El teléfono repicó justo cuando
terminaba de servirme la penúltima taza de café. El reloj de la cocina señalaba
9:49 pm. Fruncí el ceño mientras caminaba hasta el aparato, preguntándome quién
podía estar llamando a esa hora tan silenciosa. Levanté el auricular con
impaciencia:
—¿Aló? —dije—. Aló.
—Estoy agotada —dijo ella—; pero
al menos ya resolví lo de las flores. Ahora voy contigo.
Sonreí. Era Vanessa, mi amiga de
la universidad. Lo curioso es que había estado pensando en ella más temprano,
justo después de cenar, indeciso sobre llamarla o no. Y aquí estaba.
—Te llamé con el pensamiento —dije—.
Tenía ganas de llamarte, pero no lo hice.
—No, no lo hiciste —dijo ella
con un falso acento de molestia—; siempre te olvidas de mí.
—No inventes. Sabes que no.
—Sabes que sí; por eso sé que no
vas a decir que no a lo que voy a pedirte.
—Ay, Dios…
—¡Nada! Di que sí.
—Depende.
—Ay, di que sí y ya —insistió
ella, ahora con voz quejumbrosa—. Sabes que el viernes es mi cumpleaños.
—Er… Ah… Sí, claro.
—Eres el peor. Ni siquiera te
acordabas.
—Sorry, querida; he estado full con algunas correcciones y no tengo
cabeza para más nada.
—Yo sé —dijo ella—. Andamos igual.
Cuando no es una vaina es otra. Típico, pues.
—Bueno, al menos todavía podemos
hablar… ¿Tuviste buen día?
—Ni me hables de eso. Estoy agotadísima.
Tuve que ocuparme de las flores y encargar las mesas y las sillas. Lo bueno es
que mi amiga Cecilia, ¿la chef?, va a encargarse de la comida. Me dijo que
sería mi regalo de cumpleaños. Y hablando de regalos, quiero que vengas a mi
fiesta. Es lo único que quiero: que puedas venirte el viernes y asistas a mi
fiesta. ¿Sí? No quiero regalos, no quiero más nada; sólo que vengas a la
fiesta. Si quieres te paso buscando por La Encrucijada.
—Pues… ¿El viernes?
—Yo sé que te estoy avisando con
muy poco tiempo, pero apenas me decidí hoy. Tú sabes que no iba a hacer nada,
ya para qué; pero desde ayer se me metió la idea de hacer algo pequeño, algo
íntimo, sólo veinte personas, una comida y tragos. ¡Es mi cumpleaños, coño!
Solté la risa.
—Créeme —dije—: eso no te lo
discuto. Sólo que la idea de no hacer nada era tuya.
—Yo sé, yo sé; pero cambié de
idea hoy. Estoy sobresaturada con los problemas del país, las medicinas para mi
abuela, el rollo de la comida, la inseguridad, el trabajo de Rodrigo, mi mamá
que insiste en ser parte del problema y no de la solución; y encima, para
rematar, Melissa no podrá venir porque tiene cita para entregar sus papeles
allá. Entonces, ni modo que pierda la oportunidad. Ayer hablamos y le dije que
no se preocupara.
—Pero, ¿estaba bien?
Imaginé a Vanessa asintiendo con
énfasis.
—Sí, sí, sí… ¿Quién coño va a
estar mal en París? Jodidos estamos nosotros…
Mi amiga bromeaba, ambos lo
sabíamos; pero al mismo tiempo, casi imperceptible, debajo de la sonrisa, había
un acento camuflado de amargura. ¿O podía ser cansancio? Me pregunté si sería
prudente averiguarlo en ese momento o esperar hasta que nos viéramos durante el
fin de semana.
—Por favooooor —dijo ella—, dime
que vas a venir… Por favooooor….
Suspiré.
—Sí, supongo que sí. ¿Invitaste
a Sergio y a Carola?
—¡Claro! Es un grupo pequeño, ya
te lo dije.
—Ajá, pero, ¿tendrías la
amabilidad de pensar en los demás? Yo sé que es tu cumpleaños, y todo eso, pero
invitar a más gente gay a tu reunión la haría mucho más atrayente. Eso de
invitar puras parejas heterosexuales atenta contra la extensión de mi celibato.
¡No me ayudas!
