Todo comenzó con una inocente llamada telefónica. Poco podía saber sobre el descubrimiento que se dirigía hacia mí a una velocidad supersónica. Imagino que su trascendencia me tomó desprevenido, pero reconozco que la mayoría de tales eventos no suelen avisar acerca de su contenido.
Allí estaba yo, intentando comunicarme con Angel: si acaso el amigo que he tratado por más tiempo en mi existencia; casi 25 años compartiendo risas, lágrimas, desamores e ilusiones. El clímax de nuestra relación se produjo en la época del liceo; entonces nos limitábamos a vivir la vida un día a la vez, sin preocuparnos por lo que sucedería después. Y a pesar de nuestras diáfanas diferencias (socioeconómicas, de orientación sexual, culturales), nos ocupamos de encontrar siempre un punto de equilibrio.
Angel estuvo allí cuando enfrenté mi primera relación homosexual, tendiéndome su hombro atento para soliviantar mis dudas; juntos transitamos el dolor del fallecimiento de su primera hija; mis palabras le brindaron aliento luego del penoso divorcio y él se ocupó de darme apoyo cuando asumí que, tras diez largos años, el hombre con el que compartía mi vida no era el mismo del que me había enamorado al principio.
Eventualmente, por supuesto, fuimos tomando una discreta distancia. Yo continué mis estudios fuera del pueblo donde nacimos, comencé a interesarme por la escritura y a satisfacer mis ansias de ver mundo. Él se permitió entregarse al gozo de su nueva soltería y abrió una pequeña consultoría académica. Matemáticas, Física, Biología, Química, Trigonometría, Cálculo… su lenguaje se adecuó a los números que tan bien aprendió a manejar, mientras yo me encontraba con Simone de Beauvoir, Anaïs Nin, Gide, Duras, Sartre y Heidegger.
Estos últimos años parecíamos haber perdido cualquier nexo restante, pero nos las ingeniábamos para intercambiar llamadas y cortas visitas. Reíamos igual, seguíamos compartiendo el mismo pasado y evocábamos graciosas reminiscencias. ¿Qué fue entonces lo que pasó? ¿Dónde estuvo la ruptura definitiva?
Ayer me dejó saber, muy despreocupadamente, que nuestro acostumbrado encuentro de la semana pasada no se efectuó porque estaba de viaje, preparando todo lo concerniente a la fiesta…
- ¿Qué fiesta?-pregunté con inocencia.
- Bueno… Todo lo del matrimonio, pues.
- ¿Matrimonio? ¿Y quién se casó ahora?
- Yo mismo.-remató con una risa fría.
Hacía mucho tiempo que mi mente no quedaba en blanco por completo. No supe qué decir ni cómo reaccionar. El amigo más longevo que tenía había contraído matrimonio y ni siquiera pudo participarme. El silencio abrupto que se sobrevino plasmó con amplitud la mezcolanza emotiva que me asaltó: incredulidad, desilusión; un peso muerto.
- ¿Y por qué no me avisaste?
- No fue nada importante. Además, todo se mantuvo íntimo y pequeño.
¿¡Íntimo y pequeño!? O sea, ¿yo era un desconocido?
La conversación finalizó entre bromas estériles y pausas graves. Colgué el teléfono sintiendo como si me hubiesen arrebatado un pedazo de vida sin mi consentimiento. Después de tantos años, quedábamos reducidos a… ¿a qué? Al principio, luego de asimilar la noticia, estuve tentado de justificar todo a un berrinche de mi parte; quizás estaba maximizando mis reacciones, la forma de ver las cosas… Pero, ¿era así?
¿Tanto nos habíamos alejado sin darme cuenta? ¿Podía la transformación y los senderos tomados separarnos tan abruptamente? Y él se notaba tan relajado, tan lineal. Incluso, sobre la marcha, planifiqué discutirlo con él; pero casi al mismo tiempo me golpeó la simplicidad del hecho: era como pretender llorar sobre la leche derramada. No nos hemos convertido en extraños, mas el fuerte vínculo que alguna vez nos unió se ha distendido mucho, inexorablemente. Irremediablemente.
Somos senderos que se bifurcan. Él con su nueva esposa; yo con mis páginas secretas. Sé que no estoy haciendo una tormenta en un vaso de agua; sólo me impacta internalizar la magnitud de lo sucedido, porque no estoy enfocándome nada más en lo acontecido ahora; contemplo más allá, hacia los viejos caminos abandonados.
Continuará…
Allí estaba yo, intentando comunicarme con Angel: si acaso el amigo que he tratado por más tiempo en mi existencia; casi 25 años compartiendo risas, lágrimas, desamores e ilusiones. El clímax de nuestra relación se produjo en la época del liceo; entonces nos limitábamos a vivir la vida un día a la vez, sin preocuparnos por lo que sucedería después. Y a pesar de nuestras diáfanas diferencias (socioeconómicas, de orientación sexual, culturales), nos ocupamos de encontrar siempre un punto de equilibrio.
Angel estuvo allí cuando enfrenté mi primera relación homosexual, tendiéndome su hombro atento para soliviantar mis dudas; juntos transitamos el dolor del fallecimiento de su primera hija; mis palabras le brindaron aliento luego del penoso divorcio y él se ocupó de darme apoyo cuando asumí que, tras diez largos años, el hombre con el que compartía mi vida no era el mismo del que me había enamorado al principio.
