18 de diciembre de 2012

¿Vamos a seguir comprando pan?


Supongamos por un momento que usted va a una panadería a comprar pan. Es una actividad sencilla, sin complicaciones, donde se conoce bien lo que hay que hacer. Entonces la persona que lo atiende, luego de pedir su orden, le responde con un garrotazo; lógicamente usted pide hablar con el dueño, con la persona encargada de dirigir la panadería, y este señor viene y sin más le propina otro garrotazo. Lo más probable es que usted se sienta desorientado, incapaz de asimilar lo sucedido, y decide que no comprará más pan en ese sitio. Mucho después, le convencen para que regrese al mismo lugar y vuelva a comprar pan, pero al intentar hacer lo mismo que antes hizo, le asestan otro garrotazo (Manuel Rosales) y las escenas se repiten.

No obstante lo sucedido, a pesar del dolor residual de los primeros golpes, desoyendo la voz del sentido común, usted, como es una persona honesta y confiada, al ver la insistencia de sus amigos en decir que las condiciones están mejoradas en la susodicha panadería, accede a hacer sus compras en el mismo establecimiento, aunque una vocecita interior le advierte que se mantenga alerta; pero como ve la cantidad de gente que también se cree la promesa del cambio en la atención, lo más fácil es seguir la corriente y prepararse para hacer su pedido. ¿Cuál es la sorpresa? Ninguna. Usted vuelve a recibir otro leñazo (Henrique Capriles), más contundente, si se quiere, y entonces (una reacción natural) decide botar tierrita y decidir que no comprará más pan en esa panadería. Bastante sencillo, ¿no?

Estoy seguro de que existen analogías mejores, análisis más sesudos sobre lo que pasó en las últimas elecciones venezolanas, pero a mí no me gusta complicarme la vida. Intento mirar más allá de los números y las explicaciones académicas; puede ser un punto de vista simplista, no lo niego, pero creo que no tenemos porqué enredar lo que no está enredado. Piense, piense un poco y pregúntese: ¿a cuántas elecciones hemos asistido?, ¿dónde están las garantías blindadas?, ¿quién se encarga de defender hasta el último voto frente al dueño de la panadería? Muchos critican que numerosas gobernaciones se perdieron debido a la abstención, y, ojo, no lo justifico, pero sí lo entiendo. ¿Qué esperaban? ¿Creyeron que después de la zaparrapanda de garrotazos recibidos en octubre, la gente saliera sonriente a votar ahora? Existe algo que se llama ratón moral, y muchos (muchísimos) lo sentimos al saber el resultado de las elecciones presidenciales y la tibieza con que la oposición asumió su derrota.

Desde mi trinchera, el asunto sigue siendo sencillo. No se trata de supurar por la herida, no se trata de no querer ver la realidad, no se trata de edulcorar el amargo trago de una derrota, no; reconozco que no soy político, ni pretendo hacer análisis políticos sobre lo que sigue sucediendo, pero, carajo, uno lee los periódicos, oye las declaraciones, piensa en lo que pasa, y medianamente trata de mirar más allá del humo que queda después de cada y-que-sufragio. ¿Ustedes no sienten que a pesar del tiempo transcurrido, de las elecciones superadas, seguimos estancados en el mismo fango? ¿Ustedes creen que la gente es tonta? Yo entiendo que prefieran el facilismo con el que los tienta el Gobierno, pero la gente no es tonta. Esa cantidad de muertos que se acumulan cada semana, ¿ustedes creen que son oligarcas y burgueses que se echan plomo porque están aburridos de contar su dinero? No me jodan.

Muchos creemos que la Oposición sigue confiada en que se enfrenta a un adversario que respeta las reglas. Muchos creemos que la pasividad opositora (ese corrido rumor de que se reconoce una rápida derrota para evitar derramamientos de sangre, como si no corriera ya campantemente) es permisiva. Muchos creemos que el árbitro no es imparcial, pero nadie hace algo sensato para remediarlo. Es más: si reconocemos que el susodicho árbitro no es imparcial, ¿para qué seguimos yendo a la misma panadería una y otra vez? Hay decisiones incomprensibles para mí. Tal vez cualquiera de ustedes me diga que continuamos votando porque no existe otra opción, porque hay que seguir las reglas del juego, porque hay que ser democrático. Y estoy de acuerdo, claro, pero eso funciona si el dueño de la panadería también cree que debemos atenernos a las reglas democráticas, ¿no?

El punto es que estoy molesto. Me siento decepcionado, burlado, utilizado, con mis derechos pisoteados, porque la dirigencia opositora pareciera que prefiriese seguir jugando, manteniendo un fulano equilibrio que no existe, apareciendo cada vez más como una entelequia que sólo ofrece promesas y planes futuros, pero nada hace para remediar este farragoso presente. Yo no digo que aplauda una solución no democrática, un golpe militar o una vaina de esas, porque pienso que no somos animales en plena jungla; pero sí creo que hemos sido demasiado permisibles con la conducta del otro, del que adversamos políticamente, y que seguir poniendo las mejillas es una decisión ilógica si quien nos pide que la pongamos no hace nada para garantizar que no nos salgan con otro garrotazo. Bajo esa luz, entiendo (ojo, lo entiendo, pero no lo comparto) la idea de evadir una responsabilidad porque unos y otros ya sabemos lo que va a pasar. Y si lo sabemos, ¿para qué perder el tiempo en asistir a un remedo que nada soluciona?

¿Usted no oyó las justificaciones? Frases como: ¿para qué votar si ellos igual van a ganar?, ¿para qué hacer una cola si ya los resultados están maquillados? Es decir: ¿para qué ir a comprar pan si ya tengo varios chichones? La verdad, créanme que entiendo bien y por eso no critico ferozmente a los que decidieron no asistir a las elecciones del pasado domingo. Quizás mañana alguien me lo explique bajo otro punto de vista y lo entienda mejor; quizás mañana descubra cuán equivocado estoy ahora; quizás pasado mañana logre ver más allá de la rabia y la incomprensión; quizás el mes que viene (si sobrevivimos al cataclismo del 21) la luz se haga y diga “Bueno, si hubiese sabido esto antes…”; pero justo en este momento me siento muy, muy decepcionado, y no logro asimilar tanta flaccidez opositora.

Entonces lo que queda es lamerse las heridas y lamentarse de que seamos un país tan hermoso, tan cálido, tan amable, pero al mismo tiempo tan cortoplacista, tan vivo-pendejo, tan conformista, tan reacio a trabajar duro y devolverle el garrotazo al dueño de la panadería pero con planes inteligentes y adecuados a la realidad mugrienta de la panadería. A este paso, creo que será muy difícil que vayamos a comprar más pan cuando nos inviten de nuevo. 

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