3 de febrero de 2021

Retro.

 

La canción sonaba con un volumen moderado, dentro del carro. Jorge estaba sentado en el asiento del copiloto, absorto en su teléfono celular, con las piernas fuera del vehículo. Yo permanecía acostado en el asiento trasero, con los ojos cerrados, concentrado en la música. Era un viejo tema del grupo Queen. Esperábamos a que aparecieran los efectivos de la Guardia Nacional, como de costumbre, a pedirnos que moviéramos los carros para disolver la larga cola que esperaba cerca de la estación de servicio.

—¿Es la radio? —pregunté.

Jorge alzó la mirada.

—No —dijo—. Es un pendrive.

Me reí un poco.

—Casi te pregunté si era un cassette.

Los dos reímos.

—Era de mi hermana —dijo Jorge—. Me lo quedé cuando ella se fue.

—¿Dónde está?

—En Medellín. Hace tres años.

—¿Y no ha venido desde entonces?

—No. Por eso me quedé con el pendrive.

—Creo que tu hermana me cae bien —dije.

Jorge volteó hacia el asiento trasero.

—¿Por qué, marico?

—Porque tiene buen gusto para la música.

Jorge volvió a la pantalla de su teléfono celular.

—Y eso que es menor que yo. Pero siempre le gustaron esas canciones.

—¿En serio? Qué raro.

—Sí, marico; y yo me acostumbré con ella. A mí también me gustan.

La canción de Queen terminó y dio paso a un tema de James Blunt.

—Ah… —dije—. Me gusta James Blunt, pero es más de tu época.

—¿Viste el video de esa canción? Es arrechísimo. Búscalo en YouTube.

—De James Blunt sólo me gustan dos canciones: “You’re Beautiful” y esa que suena.

—“Goodbye My Lover”. Es de pinga, sí.

—Pero son más de tu época —insistí—. Y hay muy pocas que me gusten. A partir de los 90 la vaina se jodió. Cuando pasamos del 2000 dejé de prestar atención... Backstreet Boys... Por favor...

—Hay algunas vainas buenas, marico. No todo es reguetón. Pero hay que buscar con pinzas, eso sí.

—Mejor me quedo con mi época —refunfuñé—. No había tanta basura musical.

Jorge volteó de nuevo a verme.

—Ni había Auto-Tune, marico…

Los dos volvimos a reír. Jorge se inclinó hacia el reproductor de música y la canción se cortó. Reconocí los acordes iniciales de otra canción de Guns N’ Roses: “November Rain”.

—¡Déjala! —pedí.

La canción sonó hasta que escuchamos la voz de Axl Rose, el vocalista.

—Esa vaina en vivo debe ser una maravilla —dijo Jorge.

Recordé. El recuerdo llegó de golpe, fracturado, fragmentado. El Poliedro de Caracas.

—Yo lo vi en vivo —dije.

Jorge giró en el asiento para mirarme mejor.

—¿Qué? —dijo—. ¿Cuándo?

—Uy… Ya va… Debe haber sido en 1992, porque acabábamos de salir del liceo.

—¿Qué? ¿Es en serio?

Me incorporé un poco en el asiento para ver sus ojos muy abiertos mirándome.

—Sí… ¿Qué pasa? ¿No me crees?

Jorge soltó una risita nerviosa.

—Sí, marico, sí te creo; pero nunca imaginé que esa gente había venido a Venezuela… ¡Chamo!

Volví a dejarme caer en el asiento.

—No joda, Jorge. Aquí venían buenos grupos y grandes cantantes. Era otra época. Entonces el Poliedro de Caracas era el Poliedro de Caracas.

—¡Qué bolas, marico!

—Ah, pues. Yo sí me tripeé mi vaina. Estuvo bien de pinga. Me fui con unos amigos del liceo… ¿Sabes lo más arrecho? ¡Llovió, marico, llovió mientras sonaba “November Rain”! ¿Puedes creer esa vaina?

