3 de abril de 2010

Uganda en Ricky Martin

Apenas el comunicado se hizo público, la noticia le dio la vuelta al mundo como si se tratara de un reguero de pólvora. Hasta cierto punto, daba lástima verificar la enfermiza curiosidad de la raza humana. Mucha gente se sintió con derecho a emitir su opinión con respecto a la sexualidad de un hombre que finalmente se decidía a asumir su rol homosexual. Pero qué significado tiene todo esto en el fondo, por qué la necesidad de crear tanto alboroto alrededor de un tema que debería ser íntimo y privado. Con quién te acuestas y cómo lo haces no debería ser de la incumbencia general. Algunos aducen que tienen derecho porque el cantante en cuestión es una figura pública; me pregunto entonces cómo se sentirían esos miles de curiosos si uno se propusiera hurgar en sus propias manías sexuales, en sus escogencias, en sus posibles fracasos eyaculatorios o en los orgasmos fingidos.

¿Qué es lo interesante de Ricky Martin? ¿Por qué la necesidad de crear tanto alboroto sobre un hombre que no tiene necesidad de ofrecer explicaciones? Entonces me pregunto sobre las razones que impulsan este comportamiento, esta manía de involucrarse con las estrellas y sus vidas privadas, como si se tratara de un vecino atractivo o de una prima licenciosa. En cambio, la noticia de que Uganda planea sancionar una ley que justificaría el encarcelamiento y la pena de muerte para los homosexuales apenas si tuvo publicidad. Pareciera que lo importante sea la banalidad, la frivolidad del espectáculo, en vez de la preocupación por ciertos derechos que se vulneran en otras partes del mundo.

Quizás mi punto de vista sea bastante ingenuo, estoy consciente de ello, porque me siento como un Quijote moderno enfrentando diferentes molinos de viento; pero creo que es necesario alzar la voz y llamar las cosas por su nombre. Así como la prensa mundial comenta e invierte tinta en escudriñar la vida privada de un artista homosexual, también debería abrir el compás y mencionar las violaciones de los derechos humanos en Uganda; porque lo que incluye el proyecto legislativo no augura nada bueno para ese pequeño país de África. La mencionada ley incluye la posibilidad de denunciar comportamientos que sugieran la posibilidad homosexual, la extradición si han huido al extranjero para ser procesados dentro del país, la creación de un sistema de denuncias donde incluso los miembros de la familia se vean obligados a acusar a sus propios hijos, hermanos, sobrinos o parientes directos. Y la pena capital como la guinda de la torta judicial. Nada menos.

Quise investigar un poco más al respecto, pero me deprimió un poco descubrir la poca relevancia internacional que esta denuncia tuvo. Los miembros GLBT del país se preocuparon de movilizar a la prensa mundial para que recogieran la denuncia, pero la cosa no pasó de presentarse en una página interna, al fondo, escuetamente reseñado; entonces uno entiende la indignación de estos colectivos cuando la nota de Ricky Martin golpeó todas las portadas periodísticas del planeta. ¿Importa más la sexualidad de un solo hombre por encima de medio millón que corre el riesgo de ser asesinados (porque no existe otra palabra) sencillamente porque piensan y disfrutan del sexo de forma no convencional? ¿En qué nos hemos convertido como sociedad? ¿Dónde quedan los siglos de evolución en contra del oscurantismo? Lo que da es pena, no otra cosa.

Hoy quise hablar de eso, aportar mi voz, a pesar de que estoy consciente de que otros temas más superficiales acallarán cualquier intento mío o ajeno; pero sé que estoy haciendo lo correcto. Cada uno de nosotros tiene el derecho incuestionable de hacer y disfrutar del sexo como mejor le parezca, de forma consensuada, sin herir ni maltratar al otro, en la privacidad de su hogar. Cualquier sanción que pretenda regular esto, penalizarlo, juzgarlo, es una muestra de abuso y falta de madurez social. En este caso particular son los homosexuales; mañana podrían ser los negros, los judíos, los asiáticos, las personas con discapacidades, las mujeres; no lo sé. Lo que sí sé es que aparentemente nada aprendimos como sociedad luego de descubierto el genocidio que practicaron los nazis. Pareciera que somos los únicos condenados a tropezar con la misma piedra más de una vez. Y resulta patético decirlo siempre. Pero qué importa: mientras Ricky Martin siga cantando, Uganda puede continuar encarcelando y matando homosexuales como mejor le parezca. El silencio es la ley. Sigamos Living la vida loca.

2 comentarios:

Maria Eugenia dijo...

es cierto, que Ricky siga cantando, todo lo demás es irrelevante.

Vicente dijo...

Que los medios hagan fiesta con lo de Ricky es condenable, pero yo exijo que Evo Morales sea procesado por homófobo:
http://li.co.ve/bnE
Ser homosexual no es una desviación, señor imbécil. Avanzar tal tipo de propósitos es inmoral y debe ser sujeto a todo el peso de la ley.