El rostro de mi padre se asemeja a una máscara mortuoria donde sobresalen las sombras y oquedades. El de mi madre, tan pálido, pareciera asaltado por diminutas hormigas que se mueven en torno a su boca mientras mastica en silencio. Mi febril imaginación inventa diferentes escenarios. Somos sobrevivientes de una hecatombe mundial y debemos refugiarnos puertas adentro, alumbrándonos con velas, intentando permanecer ajenos al desastre exterior y la ausencia de sonidos que pululan en la oscuridad. Lo más importante es que estamos juntos, que podemos comer algo, aunque sea tan ligero como tortas de casabe, algunas lonjas de queso gouda y el resto de la sopa fría que consumimos al mediodía. Se trata de un manjar principesco comparado con las penurias que sufren otros desplazados, esos rostros sin forma que de vez en cuando se asoman a las ventanas y sueltan palabras incoherentes. Es un mundo catastrófico y deformado allí afuera. La densa oscuridad ayuda a concretar estas imágenes fantásticas.
Mientras escribo esto, alumbrándome con un par de velas, llevamos ya dos horas y media sin energía eléctrica. Uno que otro perro se atreve a ladrar en las tinieblas, y pienso que se arriesga bastante; los rostros que se asoman en las ventanas también tienen hambre. Nosotros, encerrados en la cocina, sobrellevamos el asunto con una momentánea calma. Hay una vaga sensación de seguridad al permanecer iluminados con algunas velas y dos linternas de baja intensidad. Ninguno lo menciona, pero los sentidos permanecen alerta, en tensión, escudriñando los rincones en espera de cualquier ruido cercano e invasivo. Papá dice que deberíamos economizar, ahorrar la poca energía que les quede a las linternas, porque todavía faltan muchas noches que parecen estirarse con la falta de distracciones comunes y tecnológicas. Ya nada es ni será lo mismo.
La historia que me invento sigue por otros derroteros. Sin proponérmelo, ya he llenado cuatro páginas del cuaderno de relatos cortos. Me escoltan dos velas altas que me hacen sentir como uno de aquellos fértiles autores decimonónicos que sabían aprovechar muy bien la penumbra de las horas nocturnas. También pienso en Lord Byron, en Jane Austen, en Balzac, en Victor Hugo, Mary Shelley, y tantos otros. El divino campo del Romanticismo literario. Creo que me dejo influenciar por las lecturas vespertinas, relacionadas con el movimiento narrativo de ese período de la Historia. Cosas de tinta y medias luces, quizás.
Existe la posibilidad de que el apagón dure toda la noche. Puede suceder, por el contrario, que la luz regrese en pocos minutos. Todo es posible en este país de incertidumbres. Nadie sabe ofrecer respuestas concretas sobre la implementación de estas medidas tan injustas. Parece que tendremos que acostumbrarnos de nuevo a los horarios, la alteración de la rutina laboral, la gente que masculla sus quejas sin atreverse a pronunciarlas en voz alta. Porque las tenazas se cierran sobre los pueblos y ciudades del interior, a quienes nos toca el sacrificio mientras los habitantes de la Gran Caracas parecen ajenos a estos cortes programados. Para ellos la vida sigue igual, con sus veladas nocturnas, noches de teatro y cenas bien iluminadas. Sé que mis palabras tienen un tufo de resquemor mal disimulado, pero ya desde antes, cuando sucedió la primera vez, pensé que hubiese sido muy distinto si los apagones nos tocaran a todos por igual, democráticamente, revolucionariamente. Los pendejos de la provincia cargando con el temor gubernamental de alterar el equilibrio precario de la capital. Sólo en este país…
Hay quien dice que nuestra nación ya chocó con su iceberg y hace aguas por el frente. Otros mencionan la tirantez de las costuras en los bordes. Se intenta tapar el sol con un dedo mientras el Presidente pasea por Suramérica y recoge premios irónicos. Se pretende tapar el fracaso con el espectáculo de malabaristas y payasos que alargan la necesaria caída del telón. Amanecerá y veremos, es todo lo que se oye decir. Ya quisiera uno estar viviendo en Egipto o en Túnez, carajo. Pero el destino ha querido un desenlace diferente, menos sangriento, quizás con mayor madurez, no lo sé. No me gusta opinar en vainas políticas. Por ahora, supongo que tendré que contentarme con algunas historias de Poe. Me gusta adaptarme a las circunstancias. De nada sirve luchar contra la corriente o arrojar palos de ciegos que no dan en ninguna parte. Me llevaré las velas hasta mi habitación y seguiré jugando a ser otro de los escritores del siglo antepasado.
Amanecerá y veremos.
1 comentario:
Muy buena entrada, por la estructura, por la narración, por el mensaje.
Realmente un disfrute.
J&R
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