Una de mis amigas del grupo literario me ha hecho un regalo muy especial y significativo: un estuche conmemorativo de la disquera EMI con 100 canciones de Maria Callas. En total son 6 CD, cada uno con extractos de sus mejores óperas: Norma, La Traviata, Werther, Andrea Chénier, Pagliacci, La Vestale, Il barbiere di Siviglia, La Bohème, Turandot, Orphée et Eurydice y muchas otras. Demás está describir, creo, mi completa impresión ante semejante obsequio. Quedé boquiabierto.
Con el tiempo he aprendido que mis gustos musicales tienden a ser un poco diferentes a los del resto de mis amigos, pero lo disfruto a rabiar en la tranquilidad de mi habitación. Y quiso la casualidad que con estas amigas en particular no sólo compartamos el amor a las letras, sino también por el bel canto.
Me sentía tan emocionado por mi regalo que al día siguiente, deshaciéndome en comentarios superlativos, me arrojé a contárselo a una amiga del pueblo. Ella me escuchó con atención, por supuesto, pero su rostro dejaba traslucir lo poco que le importaba. Intenté explicárselo a través de una analogía:
―No entiendes. Es como si te regalaran toda la colección de The L Word. ¿Lo puedes imaginar? ¿No sería apasionante?
Ella se limitó a encogerse de hombros. Ahora estaba perplejo. Ella sólo dijo:
―Sería agradable, pero hasta allí. Tampoco me estaría muriendo como tú. Creo que me emociono menos; somos diferentes.
En eso tenía razón, lo acepté. Comprendí que resultaba difícil hacerle entender que la Callas me apasiona hasta límites insospechados. Amo esa voz metálica, cortante y apasionada. No puedo evitarlo. Pero también amo la literatura, mis diarios, un atardecer en la playa, leer un buen libro, ver una película interesante, conocer sitios nuevos; son cosas distintas que me apasionan de la misma manera. Subliman mis sentidos. Alteran mi realidad. No sé si me explico bien.
Mi amiga se limitó a confesar que ella no sufría de esas pasiones. No supe qué decir. ¿Cuántas personas hay que van por la vida sin emocionarse? ¿Les sucede a casi todos? Es como desplazarse con anestesia. ¿O soy yo que, sencillamente, me apasiono con facilidad? No digo que lo mismo que me apasiona a mí deba apasionar a los demás pero, ¿no todos tienen sus propias pasiones? ¿Esos detalles particulares que aceleran la respiración y el ritmo cardíaco? ¿Un viaje, tal vez? ¿El aire frío del amanecer, quizás?
La pasada conversación con mi amiga me ayudó a descubrir, sin proponérmelo, que poseo muchas pasiones en mi vida. Las disfruto porque me resultan estimulantes, excitantes; me llenan de energía positiva y expanden mis fronteras. Agradecí en silencio por este otro obsequio y me despedí con una sonrisa.
Y ahora, mientras escribo, la Callas deja oír su portentosa voz desde mi reproductor. Poco más importa.
Con el tiempo he aprendido que mis gustos musicales tienden a ser un poco diferentes a los del resto de mis amigos, pero lo disfruto a rabiar en la tranquilidad de mi habitación. Y quiso la casualidad que con estas amigas en particular no sólo compartamos el amor a las letras, sino también por el bel canto.
Me sentía tan emocionado por mi regalo que al día siguiente, deshaciéndome en comentarios superlativos, me arrojé a contárselo a una amiga del pueblo. Ella me escuchó con atención, por supuesto, pero su rostro dejaba traslucir lo poco que le importaba. Intenté explicárselo a través de una analogía:
―No entiendes. Es como si te regalaran toda la colección de The L Word. ¿Lo puedes imaginar? ¿No sería apasionante?
Ella se limitó a encogerse de hombros. Ahora estaba perplejo. Ella sólo dijo:
―Sería agradable, pero hasta allí. Tampoco me estaría muriendo como tú. Creo que me emociono menos; somos diferentes.
En eso tenía razón, lo acepté. Comprendí que resultaba difícil hacerle entender que la Callas me apasiona hasta límites insospechados. Amo esa voz metálica, cortante y apasionada. No puedo evitarlo. Pero también amo la literatura, mis diarios, un atardecer en la playa, leer un buen libro, ver una película interesante, conocer sitios nuevos; son cosas distintas que me apasionan de la misma manera. Subliman mis sentidos. Alteran mi realidad. No sé si me explico bien.
Mi amiga se limitó a confesar que ella no sufría de esas pasiones. No supe qué decir. ¿Cuántas personas hay que van por la vida sin emocionarse? ¿Les sucede a casi todos? Es como desplazarse con anestesia. ¿O soy yo que, sencillamente, me apasiono con facilidad? No digo que lo mismo que me apasiona a mí deba apasionar a los demás pero, ¿no todos tienen sus propias pasiones? ¿Esos detalles particulares que aceleran la respiración y el ritmo cardíaco? ¿Un viaje, tal vez? ¿El aire frío del amanecer, quizás?
La pasada conversación con mi amiga me ayudó a descubrir, sin proponérmelo, que poseo muchas pasiones en mi vida. Las disfruto porque me resultan estimulantes, excitantes; me llenan de energía positiva y expanden mis fronteras. Agradecí en silencio por este otro obsequio y me despedí con una sonrisa.
Y ahora, mientras escribo, la Callas deja oír su portentosa voz desde mi reproductor. Poco más importa.