6 de octubre de 2009

Diva.

En días recientes leí en un periódico nacional la publicidad sobre el próximo concierto de Sarah Brightman en el Teatro Teresa Carreño. La noticia me agradó porque la cantante inglesa es una de mis favoritas, por la contemporaneidad que ha brindado al canto lírico, los efectos de sonido, la mezcla de géneros musicales y la puesta en escena que siempre impresiona. Pero hubo una frase, al pie del anuncio, que me incomodó en seguida: “La mejor soprano de todos los tiempos”. Me quedé contemplando las palabras, asimilándolas, intentando hallar una variación alternativa; pero no, no hubo forma.

Aquella línea me hizo recordar la admiración que me despierta Maria Callas, la virtuosidad de su voz, el dramatismo implícito, los roles tan disímiles que escogió. La Divina es, desde mi rincón, la única mejor soprano del siglo XX. Nadie como ella supo imprimir tanta pasión a las heroínas de la ópera que representó. Los críticos aún no se han puesto de acuerdo sobre la ambigüedad de su particular timbre de voz, algunos calificándolo de muy metálico, algunas veces estridente en los agudos, pero conservando hasta el final un sonido característico, personal. La Callas tuvo un registro de soprano que le permitía abarcar tres octavas y poseer una sorprendente capacidad para matizar.

Más allá de su virtuosismo vocal, ella tuvo que afrontar convertirse en una figura muy mediática debido a sus relaciones sentimentales, los conflictos laborales, los papeles que quiso representar. Era una mujer carismática, brillante, dramática; y si ha perdurado a través del tiempo es por esa cualidad especial que supo integrar en los roles femeninos que puso en escena. Su vida es como una de esas óperas que interpretó con tanto afán, trágica, sublime, inolvidable. Recientemente terminé de leer una de sus biografías y quedé impresionado por el aspecto cinematográfico de su vida, la relación con Onassis, la traición a Meneghini, la boda de su amado Ari con Jackeline Kennedy, el trabajo con Pier Paolo Pasolini y Luchino Visconti, los viajes, los teatros, el desastroso concierto final en Japón y una muerte digna de una diva como ella. Uno se adentra en Maria Callas y no sale decepcionado. En lo particular, no existe una voz que disfrute más, especialmente cuando escribo; también en el reproductor MP3 que tengo en la oficina, para alejarme del bullicio y el estrés. No me considero un experto, pero he alcanzado el nivel donde ya reconozco su timbre peculiar nada más escuchar un fragmento.

Respeto mucho el trabajo de Monserrat Caballé, Renata Scotto, Kiri Te Kanawa, Joan Sutherland, María de los Ángeles; pero ninguna de ellas logró alcanzar la popularidad y el reconocimiento de Maria Callas. Sus discos se reeditan año tras año, permitiendo así que nuevas generaciones se encuentren con su legado, las grabaciones de sus canciones emblemáticas, incluso los videos de representaciones en vivo en diferentes escenarios.

Una de mis más queridas amigas tuvo la gentileza de regalarme la pasada Navidad un estuche conmemorativo con las mejores 100 canciones de la diva. Una colección de 6 CD con arias de sus óperas más representativas. Sencillamente, lo adoro; se ha convertido en una de mis posesiones más valiosas. Opino que Tosca es la mejor interpretación de su carrera, muy por encima de Norma, La Traviata, Madama Butterfly y Lucia di Lammermoor. Reconozco que no todo el mundo encuentra el bel canto atractivo, lo acepto; pero cuando uno es fiel amante de este género, no acepta imitaciones, disfraces, medias tintas. Es por eso que me indigné con la publicidad del concierto de Sarah Brightman. Ella tiene una excelente voz, muy aterciopelada, con registros muy altos; pero diva sólo hay una, y ésa es ella, la Divina, la Callas.

1 comentario:

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

De las que nombraste me quedo con Joan Shuterland. Pero, es cierto, diva solo la Callas. El resto, excelsas cantantes.