26 de enero de 2021

Sorpresa literaria.

 

 

Me besa varias veces. La sonrisa de sus ojos llena todo mi campo visual. Él está muy contento y yo celebro nuestro inesperado reencuentro. Han pasado varios meses desde la última vez que estuvimos juntos, así, sin interrupciones, sin la premura del tiempo. Nos relajamos. Él insiste, lo repite:

—Quería darte esa sorpresa… ¿Te gusta?

Lo pienso bien antes de responderle, porque no quiero que eso se convierta en un problema más adelante. Sea lo que sea que él decida hacer, tiene que comprender que será por iniciativa propia, no porque yo se lo pida. Es así como debe funcionar, sin presiones y sin falsas expectativas.

—Sí —respondo—, por supuesto que sí. Pero… ¿Te gusta a ti?

Me mira como si no entendiera mi pregunta.

—Sí —dice—. Ya va. ¿A qué te refieres?

—Estoy hablando de tu sorpresa… Lo que quiero decir es que me gusta esa noticia de que estás leyendo, pero quiero que lo hagas para ti, pensando en ti; no lo hagas sólo para agradarme a mí, porque así no funcionará, créeme.

Él me sostiene la mirada durante todo el rato. Respira profundo.

—Sabía que ibas a decir eso, pero no es verdad; o sea, sí es cierto que comencé a hacerlo por ti, porque pensé que podría gustarte, pero descubrí que a mí también me gusta. ¿Por qué no puedes alegrarte por mí?

Su tono plañidero me hace ruido, pero me esfuerzo por fijar la vista en lo más relevante: sea por las razones que sea, mi chico me ha sorprendido con la noticia de que está leyendo. Leyendo. Se trata de alguien que solía arrugar la nariz o fruncir la boca cuando me veía a mí leyendo. Alguien que nunca en su corta vida ha terminado de leer un libro. Y ahora es diferente.

—Sí —le digo—, tienes razón; deberíamos celebrarlo. Me gusta que estés dando tus primeros pasos.

Él sonríe.

—¿Ahora sí me vas a prestar uno de tus libros?

Me tocó el turno de hacer una profunda inspiración.

—A ver, amor… Quizás lo mejor es que te concentres en…

Y entonces me golpeó, así, fulminante como un relámpago: mi chico estaba leyendo, pero ¿qué estaba leyendo? ¿Por qué parecía tan entusiasmado?

—Amor… —dije—: una preguntita… Eh… ¿Qué estás leyendo? No me lo dijiste.

Él abrió mucho los ojos.

—¿No te lo dije? Es un libro de un señor que escribe sobre cosas interesantes.

Fruncí el ceño.

—¿Qué señor? ¿Cómo se llama?

—Espera… Se llama… Sí: Walter Riso —dijo con una sonrisa de orgullo.

Lo abracé antes de decirle, con mucha lentitud:

—Ay, amor…

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