20 de junio de 2009

Los personajes particulares.

Un amigo me pide acompañarlo para hacer algunas diligencias. Es a media mañana, con un movimiento pausado de la gente a nuestro alrededor. En determinado sitio, él desciende del vehículo y me entretengo observando a los transeúntes. Por la acera se acerca una anciana con paso lento; desde donde estoy puedo detallar sus labios moviéndose, pero camina sola. Está sola.

Cuando pasa junto a mí logro escuchar vagamente el sonido difuso de sus murmuraciones, se trata de una queja inaudible, elusiva, pero persistente. Todo el asunto dura pocos segundos, aunque la impresión es muy fuerte; se asemeja al inesperado fogonazo de un flash fotográfico. En ese momento descubro que habré de incluirla en la novela; no sé dónde, no sé cómo, pero intuyo que su figura susurrante se cruzará con uno de mis personajes. Esto no lo sabe ella; apenas logro discernirlo yo.

Ella hace una pausa no muy lejos de donde permanezco sentado. La anciana ni siquiera me ve, ignora que escudriño sus movimientos, sus cavilaciones en voz alta. Es un personaje particular que ilumina el resto de mi mañana. Poco después, ya en mi oficina, me entretengo pensando en todas esas personas que cruzan frente a nosotros, que por una u otra razón captan nuestra mirada, nuestra atención. Los reconozco porque son seres que se escapan de lo normal, caminan con un paso distinto al del rebaño.

Entonces me descubro analizando los personajes que pueblan mi novela; están definidos por características que evidencian su línea de conducta. Por supuesto, me ayuda mucho que algunos de ellos estén basados en personas reales, gente que conocí hace mucho tiempo; pero también he aprendido sobre la marcha que no siempre debo ajustarme a la realidad, que puedo jugar todo lo que quiera con la ficción. Así, he podido agregar situaciones que nunca sucedieron, personas que jamás se conocieron entre sí, alterar la línea tiempo-espacio, incluso mezclar varios personajes en uno solo. Como creador, me asombré ante las infinitas posibilidades que tenía frente a mis dedos. Un mundo aparte, verosímil sí, pero muy particular.

En lo sucesivo me he encontrado en situaciones similares. La última vez fue en el gimnasio. Mientras esperaba mi turno para entrar a la clase de spinning, una chica llegó y tomó asiento frente a mi mesa. Se veía joven, muy maquillada, demasiado bien vestida para esa hora del día; debajo de todo esto, un inocultable sesgo de miseria delataba su pobre extracción social. Mi imaginación comenzó a elucubrar los detalles de su vida, la vida que yo quería que ella tuviese. Pronto saqué el pequeño cuaderno que siempre llevo conmigo y comencé a tomar anotaciones tan rápido como pude, sin preocuparme por la lógica de lo que escribía:

Veo en ella a una muchacha pobre, de poca cultura. El cabello es rubio, largo, quizás un tanto desordenado en las puntas. Se nota que lo ha peinado, pero no parece importarle más de allí. Es delgada, muy delgada. Su rostro está maquillado en exceso, agregándole edad a sus facciones. Lleva zapatos de tacón alto, plateados. Cubre su torso con un strapless de intenso color rosa. Intuyo que utiliza colores para impresionar; todo en esta chica está configurado para impresionar. Los colores, el maquillaje, la postura desenfadada que disfraza su temor adolescente. La breve llamada telefónica que hace me permite discernir que espera a alguien; es probable que se trate de algún hombre del gimnasio”.

Entonces inventé el breve fragmento de su historia: “Quizás está enamorada, o cree estarlo, de un chico que la ha seducido con palabras poco corrientes dentro de la marginalidad en la que vive. Ese chico puede transformarse en una oportunidad entre miles. Ella necesita gustarle, atraerlo como una araña a una mosca. Presumo que la muchacha desconoce las reglas del juego en el que se está atreviendo. Toda su historia, desde que era una niña, la ha traído a este momento; toda su historia la empuja a avanzar, a trascender la clase en que ha nacido. Ya ni siquiera se queja por sus circunstancias; hace mucho aprendió que eso no resuelve nada. Lo único que le interesa es sobreponerse a las demás, dar batalla, no permitir nunca que el agua suba más allá del cuello.

Es una chica pobre. No ha estudiado lo suficiente, no tiene trabajo, no tiene dinero. Carece de ventajas naturales. Con lo único tangible que cuenta es con su cuerpo; ése lo puede palpar, limpiar, utilizar. El único bien que puede canjear y del cual obtener un beneficio es su propio cuerpo. También eso lo ha aprendido desde pequeña. Así, sin escrúpulos, sin vergüenza, sin remordimientos, avanza, lo exhibe; lo vende al mejor postor. Tal vez una de estas noches tenga suerte y encuentre uno de esos galanes que las telenovelas venden con cada capítulo. La ficción parece haberse inspirado en la realidad, o viceversa.

Hay algo en el aroma. No lleva perfume. Huele a jabón
”.

Como esta muchacha, me he topado con otros personajes reales a quienes luego creo una historia paralela, ficticia, mía. La inspiración está allí, a mi alrededor, sólo es cuestión de estar atento, consciente; ahora, cuando ando en la calle, trato de agudizar mi vista lo mejor que puedo. Cabe la posibilidad de que mi próximo personaje particular esté esperando por mí.

4 comentarios:

Eduardo Patriz dijo...

Percibo tu proceso creativo y lo que se me ocurre es soñar con interpretar un personaje de una obra de teatro escrita por ti, sería genial jejeje

Aurora Pinto dijo...

También puede ocurrir que tú seas el personaje que otro u otra intenta escribir... ¿no se te ha ocurrido eso?

Cariños,

Néstor Luis González dijo...

Ezo ez lo que LLo yamo la hezploraxión de lo kotidiano. jejej.
Saludos cordiales, amigo. Tenía tiempo sin leerte. Un abrazo.

sergio dijo...

Qué impudicia! jaja

Ahora, ni la sra ni la chica del gimnasio se enojarán, pero las personas que sí te conocen y que aparecerán en tu novela ¿lo tomarán bien?

Lluvia de juicios!!! jaja

Besos.