? ¿Ella
sentirá la misma arrechera que me nubla a mí ahora? No, creo que la subestimo;
si yo fuera la hija de María Lourdes… no, mejor ni pensarlo.
Tengo miedo que lo que sufrió la jueza en
su encarcelamiento pase a formar parte de nuestro folklore nacional, de esas
historias o anécdotas que compartimos mientras esperamos a que nos entreguen el
pan que compramos o que la cola para pagar la luz y el agua siga avanzando. ¿Y
Brito? ¿Alguien se acuerda de Brito? Temo que le echemos tierrita al asunto,
para no alterar la precaria situación en la que vivimos y sigamos como si nada
hubiese pasado, como hicimos con Brito. Pero mientras sigamos ignorando a los
Brito y a las Afiuni de este país, mientras sigamos mirando hacia otra parte,
mientras escojamos cruzarnos de brazos y no meternos en cuestiones ajenas,
seguiremos inmersos en este hoyo negro que llamamos país y patria. Yo no sé
ustedes, pero mi arrechera es inmensa, es mayúscula, estoy lleno de indignación
e impotencia. Escribo incoherencias, también lo sé; pero escribir es mi única
fuente de desahogo actual, así que perdónenme la descarga.
Y sí, sigo arrecho.