11 de diciembre de 2006

El zoológico humano.

Una fiesta infantil es el telón de fondo perfecto para desplegar máscaras y disfraces; aunque no me refiero a los niños. En la mesa en la que he quedado, me rodean madres y amigas de la anfitriona: son mujeres preocupadas por la próxima cita para aumentarse el tamaño de los senos, la consabida inyección de botox, los accesorios de la última temporada y descubrir quién es la mejor vestida hoy...
Por supuesto, mi estupefacción no conoce límites. Me encuentro rodeado de mujeres que parecen sobrevivir en un submundo particular, un país lejano al que sólo ellas poseen acceso, una confortable jaula de cristal que las mantiene ricamente prisioneras. Conforme la velada apresura su paso, me presto al juego frívolo de participar en sus disertaciones: Louis Vuitton, Miami, las fallas de la nana de turno, el cirujano plástico, las infidelidades del marido y las puñaladas verbales que se dan unas a las otras con una sonrisa impecable. Por alguna extraña razón, me parece que contemplo animales salvajes disfrazados de precarios humanos; lo cierto es que debería ser al contrario: mujeres arropadas por pieles de animales, pero en este caso es al revés: animales envueltos en pieles humanas.
¡Y pobre de la que se levante primero de la mesa! Será devorada por la estridencia de los murmullos que deja detrás. La miríada de féminas no se siente amenazada por mí: un despreocupado joven homosexual que se supone entiende a la perfección sus diatribas domésticas, sus escogencias y sus suplicios. No tengo otra opción más que sonreír mientras intento digerir mi desasosiego. Su banalidad. El brillo que nos rodea.
En ese momento, hubiese dado cualquier cosa por intercambiar mis congéneres por otros muy distintos, incluso metamorfosear el fastuoso escenario que nos rodeaba; soñé con una charla amena, chispeante e interesante: libros, prosa, estructuras literarias, pintura, matices, texturas, pinceladas, formas, debate ideológico... cualquier cosa que me sustrajera de aquél zoológico humano. No sé hasta qué punto permanezco cautivo de mi propia ingenuidad, pero no pude evitar sentir lástima por los que me rodeaban. Imaginé cuán grises podrían ser sus vidas comparadas con el caleidoscopio multicolor de mi sencilla existencia; a pesar de que reconozco que está mal comparar: ellas han tenido la libertad de escoger tanto como yo.
¿Si mi vida es mejor? No lo sé; pero ciertamente creo que es menos complicada, menos frívola, más estimulante. Espero que nunca tenga que sucumbir a un peligroso juego de vanidades, de excesos, de disfraces y máscaras...
Ya no soy un niño.

3 comentarios:

Para, creo que voy a vomitar dijo...

Dónde vives tú, en el barrio de "Desesperate Housewives"? ;)

Pocas veces me he visto yo en tu misma tesitura, por no decir ninguna, pero supongo que habría sentido algo parecido. Sin embargo, lejos de sentir desasosiego habría intentado divertirme con ese surrealismo revestido de botox.

gabrielle dijo...

LOL.Desperate Housewives es un nuevo icono de consumo masivo, xq a todos nos ancanta saber lo que se pudre en la nevera del vecino,metaforicamente hablando...de cualquier forma soy mucho mas versatil y adaptable...no me complica una disertacion intelectual a lo Frida Kahlo con Tina Modotti que ponga en peligro mi fama de Blond...asi como me puedo lanzar de lleno a arder en la hoguera de las Vanidades...las ventajas de una former actriz de teatro...
*GABO*

Arquitecturibe dijo...

me gustó mucho este relato....