14 de julio de 2007

Esferas.

El almuerzo está sazonado con comentarios sueltos, picantes, muy bien dispuestos. Las amigas que poseo en Valencia me sirven de conducto hacia una de esas realidades alternas que a veces disfruto. Esta vez se discute sobre la ambivalente situación política del país, los próximos viajes de placer en agosto, la maternidad de una y la inminente boda de otra. Y así, lentamente, su nombre se deja colar… él está presente, sin saberlo, sin imaginárselo, en nuestra cita gastronómica.

Las muchachas debaten sobre su supuesta y encubierta homosexualidad. Ellas opinan, ofrecen, especulan; yo, mientras tanto, me aferro al silencio de mi copa de vino. Contemplo una jauría de depredadoras que parecieran aguardar por mi frase lapidaria; se asemejan a una bandada de buitres sobrevolando un animal herido. Pero insisto en mi retraimiento: no deseo mancillar su resguardada reputación.

Ellas no pueden (no saben) manejar los códigos secretos que yo, homosexual confeso, ya he aprendido a conocer tan bien. Pocas veces he compartido abiertamente con él, pero han sido suficientes para leer a través de sus ojos. ¿Cómo explicarles a estas mujeres la certeza de un roce inesperado? ¿La caricia efímera de una mirada? ¿Un estrechar de manos que se prolonga sutilmente más de lo debido? ¿Un mensaje cifrado entre las líneas de un comentario intrascendente? Pero lo ignoran. Y me cuido de no arrojar luz sobre sus tinieblas.

A través de una paciente lentitud fui coleccionando piezas de un rompecabezas inconexo: hijo de padres burgueses; fracasos sentimentales consecutivos; un padre desempeñándose como uno de los más respetados representantes del poder judicial; una madre absorbida por múltiples tareas benéficas. Ambos soñando y programando un brillante futuro político para el muchacho en el cual han colocado todas sus esperanzas. Una trampa mortal en la que todos han caído irreduciblemente.

Ustedes preguntarán: ¿y él? Bueno. Él juega a equilibrar sus esferas, hacer malabarismos con sus distintas personalidades; y es esto, lo último que he sabido, lo que llama mi atención. El personaje en cuestión trabaja arduamente para una compañía transnacional. Ejerce un alto cargo que le brinda desahogo económico y respeto social; pero no es feliz. Ha implementado un delicado plan para salvaguardar sus múltiples círculos. En un lado, compactos, tiene a sus amigos de Valencia; en otra parte, reposan sus amistades y contactos laborales; más allá, la sagrada estructura familiar, vigilante y esnobista; difuminadas aparecen ciertas conexiones que ha hecho en Caracas, lugar donde trabaja; y en el claroscuro que se sucede, se agazapa el rumor de un clandestino affair con un funcionario del Banco Mundial.

Lo insólito es que balancea todo sin permitir roces entre unos y otros. Ninguno conoce a nadie del otro grupo y así ha sabido llevar su celosa vida privada y pública. Y lo hace con éxito.

Entre nosotros se ha establecido un sutil e inocente flirteo ocasional. Ambos lo sabemos. Ambos lo respetamos. Los dos jugamos a fantasear con las posibilidades. Mi instinto me susurra sobre la certeza de que para él sería yo la pareja ideal, acorde a sus requerimientos; y sé que en su cuerpo se materializan todas esas cualidades fantásticas que he ambicionado en un hombre ideal: sibaritismo, cultura, educación, carisma, virilidad… savoir-faire, pues. Pero el precio es muy alto. Su familia se escandalizaría hasta límites estratosféricos. El hijo ejemplar baja la cabeza. Yo me contento con ver más allá.

Convertirme en su pareja equivaldría a aceptar un papel sombrío en su vida; oculto, secreto, vergonzoso. Y he llegado muy lejos para eso. Sí, él es el hombre ideal, salvo que las circunstancias no son las idóneas. No ahora. Mientras tanto, nos entretenemos en flirtear; él sigue jugando con sus esferas. Y yo… Bueno; yo prosigo mi incesante viaje existencial.

¿Quién sabe con qué otra persona puedo cruzarme sin esperarlo? Allí radica lo esencial de la vida, el viaje infinito, la sorpresa del azar; el romanticismo inquebrantable de un alma crédula y descarada.

6 comentarios:

Para, creo que voy a vomitar dijo...

Dios mío, esto bien podría ser un capítulo de mujeres desesperadas!!! :)

Hay gente que sacrifica su felicidad. Yo no lo entiendo, pero los hay...

Lol V.Stein dijo...

Querido Luisgui:

He releído dos o tres veces tu "artículo", porque me gusta impregnarme de esa coquetería literaria que inyectas.. de esa agudeza visual que transmites con tu decir.. Se ve que eres muy observador y que escribes cada vez con menos prejuicio, con la pluma sensible y a veces temblorosa de pudor, que vences siempre. Te admiro en eso, porque escribir sin máscara es lo más difícil.. En cuanto a lo que cuentas, todos somos cómplices a veces de esa hipocresía social, que sólo oscurece más nuestro carácter.. Entre el deseo y la manifestación verbal hay un abismo y miles de matices que dar.. Pero de todas formas, creo que en todo juego de seducción bien hecho sólo deben ser conscientes dos, y esa sutileza no debiera estar al alcance de un observador, porque y si se rompe la magia?

Y mejor ser tomado por tonto que ser demasiado obvio en cosas íntimas..

Un abrazo

Jose Antonio Vallejo Serrano dijo...

Oh... Bueno... ¿Está macizo?

sergio dijo...

Lusigui querido:

Voy a comentarle en argentino básico. Ahí va:

No es de extrañar que en sociedades tan represivas, homofóbicas (gracias señores curas!!!) como las nuestras, alguien que, para más datos, no es una "loca plumífera" sino todo lo contrario, un señor burgués, vinculado con el poder económico y judicial, se mueva en la forma en que lo hace este caballero.

La decisión de abrirse públicamente, decir como se dice en Argentina "Sí, me la como, ¿y qué?!" supone una valentía o ligereza que no todos poseen.

En cuanto a usted, no se "enrosque" tanto con eso de quedar en las sombras. Si se da, si la cosa "pinta", vaya pa delante. Total "un polvo no se le niega a nadie", menos al hombre de sus sueños. Eso sí, vaya al encuentro "cero" expectativas pues esos "tipitos" llegado el caso se "casorean", tienen hijos, se compran una casita en los arrabales y en las noches fantasean con que se los "coge" el jardinero.

Un abrazo.

Re[i]nata dijo...

Me gusta, pero soy de las que leen poco. Beso.

El Castor dijo...

Si adoptas el personaje que la familia y la sociedad te imponen no eres un ser libre. Hay una falta de autenticidad y de coraje. En suma, un poco siniestro.