Animado por mis vecinos en la fila, que se han agrupado en torno a mí, sigo leyendo fragmentos en voz alta. Parece que a todos les gusta porque ninguno me interrumpe. Es una sensación muy peculiar leer para los otros, en plena calle, apoyado contra la pared de vidrio del banco, porque son caras desconocidas que tal vez no volveré a ver de nuevo; pero me resulta estimulante. La fila avanza con lentitud y al final logramos penetrar al banco. Nos separamos. Me lleva casi una hora hacer mis depósitos. Al terminar, de camino hacia la puerta, una mano me sujeta por el brazo. Es una señora sonreída que se disculpa por el atrevimiento, pero quiere anotar los datos del libro para ver si lo consigue. Le sonrío de vuelta antes de ofrecerle el ejemplar que tengo aún en la mano. Ella anota todo en una agenda pequeña, con letra diminuta. Intercambiamos otra sonrisa y salgo a la calle, con la certeza de que si nos propusiéramos compartir nuestras lecturas en las filas que nos agobian quizás, sólo quizás, las esperas no serían tan monótonas y belicosas. Sólo quizás.
"Me olvido de gozar de lo que poseo, de mis increíbles tesoros. Vuelvo a viajar, emocionalmente, incansable, mientras quede terreno por descubrir, vidas por vivir, hombres por conocer. Qué locura. Quiero hallar la dicha. Quiero detenerme y gozar de la vida. Este será el diario de mi goce". Anaïs Nin
10 de abril de 2018
Lectura callejera.
Animado por mis vecinos en la fila, que se han agrupado en torno a mí, sigo leyendo fragmentos en voz alta. Parece que a todos les gusta porque ninguno me interrumpe. Es una sensación muy peculiar leer para los otros, en plena calle, apoyado contra la pared de vidrio del banco, porque son caras desconocidas que tal vez no volveré a ver de nuevo; pero me resulta estimulante. La fila avanza con lentitud y al final logramos penetrar al banco. Nos separamos. Me lleva casi una hora hacer mis depósitos. Al terminar, de camino hacia la puerta, una mano me sujeta por el brazo. Es una señora sonreída que se disculpa por el atrevimiento, pero quiere anotar los datos del libro para ver si lo consigue. Le sonrío de vuelta antes de ofrecerle el ejemplar que tengo aún en la mano. Ella anota todo en una agenda pequeña, con letra diminuta. Intercambiamos otra sonrisa y salgo a la calle, con la certeza de que si nos propusiéramos compartir nuestras lecturas en las filas que nos agobian quizás, sólo quizás, las esperas no serían tan monótonas y belicosas. Sólo quizás.
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