Volvimos a reír. Los demás permanecían en la acera, un poco más allá, envueltos en la penumbra de la calle. Escuchábamos apenas el murmullo de sus voces, pero ninguno parecía prestarnos atención. La canción terminó y Jorge manipuló de nuevo el aparato de música. Otra canción de Guns N’ Roses. “Sweet Child O’ Mine”. Los acordes iniciales me llevaron de vuelta a mi adolescencia. Sonreí para mí mismo.

—¿En qué año fue esa vaina? —preguntó Jorge.

—Fue en 1992. En noviembre de ese año.

—No joda… Yo tenía como dos años, marico.

—Claro —dije—. Es que ustedes son la generación que vino después. Del 2000 para acá.

—Qué arrecho, marico.

—Oye esa vaina… Ahora imagínatela en vivo, a todo volumen…

—Marico, qué arrecho.

Escuchamos la canción un rato. Los acordes de la guitarra llenaban el interior del carro. Jorge me miró.

—Jamás pensé que a ti te gustara esa música.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué no? ¿Porque me ves así todo marico? Bueno, no te confundas…

—Marico…

Reímos.

—Es más, ¿quieres que te cuente algo más? En esa época salía con un muchacho al que le gustaba el grupo Iron Maiden, y a mí terminó gustándome también el rock pesado. ¿Te imaginas?

Jorge reía con gusto.

—¿Es en serio, marico?

—De bolas. ¿Qué te crees tú, que uno no tiene su lado oscuro? Además, te digo un secreto: más adelante me emperré con otro grupo: Gorillaz —Jorge soltó la risa—. ¡Es en serio! ¡Nadie me lo cree!

—¡Marico, a mí me encantaron esas canciones!

—¿Te acuerdas? ¡”Clint Eastwood”! Ujujujuju… —dije y reíamos con entusiasmo.

—Yo no he podido hacer esa vaina con Alicia, marico… No le gusta. Siempre me sale con vainas de ahora, que si RBD y esas vainas… No podemos compartir la música… Yo lo he intentado, pero no le gusta.

—Bueno, chamo… Eso es como el sexo anal: poquito a poco, sin prisas…

Volvimos a reír.

—Qué de pinga debe haber sido ese concierto… ¿Y fue en el Poliedro?

—No. En el estacionamiento. No cabíamos. Eso era un coñazo de gente muy grande, chamo.

—Me imagino… Qué arrecho, marico. Siento envidia.

—Después volvimos a ir… Creo que fue después… No me acuerdo bien. Era el grupo R. E. O. Speedwagon. Otro vacilón. Ése sí fue dentro del Poliedro, más cómodos. En el de Guns nos quedamos afuera y no había dónde sentarse. Era lo único malo… Para mí. Pero había mucha gente.

—Coño, sí, me lo imagino, marico.

Nos quedamos callados durante un par de minutos.

—¿Sabes otra cosa? —dije—. ¿Te imaginas la energía de ese momento, con toda esa gente alrededor?

—Tiene que haber sido una vaina arrechísima, marico. Te envidio.

Seguí callado. Sé que lo viví, lo disfruté, pero recuerdo tan poco sobre ese concierto. Lo supe cuando Jorge me preguntó sobre la indumentaria de Axl Rose.

—¿Qué usó? ¿Uno de esos pantalones elásticos de colores?

—Sí —dije sin recordarlo con exactitud—. Una lycra. Una lycra blanca y una chaqueta —mentí.

—Siempre he deseado ir a un concierto así, pero con Freddy Mercury. Una vaina arrechísima. Una vaina para recordarla toda la vida.

—Los 90 fueron una buena época —afirmé—. Tuvimos buena música, buenos artistas, buenos tiempos. No como ahora, con tanta mierda en las radios.

—En eso te doy la razón, marico. Capaz y a ninguno de estos —señaló hacia nuestros amigos en la acera— les guste esta música. Qué arrecho, ¿no?

—Coño… Ahora me puse nostálgico. Cómo me gustaría volver a esa época.

—Vas a tener que buscarte un DeLorean, marico…

Reímos otra vez.

—No me hagas empezar con las películas, porque es peor…

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