Llego con flores para Mercedes.
La noche se presenta fría, llena de estrellas, prometedora. Mi anfitriona se encuentra atendiendo a Francisco, el primero de los invitados que ya ha llegado. Después de los saludos, nos conduce al interior de la casa, donde se nos permite admirar la sobria elegancia y los múltiples arreglos florales: orquídeas, orquídeas por todas partes. Por un ínfimo momento pienso en la señora Dalloway, pero de inmediato concluyo que ésta en nada se asemeja a Mercedes. Su esposo llega pronto. Es un hombre amable, deferente. Los dueños de la casa sugieren que nos traslademos hasta lo que ellos llaman “el caney”, que no es sino una amplia sala construida en el jardín posterior. El contraste no puede ser mayor. Aquí predominan los colores cálidos, las plantas interiores, una improvisada fuente de mosaicos azules, la madera envejecida; todo es hermoso, acogedor, estimulante.
Mientras Francisco y yo somos recibidos con un agradable vino tinto, la conversación se expande por diferentes tópicos: las actividades literarias de Mercedes, el trabajo académico de su esposo, la decoración del hogar, el ambiente político del país, las impresiones sobre distintas ciudades europeas, la ambivalente economía. Y así, lentamente, el resto de los invitados logra llegar a nuestra reunión. Vienen acompañados por relatos acerca del difícil tráfico capitalino y lo intrincado que resulta encontrar el lugar de la cena a la que hemos sido convidados: dos constantes que, cambiando los detalles particulares, conservarán un risible paralelismo que aliviará las tensiones del trayecto.
Viviana llega. Luego Aurora; poco después Fedosy. Miriam es la última, y con su llegada parece cerrarse un círculo perfecto que nos contendrá por el resto de la tertulia. Hay risas, historias, brindis. El acompañamiento musical se cuela como un personaje secundario, como un testigo no invitado que regocija con su presencia: Edith Piaf, Louis Armstrong, Glenn Miller, Vinicius de Moraes; una mezcla armónica de jazz, bossa nova y viejas canciones francesas. No pasa mucho tiempo antes de que nos sentemos a comer. Nuestros anfitriones han preparado un suculento plato colombiano al que denominan Bandeja Paisa. Los comentarios en torno a la mesa se tornan cómodos, distendidos, alegres; lejos quedamos de la seriedad que compartimos en las sesiones del taller de construcción de novela con Fedosy. No obstante, el tema literario está presente. El escritor que magníficamente nos ha conducido, nos permite ahora atisbar en los entresijos del mundo editorial, los pasos para publicar y la rareza que significa vivir de las ventas de los libros en un país latinoamericano.
Mucho antes de terminar la velada, logro discernir la riqueza del momento compartido. Es una velada memorable, expansiva, intensa; llena de detalles, risas, secretos y gastronomía antioqueña. Finalizamos con el café y el té. Justo antes de separarnos, ya avanzada la madrugada, una breve sesión de fotografías, para conmemorar el evento que marca la conclusión de nuestro taller literario. Suspiro. Sonrío. Dejo que mis pulmones se llenen con el frío aire de la noche. Me siento estimulado y muy agradecido de haber podido disfrutar de este destello nocturno.
Ignoro si mis compañeros se han sentido tan inspirados como yo; quiero creer que sí. Lentamente, todos los vehículos se ponen en marcha, formando una serpiente automotriz que desciende hasta Caracas.
La noche se presenta fría, llena de estrellas, prometedora. Mi anfitriona se encuentra atendiendo a Francisco, el primero de los invitados que ya ha llegado. Después de los saludos, nos conduce al interior de la casa, donde se nos permite admirar la sobria elegancia y los múltiples arreglos florales: orquídeas, orquídeas por todas partes. Por un ínfimo momento pienso en la señora Dalloway, pero de inmediato concluyo que ésta en nada se asemeja a Mercedes. Su esposo llega pronto. Es un hombre amable, deferente. Los dueños de la casa sugieren que nos traslademos hasta lo que ellos llaman “el caney”, que no es sino una amplia sala construida en el jardín posterior. El contraste no puede ser mayor. Aquí predominan los colores cálidos, las plantas interiores, una improvisada fuente de mosaicos azules, la madera envejecida; todo es hermoso, acogedor, estimulante.
