Mi madre tiene una celebración especial cada cierto tiempo. No se trata de una ocasión regular, pero la disfruta cuando sucede. La última vez que asistió a ella fue el pasado mes de enero. Se reunió con sus antiguos compañeros del liceo para conmemorar los 42 años que tienen de graduados. Una sola vez me tocó acompañarla, siendo adolescente, y me quedó la impresión vívida de un grupo heterogéneo, receptivo, donde las risas y las bromas y las remembranzas eran el denominador común. Fue como un pequeño guijarro que se quedó atrapado entre los pliegues de mi memoria. Lo recordé todo de nuevo cuando la vi arreglarse para asistir a la fiesta que organizaron a principios de este año. Salió y regresó contenta, rejuvenecida, con nuevas historias y anécdotas para saborear con la nostalgia.
A la par de su fiesta, otro recuerdo se agitó con insistencia. Quiso la casualidad que también este año se conmemoraran 20 años desde mi propia graduación. Gracias a la valiosa herramienta de las redes sociales (entiéndase Facebook) he podido reencontrarme con algunos de mis antiguos compañeros de salón. No eran muchos, pero a través de ellos podía echar una cuerda hacia espacios pretéritos y volver a reír con algunos eventos que compartiéramos entonces. A raíz de la celebración a la que acudió mi madre, pensé en cómo sería organizar otro reencuentro similar, con mis viejos amigos. La verdad es que nunca imaginé que sería algo tan complejo.
Poco a poco, preguntando aquí y allá, comencé a filtrar la idea de arreglar una reunión de ex alumnos con los miembros de mi promoción. Las primeras voces se mostraron entusiastas, alegres, dispuestas a ayudarme en lo posible. Creo que esos gestos terminaron de espantar las dudas iniciales del proyecto. También ayudó comprobar lo eficiente que había sido el reencuentro de mi madre, aunque asimilé que organizar algo semejante requería de mucha logística y horas perdidas. Pero quise ponerme manos a la obra. Abrí un grupo en Facebook con el nombre de nuestra promoción, agregué a los contactos que tenía de esa época, expliqué que deseaba arreglar un reencuentro con los integrantes de mi salón; pero el asunto se escapó de mis manos. La bola de nieve ya corría cuesta abajo.
No sé quién lo inició, pero pronto comenzaron a aparecer otros rostros, otros nombres, otras voces del pasado, entusiasmadas con la idea. Descubrí que ya no se trataba sólo de los alumnos de mi sección, sino que la idea original se metamorfoseaba en algo más vasto y ambicioso. Los que iban ingresando al grupo dejaban sus opiniones, recordaban otros nombres, agregaban a sus respectivos compañeros de salón, y así, lentamente, todo se transformó en algo mucho más complejo. Confieso que sentí algo de pánico al ver la magnitud y el tamaño en que se convertía una idea sencilla y espontánea. Pero conforme pasaron los días, entendí que el proyecto se había diversificado casi por cuenta propia, con su dinámica particular, y agradecí que otras personas colaboraran desinteresadamente con el proyecto. Ya no se trataba de 32 ex alumnos, un almuerzo, risas y recuerdos compartidos, una despedida amena y la promesa de no perder el contacto; ahora se había convertido en una reunión que involucraba poco más de 200 personas, un sitio más amplio, una logística diferente, con planes que abarcaran a toda esa gente. Pero ya los planes estaban en marcha.
Gracias a la ventaja de las mismas redes sociales, el boca en boca, los contactos directos e indirectos, el grupo ha ido creciendo exponencialmente. Ya nos acercamos a la centena, y creo que de aquí a julio, fecha propuesta para la reunión, son muchos los rostros y nombres que se anexarán al evento. Lo cierto es que todo esto me emociona bastante: la posibilidad de reencontrarme con gente que no he visto en 20 años, compartir historias comunes de una época ingenua y sencilla, rememorar anécdotas de la etapa adolescente, siempre tan turbulenta y festiva: los primeros amores, la despedida del hogar, los planes para un futuro incierto; todo amalgamado en una tarde veraniega que promete eso y bastante más. También tendremos la oportunidad de recordar a los que ya no están con nosotros, gente que por distintas razones emprendió un viaje distinto al nuestro y donde nos llevan la ventaja espiritual.
Sospecho que será una tarde salpicada de chistes, lágrimas, sorpresas, viejas fotografías, miradas inquisitivas (¿Eres tú? ¡Sí, eres tú!) y nuevas promesas de volver a vernos pronto. Mi madre ha asistido ya a tres reuniones similares, cuando celebraron los 20 años de graduados, luego el trigésimo aniversario y finalmente el de este año (su promoción es del año 1969, y ambos estudiamos en el mismo liceo). Quiero creer que este ansiado reencuentro podría ser el primero de muchos por venir. Si mal no recuerdo, hay quien dice que debemos cuidar esas amistades adolescentes, pues serán las que nos ayuden a llenar los espacios en blanco de nuestra memoria en la madurez. Desde ya me preparo a tomar nota de todo lo que compartamos ese día tan especial.
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