¿Qué tendría de malo querer pasar el otoño en Nueva York, la primavera en París y el invierno entre mis libros no leídos? ¿Cuál es el problema en preferir a Catherine Deneuve, Melina Mercouri, Silvana Mangano y Jeanne Moreau antes que cualquier recién llegada de cuerpo escultural? ¿Por qué provoco silencios (por no mencionar las cejas arqueadas) cada vez que menciono a Ethel Merman, Ella Fitzgerald y Shirley Bassey como mis cantantes favoritas?
Con los años he tenido que aprender a vivir con las contradicciones, los anacronismos y las divergencias. No ha sido suficiente con ser homosexual en un país eminentemente machista, con tener deseos de escribir en un remoto pueblo de provincia, con esperar por el amor verdadero dentro de un grupo antagonista que celebra la promiscuidad como un escape emocional; no, no ha sido suficiente. Hay más.
Prefiero a la Callas por encima de cualquier cosa; las formas de Picasso, las bailarinas de Degas y el erotismo de Klimt; cuando voy a la playa con mis amigas, mientras ellas se tuestan al sol, yo sueño con empaparme en la gama iridiscente del mar, nado lejos, zambulléndome de un color al otro.
Me gusta llorar. Lo confieso. Soy muy sensible. Puedo llorar ante el final de una película que me ha gustado, así como frente a un atardecer de tonos tostados. Cuando llueve, me siento sublimado. La lluvia me relaja, me inspira, me seduce. No puedo evitarlo; pero me encanta despertar y ver a través de mi ventana el azul intenso queriendo meterse en mi habitación. Me gusta la comida sazonada con muchas especias, la pasta ¡y el sushi! No obstante, detesto la langosta, los calamares, las ostras y cualquier cosa que venga del mar.
Mi color favorito es el verde. Disfruto con el azul, lila, naranja, rojo y prefiero el negro riguroso para una ocasión especial. Me repugna el blanco (a menos que esté en la playa) y el violeta intenso. No sé si esto último tenga que ver con el hecho de haber sido criado dentro de una familia muy católica, aunque hoy en día me declaro en contra de cualquier religión: si hay algo que me moleste, eso es el dogma.
Por cierto, tengo entendido que la única religión que no condena la homosexualidad es el budismo…
¿Mencioné que adoro la pintura? Tengo poco tiempo practicándola, pero me declaro amante del óleo (espero que Moribundo no lo tome a mal). Escribir y pintar: dos disciplinas que me ayudan a expresarme. ¿Por qué? Porque a pesar de ser un espontáneo gay, me confieso introvertido, extremadamente tímido. A través de ellas puedo vincularme con exquisita y absoluta libertad. Soy yo.
No creo en política.
Creo en el amor a primera vista.
Me puedo enamorar de una mirada, de un cuerpo, de un gesto (Sí: también puedo ser banal).
Amo caminar (entiéndase deambular), hablar solo, sonreír, caminar descalzo, perderme y volverme a encontrar. El frío me produce dolor de cabeza. El calor intenso me genera estrés. Prefiero las fotografías en sepia. Y el romance, el romance, el romance… ¿Ya dije que soy muy romántico?
Deliro por los capítulos de Sex & the City y por las producciones Merchant-Ivory (¡Muero por el cine de época!). Fantaseo con los temas de Stephen Sondheim y los Nocturnos de Chopin. Las cenas de gala y un picnic campestre. Las noches estrelladas y las mañanas sin nubes.
Algunas veces me confunde mi propia ambivalencia, pero la mayor parte la disfruto, como si fuese el protagonista de una emocionante película de aventuras. ¿Soy contradictorio? Sí; pero he aprendido a amar esta sincronía de contradicciones.
¡Ah! Recién finalizo de ver el film británico Ladies in lavender, con las maravillosas Judi Dench y Maggie Smith. La recomiendo ampliamente. Y, por supuesto… lloré al final.
Con los años he tenido que aprender a vivir con las contradicciones, los anacronismos y las divergencias. No ha sido suficiente con ser homosexual en un país eminentemente machista, con tener deseos de escribir en un remoto pueblo de provincia, con esperar por el amor verdadero dentro de un grupo antagonista que celebra la promiscuidad como un escape emocional; no, no ha sido suficiente. Hay más.
Prefiero a la Callas por encima de cualquier cosa; las formas de Picasso, las bailarinas de Degas y el erotismo de Klimt; cuando voy a la playa con mis amigas, mientras ellas se tuestan al sol, yo sueño con empaparme en la gama iridiscente del mar, nado lejos, zambulléndome de un color al otro.
Me gusta llorar. Lo confieso. Soy muy sensible. Puedo llorar ante el final de una película que me ha gustado, así como frente a un atardecer de tonos tostados. Cuando llueve, me siento sublimado. La lluvia me relaja, me inspira, me seduce. No puedo evitarlo; pero me encanta despertar y ver a través de mi ventana el azul intenso queriendo meterse en mi habitación. Me gusta la comida sazonada con muchas especias, la pasta ¡y el sushi! No obstante, detesto la langosta, los calamares, las ostras y cualquier cosa que venga del mar.
Mi color favorito es el verde. Disfruto con el azul, lila, naranja, rojo y prefiero el negro riguroso para una ocasión especial. Me repugna el blanco (a menos que esté en la playa) y el violeta intenso. No sé si esto último tenga que ver con el hecho de haber sido criado dentro de una familia muy católica, aunque hoy en día me declaro en contra de cualquier religión: si hay algo que me moleste, eso es el dogma.
Por cierto, tengo entendido que la única religión que no condena la homosexualidad es el budismo…
¿Mencioné que adoro la pintura? Tengo poco tiempo practicándola, pero me declaro amante del óleo (espero que Moribundo no lo tome a mal). Escribir y pintar: dos disciplinas que me ayudan a expresarme. ¿Por qué? Porque a pesar de ser un espontáneo gay, me confieso introvertido, extremadamente tímido. A través de ellas puedo vincularme con exquisita y absoluta libertad. Soy yo.
No creo en política.
Creo en el amor a primera vista.
Me puedo enamorar de una mirada, de un cuerpo, de un gesto (Sí: también puedo ser banal).
Amo caminar (entiéndase deambular), hablar solo, sonreír, caminar descalzo, perderme y volverme a encontrar. El frío me produce dolor de cabeza. El calor intenso me genera estrés. Prefiero las fotografías en sepia. Y el romance, el romance, el romance… ¿Ya dije que soy muy romántico?
Deliro por los capítulos de Sex & the City y por las producciones Merchant-Ivory (¡Muero por el cine de época!). Fantaseo con los temas de Stephen Sondheim y los Nocturnos de Chopin. Las cenas de gala y un picnic campestre. Las noches estrelladas y las mañanas sin nubes.
Algunas veces me confunde mi propia ambivalencia, pero la mayor parte la disfruto, como si fuese el protagonista de una emocionante película de aventuras. ¿Soy contradictorio? Sí; pero he aprendido a amar esta sincronía de contradicciones.
¡Ah! Recién finalizo de ver el film británico Ladies in lavender, con las maravillosas Judi Dench y Maggie Smith. La recomiendo ampliamente. Y, por supuesto… lloré al final.