Mientras Francisco y yo somos recibidos con un agradable vino tinto, la conversación se expande por diferentes tópicos: las actividades literarias de Mercedes, el trabajo académico de su esposo, la decoración del hogar, el ambiente político del país, las impresiones sobre distintas ciudades europeas, la ambivalente economía. Y así, lentamente, el resto de los invitados logra llegar a nuestra reunión. Vienen acompañados por relatos acerca del difícil tráfico capitalino y lo intrincado que resulta encontrar el lugar de la cena a la que hemos sido convidados: dos constantes que, cambiando los detalles particulares, conservarán un risible paralelismo que aliviará las tensiones del trayecto.
Viviana llega. Luego Aurora; poco después Fedosy. Miriam es la última, y con su llegada parece cerrarse un círculo perfecto que nos contendrá por el resto de la tertulia. Hay risas, historias, brindis. El acompañamiento musical se cuela como un personaje secundario, como un testigo no invitado que regocija con su presencia: Edith Piaf, Louis Armstrong, Glenn Miller, Vinicius de Moraes; una mezcla armónica de jazz, bossa nova y viejas canciones francesas. No pasa mucho tiempo antes de que nos sentemos a comer. Nuestros anfitriones han preparado un suculento plato colombiano al que denominan Bandeja Paisa. Los comentarios en torno a la mesa se tornan cómodos, distendidos, alegres; lejos quedamos de la seriedad que compartimos en las sesiones del taller de construcción de novela con Fedosy. No obstante, el tema literario está presente. El escritor que magníficamente nos ha conducido, nos permite ahora atisbar en los entresijos del mundo editorial, los pasos para publicar y la rareza que significa vivir de las ventas de los libros en un país latinoamericano.
Mucho antes de terminar la velada, logro discernir la riqueza del momento compartido. Es una velada memorable, expansiva, intensa; llena de detalles, risas, secretos y gastronomía antioqueña. Finalizamos con el café y el té. Justo antes de separarnos, ya avanzada la madrugada, una breve sesión de fotografías, para conmemorar el evento que marca la conclusión de nuestro taller literario. Suspiro. Sonrío. Dejo que mis pulmones se llenen con el frío aire de la noche. Me siento estimulado y muy agradecido de haber podido disfrutar de este destello nocturno.
Ignoro si mis compañeros se han sentido tan inspirados como yo; quiero creer que sí. Lentamente, todos los vehículos se ponen en marcha, formando una serpiente automotriz que desciende hasta Caracas.
9 comentarios:
Como siempre tan detallista y acertado en tus comentarios, Luis Guillermo, gracias por visitarme...
Cariños,
Aurora
Gracias, Luis Guillermo. Gracias por pasarte por mi blog. Te leeré con más calma luego.
Saludos.-
Hummmm.... que noche tan agradable, ni hablar de los anfitriones, de lujo.
Aún saboreo las ampanaditas colombianas con el mojito.... hummm, ñame...ñeme...
El círculo no se cierra, comienza abrirse a la noche para celebrar y seguir celebrando. Salud!
Miriam Mireles
Gracias por tu visita a mi humilde blog, amigo.
Feliz inicio de semana.
Una cena literaria...
Me encantaría tener una, y salir de los temas vacíos, de la rutina, simplemente sentarse y deleitarse con comida y la mejor de las compañias...
Algún día me tocará alguna espero...
"Saludos Monocromáticos"
Pasé a saludar! Es algo maravilloso tener amistades con quien podamos ser libres.
Un abrazo
Yeli
Siempre he dicho que me gusta como escribes xD
Saludos!!! DTB
Hace mucho, mucho tiempo que no tengo una velada agradable...
pero confieso haberla vivido!
saludos desde mi lejana galaxia
Publicar un comentario