Llegamos al aeropuerto de Madrid con casi una hora de retraso. Traté de moverme lo más aprisa que pude entre los diferentes viajeros, intentando alcanzar la puerta donde haría mi conexión; pero fue un esfuerzo infructuoso. Ya había perdido demasiado tiempo y debía ingeniármelas para conseguir cupo en el siguiente vuelo hacia París. Por suerte, no me costó mucho localizar el mostrador de la línea aérea. Logré que me atendiera un chico amable y atento, pero me indicó una y otra vez que el vuelo que seguía estaba completamente lleno. Me pidió algunos minutos para ver qué podía hacer. Prometí regresar. Mi aventura europea no comenzaba con buen pie.
Calmé un poco mi frustración al poder tropezar con uno de los mínimos espacios donde se podía fumar dentro del aeropuerto. Quedaba en un pasillo ligeramente alejado de la multitud que iba de un lado al otro. Saqué el paquete, encendí un cigarrillo e intenté desconectarme por algunos minutos. Reconocí junto a mí a una chica que venía en el mismo avión desde Caracas. Intercambiamos una sonrisa de reconocimiento y ella se presentó. Su nombre era Paola, en camino hacia Milán. Luis Guillermo, le dije, con rumbo a París. Y de nuevo sonreímos.
Después de haber fumado, deambulamos con calma a través de la enorme terminal aérea. Barajas me impresionó por sus dimensiones, pulcritud y complejidad. Paola me acompañó de nuevo hasta el mostrador de antes y me observó expandir los labios cuando el muchacho confirmó mi puesto en el próximo vuelo. Una vez más me explicó la dirección hacia la puerta de embarque y la hora precisa en que debía estar allí. Luego nos informó a Paola y a mí que la aerolínea pedía disculpas por esta alteración de itinerario y se ofrecía a pagar el desayuno para todo el pasaje en una cafetería cercana. Yo no partiría antes de tres horas y ella debía esperar hasta el mediodía, así que aceptamos con gusto.
No recuerdo el nombre del establecimiento, pero sí que estaba bastante repleto de rostros familiares de la travesía desde Caracas. Sin pensarlo mucho gravitamos hacia un grupo cercano y nos sentamos luego de sonreír y comprobar esa ligera familiaridad que ofrece estar embarcados en una misma situación impredecible. Después de ordenar el café y un desayuno frugal, pude comprobar que los allí reunidos formábamos un grupo heterogéneo y multicultural. Se suponía que íbamos juntos hasta Madrid, pero luego cada quien tomaba un destino particular, con sus historias personales, sus expectativas, sus propios proyectos. No pude evitar pensar que todo aquello me recordaba mucho una de esas tramas literarias donde reúnen a un grupo de viajeros durante un corto período de tiempo y así mezclar las diferentes tonalidades y dramas particulares.
Soy disperso, lo confieso; y por algunos minutos me hubiese gustado permanecer allí, escuchar los relatos ajenos, las aventuras inesperadas que aquel retraso representaba para cada uno: la esposa con dos hijos que regresaba a Florencia; el comerciante que esperaba molesto poder llegar hasta Atenas; la anciana que visitaría a sus nietos en Tel Aviv; la actriz que esperaba confirmar una propuesta en Londres, y así sucesivamente. En mi mente decidí bautizar al grupo como la Mesa Internacional, y me causó una anticipada nostalgia tener que levantarme y repartir despedidas. Es curioso cómo nos conectamos de inmediato cuando nos enfrentamos a una situación que escapa a nuestro control. De cualquier forma, mi vuelo hacia París era el primero, así que me tocó inaugurar la separación. Un coro de buenos deseos recorrió la Mesa Internacional antes de separarnos.
Llegué a Orly en un parpadeo y casi no tuve tiempo de asimilar el cambio de horario ni el cansancio acumulado. París me recibía con un día nublado y ventoso, aunque eso poco importó al constatar que finalmente estaba en la ciudad que más me atraía del mundo; la ciudad de los cafés nocturnos y las maravillas arquitectónicas, de los artistas y escritores de una generación brillante; la ciudad de Anaïs Nin y Henry Miller, de Jean Cocteau, Hemingway y Gertrude Stein, de Picasso, Giacometti y Modigliani, de Brancusi, Matisse y André Breton. ¡Al fin! Mi regocijo explotaba más allá de mi contención. Me entregué a ese íntimo placer mientras el taxi me conducía a través de las diferentes avenidas y edificios antiguos. Fue un momento placentero, muy placentero.
