5 de abril de 2018

Ascensor.



Las puertas del ascensor se abrieron en el piso 5. Adentro, junto a la hilera vertical de números, el presidente de la junta de condominio. En el rincón opuesto, una señora de largos cabellos negros que me costaba identificar. Saludé antes de unirme a ellos en el trayecto descendente.
—¿Cómo estás, Luisito? —saludó él—. ¿Cómo está tu papá?
Sonreí.
—Bien, bien —dije—; anoche vinieron a visitarme.
—¿Ajá? Deben estar muy contentos, por lo de Costa Rica.
—¡Sí! Bastante. Casi tiraron serpentinas.
—Pero —siguió mi vecino— él es un muchacho. Tiene, ¿qué?, ¿38 años?
—No lo sé. No estoy seguro. Pero es preferible eso a la alternativa. Mi hermana y su esposo estaban asustadísimos. ¿Tú te imaginas? ¿Quién aguanta a un evangélico homofóbico en el gobierno?
Mi vecino apartó la mirada de los números que cambiaban con lentitud encima de las puertas del ascensor y la fijó en mí. Encontré curiosa su forma de mirarme. Tal vez quiso decir algo más, pero no se atrevió delante de la mujer que descendía con nosotros. Hubo una pausa bastante peculiar, como si nos hubiésemos detenido antes de tiempo. Él dejó caer la vista al piso y carraspeó. Llegamos a la planta baja y me aparté para dejar salir a la mujer del rincón. Siempre he tratado de ser lo más amable y respetuoso que puedo con las mujeres. Ella dijo:
—Gracias.
Y salió del ascensor. Justo en ese momento busqué los ojos de mi vecino para despedirme y me agarró del brazo:
—¿Tú eres loco?
Lo miré asombrado.
—¿Por qué? —dije—. ¿Qué pasó?
—Coño, ¿no te diste cuenta de quién era la señora?
Lo miré con un asombro acentuado.
—No. ¿Quién es? Sé que la he visto antes, pero no recuerdo de dónde…
—Coño, chico; ésa es la esposa del pastor evangélico que vive en el piso 9.
Fuck!

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