Eventualmente, por supuesto, fuimos tomando una discreta distancia. Yo continué mis estudios fuera del pueblo donde nacimos, comencé a interesarme por la escritura y a satisfacer mis ansias de ver mundo. Él se permitió entregarse al gozo de su nueva soltería y abrió una pequeña consultoría académica. Matemáticas, Física, Biología, Química, Trigonometría, Cálculo… su lenguaje se adecuó a los números que tan bien aprendió a manejar, mientras yo me encontraba con Simone de Beauvoir, Anaïs Nin, Gide, Duras, Sartre y Heidegger.
Estos últimos años parecíamos haber perdido cualquier nexo restante, pero nos las ingeniábamos para intercambiar llamadas y cortas visitas. Reíamos igual, seguíamos compartiendo el mismo pasado y evocábamos graciosas reminiscencias. ¿Qué fue entonces lo que pasó? ¿Dónde estuvo la ruptura definitiva?
Ayer me dejó saber, muy despreocupadamente, que nuestro acostumbrado encuentro de la semana pasada no se efectuó porque estaba de viaje, preparando todo lo concerniente a la fiesta…
- ¿Qué fiesta?-pregunté con inocencia.
- Bueno… Todo lo del matrimonio, pues.
- ¿Matrimonio? ¿Y quién se casó ahora?
- Yo mismo.-remató con una risa fría.
Hacía mucho tiempo que mi mente no quedaba en blanco por completo. No supe qué decir ni cómo reaccionar. El amigo más longevo que tenía había contraído matrimonio y ni siquiera pudo participarme. El silencio abrupto que se sobrevino plasmó con amplitud la mezcolanza emotiva que me asaltó: incredulidad, desilusión; un peso muerto.
- ¿Y por qué no me avisaste?
- No fue nada importante. Además, todo se mantuvo íntimo y pequeño.
¿¡Íntimo y pequeño!? O sea, ¿yo era un desconocido?
La conversación finalizó entre bromas estériles y pausas graves. Colgué el teléfono sintiendo como si me hubiesen arrebatado un pedazo de vida sin mi consentimiento. Después de tantos años, quedábamos reducidos a… ¿a qué? Al principio, luego de asimilar la noticia, estuve tentado de justificar todo a un berrinche de mi parte; quizás estaba maximizando mis reacciones, la forma de ver las cosas… Pero, ¿era así?
¿Tanto nos habíamos alejado sin darme cuenta? ¿Podía la transformación y los senderos tomados separarnos tan abruptamente? Y él se notaba tan relajado, tan lineal. Incluso, sobre la marcha, planifiqué discutirlo con él; pero casi al mismo tiempo me golpeó la simplicidad del hecho: era como pretender llorar sobre la leche derramada. No nos hemos convertido en extraños, mas el fuerte vínculo que alguna vez nos unió se ha distendido mucho, inexorablemente. Irremediablemente.
Somos senderos que se bifurcan. Él con su nueva esposa; yo con mis páginas secretas. Sé que no estoy haciendo una tormenta en un vaso de agua; sólo me impacta internalizar la magnitud de lo sucedido, porque no estoy enfocándome nada más en lo acontecido ahora; contemplo más allá, hacia los viejos caminos abandonados.
Continuará…
6 comentarios:
Wow, alguien muy valiente tenemos aquí. Yo no me atrevería a poner mis escritos literarios en mi blog; lo que usualmente hago es sacar ideas de él para incluirlas en mi escritura, más bien. No lo sé, hay una sensación de incertidumbre y de entrega apresurada en el blog, para mí. Qué bueno ver que hay gente que le da usos más serios que yo, jeje. Pasaré más a menudo.
Gracias por tu comentario tan cordial. Me ha dado una buena vibra del carajo. Espero verte a menudo por mi blog.
Saludos,
G
Excelente escrito literario, se notna tus lecturas y la vida si se bifurca muchas veces y entonces entendemos lo incomprensible del ser humano...
abracito,
Al final acaban acostándose, ya veras... :)
Ay, perdón por la frivolidad!! Yo sólo sé que quien quiere puede, y se puede mantener la amistad en la distancia... Si se quiere, claro.
Ay, amigo, tu historia me ha impactado porque hace poco que reflexioné sobre el inmenso poder, si se le puede llamar así, de la Amistad. A mí también me sorprendió hace poco con una especie de unión de nuevo en el camino con una de esas viejas amistades que se quedan en el camino.. Y entendí que aunque las historias de dos seres que se hermanaron diverjan, siempre, una fuerza de imán los atrae, en las palabras, en la voz, en el corazón...
Es el sentimiento más fuerte que existe, es amor en otra forma, esculpido para la eternidad si cabe...
Un fuerte abrazo y gracias por descubrirme tus letras
Sí, los senderos siempre se bifurcan, unas veces con pesar y otras con alivio.
Un saludo.
he vibrado con tu pena, con el berrinche, con el desconcierto de descubrir que la realidad pasaba frente a tu nariz y no te habias dado cuenta...ese sentimiento tan bien escrito lo he tenido tantas veces...me habia hecho inmune a él...porque yo fui la que se fue, y parecia que no tenia derecho a sentir esa pena, pero, tambien la siento, un pequeño dolor en medio del océano de recuerdos...cada uno de ustedes fui yo.
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