Los dos reímos.
—Créeme, yo estoy en la misma. Mejor
no hablemos de eso.
—Sí, marica, pero al menos tú
tienes esperanza de encontrarte con Rodrigo a finales del mes y recuperar el
tiempo perdido. Jodido estoy yo… Por cierto, ¿cómo va eso?
Escuché que Vanessa hizo una
inspiración profunda y prolongada.
—Ahí —dijo—. Ya queda poco.
—¿Todavía trabajando?
—Claro. En vista de que no nos
veríamos en enero, como lo teníamos planeado, acordamos que agarraría el
trabajo en Marsella para reunir más dinero, porque el apartamento comerá mucho
dinero, y tú sabes cómo son los precios allá.
—Bueno, pendeja, pero es una
perspectiva bonita. Créeme que me alegro por ti. No todo va a salir mal. De vez
en cuando el destino nos regala una sonrisa. Y ese carajo parece un buen
hombre.
La voz de mi amiga se dulcificó:
—Nunca me habían hecho sentir
tan especial.
Me reí.
—Bueno, marica, ya a tu edad…
Estabas a punto de que te dejara el último autobús.
—Estúpido… Entonces, ¿sí vienes?
Dejé que transcurrieran un par
de segundos antes de responderle.
—Sí, yo creo que sí. 90% que sí.
—¿Te vienes temprano?
—Lo más probable. Llamaré a
Sergio o a Carola para pedirles que me pasen buscando por Lomas del Este y
llego con ellos. ¿O me necesitas antes?
—No, no, tranquilo. Ya adelanté
casi todo hoy. Para el viernes sólo quedan pendientes una que otra pendejada…
¿Sabes algo?
—¿Qué?
—Me da nota que puedas venir. Yo
sé que estás full, y el tema país no ayuda con el rollo del efectivo y la
escasez y toda esa vaina; pero me hace falta verte, hablar paja un rato,
abrazarnos.
—Yo lo sé —dije—. Yo lo sé.
—No pido mucho —soltó otro
suspiro—. Quiero regalarme una noche con mis amigos, beber un poco, comer bien,
reírnos un rato, tomarnos fotos, sentir que estamos juntos…
—Querrás decir con los pocos que
quedamos…
—¡Es que no te lo dije! Tú eres
el único amigo gay que me queda. Ya todos los demás se han ido. ¿Te dije que
Andrés se fue a Houston? Y tú sabes que Ricardo y Miguel se quedaron en Nueva
York. Ya las niñas comenzaron en la escuela. Están bellísimas.
—¿Podemos no hablar de tus
amigos gais aburguesados? Me siento ofendido.
Vanessa se rió con confianza.
—A ti lo único que te ofende,
marico, es que ya vas quedando de último.
—¡No! Si te pones a ver, tus
fiestas de cumpleaños se parecen ahora a cualquiera de las novelas de Agatha
Christie: cada vez quedan menos y menos personajes en la trama.
Nos reímos juntos.
—¡De pana, marico! Si me pongo a
ver las fotos que tomamos siempre a la medianoche, donde aparecemos todos, es
como si en cada foto han ido desapareciendo dos o tres por año. No había
pensado en eso.
Y de pronto dejamos de reírnos. No
sé qué cruzó por su cabeza, pero yo asimilé la idea de que podría ser la última
fiesta donde estuviésemos todos juntos; los que quedamos, al menos. En un par
de meses, cuando los papeles estén firmados y sellados, nada la retendrá aquí. Me
pregunté dónde podríamos estar el año próximo, en marzo del año próximo. Cuántos
de nosotros, del viejo grupo universitario, quedaríamos aún en Venezuela. Le dije
a Vanessa que al paso que íbamos, el año entrante tendríamos que organizar una
fiesta de cumpleaños a través de Skype o algo similar, para que todos
pudiésemos asistir. Los dos volvimos a reír, pero sólo porque la alternativa
del silencio resultaba un tanto incómoda. Vanessa respiró profundo.
—En fin —dijo—. ¿Sí vendrás?
—Claro, querida. Cuenta conmigo.
—¿A las 9:30 pm?
—A las 9:30 pm.
2 comentarios:
Me encanta! Soy fan!
Me encantan tus relatos Luis, no se si se dice asi pero me encantan!
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