La noticia sobre la escogencia de los participantes para la V Semana de la Nueva Narrativa Urbana provocó cierto entusiasmo en mi piel. Me permitió recordar las sensaciones que me asaltaron un año atrás, cuando supe que también había quedado entre los escogidos para participar de ese evento significativo. Rememoro ahora la mezcla ambivalente de nerviosismo y excitación, de gozo mal disimulado, de temor absoluto ante lo desconocido y la certeza de que se abrían nuevas puertas para mi desarrollo literario. Representó una oportunidad única para entrar en contacto con otros escritores y narradores en franca proyección; aunque la experiencia en sí fue mucho más estimulante de lo que yo esperaba.
Leer el material propio ante una gran audiencia es y será siempre, para algunos, una experiencia memorable. Uno siente la adrenalina golpeando en cada palabra, entre los párrafos, conforme se pasan las páginas de una historia donde se desconoce el final, porque la lectura no finaliza con el último punto, sino con las opiniones e interpretaciones que el público pueda ofrecer. Creo que es allí cuando comienza la verdadera prueba, el susto íntimo, la sorpresa ante lo desconocido. Puede suceder que a los aplausos siga un prolongado silencio, con los asistentes reacios a compartir sus observaciones; también es probable que de pronto la sala se anime con múltiples visiones sobre un mismo tema. Pero cualquiera que sea el resultado, la experiencia es la misma: intensa, vívida, emocionante, memorable.
Cuesta un poco describir la sensación que provoca un extraño al acercarse y comentar sus apreciaciones, ese rostro anónimo que habla sobre lo que uno ha leído y ofrecido como si se tratara de un sacrificio pagano en un templo literario; porque es muy distinto cuando un autor publica su obra y los lectores la gozan o critican en la intimidad de su mente, sin contacto directo, sin la proximidad de unas pupilas taladrando las respuestas. En la inmediatez que concede la Semana de la Nueva Narrativa Urbana hay mucho de ese acercamiento verbal que no permite la lectura en soledad, posterior, ya publicada de un material escrito. Parte de eso se debe a la excepcional tarea que realizan Ana Teresa Torres y Héctor Torres cada año, leyendo cientos de historias, decantando las anécdotas, filtrando los temas, hasta delimitar todo en 15 participantes que leerán sus trabajos cada noche, acompañados por un autor experimentado que comentará las distintas propuestas narrativas.
Me complace entonces descubrir estas nuevas voces, nuevas aproximaciones al arte de contar, distintos nombres que abordarán escenarios disímiles con cada intervención: Alexis Pablo, Carlos Patiño, Dulce Penélope, Graciela Yánez Vicentini, Harold Mota, Hernán Lameda, Jesús Ernesto Parra, John Manuel Silva, Marcel Ventura, María Eugenia Mayobre, María Ignacia Alcalá, Maryorie Landaeta, Michelle Roche Rodríguez, Noelia Depaoli y Ricardo Ramírez Requena. Cada uno aportando lo mejor de su esfuerzo literario, su forma de contar, su visión particular del mundo que nos rodea. Cada uno ganándose su puesto en una lista especial de autores que han recorrido caminos disímiles dentro de su trayectoria narrativa: Fedosy Santaella, Carlos Villarino, Marianne Díaz Hernández, Gabriel Payares, Adriana Villanueva, Roberto Martínez Bachrich, Jesús Nieves Montero, Rodrigo Blanco Calderón, Dayana Fraile, Gabriel Torrelles, Salvador Fleján, Gisela Kozak, Leo Felipe Campos, Vicente Ulive-Schnell, Pedro Enrique Rodríguez, Keila Vall DelaVille y Rafael Osío Cabrices, entre muchos otros.
Para todos, mis sinceras felicitaciones, deseando que cada una de sus lecturas e intervenciones sea tan significativa como lo fue para mí. Éxitos.