Calmé un poco mi frustración al poder tropezar con uno de los mínimos espacios donde se podía fumar dentro del aeropuerto. Quedaba en un pasillo ligeramente alejado de la multitud que iba de un lado al otro. Saqué el paquete, encendí un cigarrillo e intenté desconectarme por algunos minutos. Reconocí junto a mí a una chica que venía en el mismo avión desde Caracas. Intercambiamos una sonrisa de reconocimiento y ella se presentó. Su nombre era Paola, en camino hacia Milán. Luis Guillermo, le dije, con rumbo a París. Y de nuevo sonreímos.
Después de haber fumado, deambulamos con calma a través de la enorme terminal aérea. Barajas me impresionó por sus dimensiones, pulcritud y complejidad. Paola me acompañó de nuevo hasta el mostrador de antes y me observó expandir los labios cuando el muchacho confirmó mi puesto en el próximo vuelo. Una vez más me explicó la dirección hacia la puerta de embarque y la hora precisa en que debía estar allí. Luego nos informó a Paola y a mí que la aerolínea pedía disculpas por esta alteración de itinerario y se ofrecía a pagar el desayuno para todo el pasaje en una cafetería cercana. Yo no partiría antes de tres horas y ella debía esperar hasta el mediodía, así que aceptamos con gusto.
No recuerdo el nombre del establecimiento, pero sí que estaba bastante repleto de rostros familiares de la travesía desde Caracas. Sin pensarlo mucho gravitamos hacia un grupo cercano y nos sentamos luego de sonreír y comprobar esa ligera familiaridad que ofrece estar embarcados en una misma situación impredecible. Después de ordenar el café y un desayuno frugal, pude comprobar que los allí reunidos formábamos un grupo heterogéneo y multicultural. Se suponía que íbamos juntos hasta Madrid, pero luego cada quien tomaba un destino particular, con sus historias personales, sus expectativas, sus propios proyectos. No pude evitar pensar que todo aquello me recordaba mucho una de esas tramas literarias donde reúnen a un grupo de viajeros durante un corto período de tiempo y así mezclar las diferentes tonalidades y dramas particulares.
Soy disperso, lo confieso; y por algunos minutos me hubiese gustado permanecer allí, escuchar los relatos ajenos, las aventuras inesperadas que aquel retraso representaba para cada uno: la esposa con dos hijos que regresaba a Florencia; el comerciante que esperaba molesto poder llegar hasta Atenas; la anciana que visitaría a sus nietos en Tel Aviv; la actriz que esperaba confirmar una propuesta en Londres, y así sucesivamente. En mi mente decidí bautizar al grupo como la Mesa Internacional, y me causó una anticipada nostalgia tener que levantarme y repartir despedidas. Es curioso cómo nos conectamos de inmediato cuando nos enfrentamos a una situación que escapa a nuestro control. De cualquier forma, mi vuelo hacia París era el primero, así que me tocó inaugurar la separación. Un coro de buenos deseos recorrió la Mesa Internacional antes de separarnos.
Llegué a Orly en un parpadeo y casi no tuve tiempo de asimilar el cambio de horario ni el cansancio acumulado. París me recibía con un día nublado y ventoso, aunque eso poco importó al constatar que finalmente estaba en la ciudad que más me atraía del mundo; la ciudad de los cafés nocturnos y las maravillas arquitectónicas, de los artistas y escritores de una generación brillante; la ciudad de Anaïs Nin y Henry Miller, de Jean Cocteau, Hemingway y Gertrude Stein, de Picasso, Giacometti y Modigliani, de Brancusi, Matisse y André Breton. ¡Al fin! Mi regocijo explotaba más allá de mi contención. Me entregué a ese íntimo placer mientras el taxi me conducía a través de las diferentes avenidas y edificios antiguos. Fue un momento placentero, muy placentero.
5 comentarios:
Espero que sigan tus crónicas de este maravilloso trip. Felicidades.
porque has usado nombres de personas que conozco, porque algunos de los momentos me han sonado a hoja picada, me he quedado y te he leído de un tirón.
gracias.
"I actually close my eyes and I pray that I can get back!"
Algún día viajaré tanto que tendré mi cuarto forrado de fotos. Eso espero. Bonita tu travesía.
Ya estoy esperando la segunda parte... me tienes es ascuas!
Besos,
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