14 de mayo de 2018

Colección DeBolsillo Contemporánea.



Creo que fue en la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo. Había un mesón enorme donde estaban expuestos los diferentes volúmenes. Muchos volúmenes, de acuerdo a mi golosa memoria. Pero no logro recordar cuál era la editorial que estaba encargada de aquella muestra. Toda mi atención estaba puesta en el arte de las distintas portadas que diferenciaban a un autor del otro. Era la primera vez que me fijaba en la Colección Contemporánea de la editorial DeBolsillo. No voy a engañarlos ni a engañarme a mí mismo al inventar nombres para llenar ese lejano mesón en mi memoria, pero me atrajo la portada de uno de aquellos libros. Era de Philip Roth: Zuckerman encadenado. Varias teclas calcinadas de una máquina de escribir. Un rectángulo amarillo con el nombre del autor y el título de la novela. Y ese pequeño rectángulo se repetía en todas las portadas, algunas veces más arriba y otras un poco más abajo. Parecía el sello distintivo de la editorial. Me parece que a partir de ese momento busqué con una mirada entrenada ese pequeño rectángulo en las portadas o el doble color (amarillo y negro) de los lomos de la colección. Con el paso del tiempo aprendí a identificar con un rápido vistazo cualquier título de DeBolsillo en medio de una torre de libros. Algunos títulos llegaron con facilidad. Ciertos autores también. Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar parecía repetirse bastante, o Boquitas pintadas de Manuel Puig. Relatos de mar y tierra de Álvaro Mutis o Tratado de las pasiones del alma de António Lobo Antunes. El viejo y el mar de Ernest Hemingway fue otro de los volúmenes que encontré durante mis primeras búsquedas. Más adelante comprendí que cada autor tenía su arte particular para las portadas. Así, por ejemplo, los libros de Lobo Antunes presentaban distintas series de azulejos portugueses detrás del rectángulo acostumbrado. Los títulos de Alberto Moravia explotaban en tonos amarillos con una figura central en blanco y negro. Los de Salman Rushdie y V. S. Naipaul utilizaban coloridas ilustraciones hindúes. Todos los de J. M. Coetzee eran en blanco y negro. Y todos los de Franz Kafka mostraban diferentes retratos del autor austrohúngaro. Sobre la marcha también descubrí una particularidad adicional. No se trataba solamente de uno o dos volúmenes por autor, sino que algunos de ellos parecían gozar del raro privilegio de que publicaran muchas de sus obras dentro de la colección. Con el paso de los años se desarrolló en mí una ansiedad obsesiva por estos libros. Algunas veces me sentía como un niño que gastaba lo que tenía y lo que no tenía en sobres de barajitas para llenar su álbum. Supongo que los que pertenecen a las generaciones pre-digitales pueden comprenderme mejor.
Un vicio literario. No pude parar. Y es que la gente de la editorial parecía haber escogido un abanico de autores imprescindibles para la colección Contemporánea: Gore Vidal, Cormac McCarthy, W. Somerset Maugham, Katherine Mansfield, Toni Morrison, César Aira, Elfriede Jelinek, F. Scott Fitzgerald, D. H. Lawrence, Elias Canetti, Iris Murdoch, Christopher Isherwood, Saul Bellow, Amos Oz, Hermann Broch, Javier Marías, Truman Capote, Susan Sontag, Cees Nooteboom, W. B. Yeats, Ambrose Bierce, Doris Lessing, Simone de Beauvoir, Dylan Thomas, Dorothy Parker, Graham Greene, Gabriel García Márquez e incluso los 7 tomos separados de la gran novela de Marcel Proust: En busca del tiempo perdido. Ahora los reto a ponerse en mi lugar. Por favor, ¿cómo podía evitar entregarme en cuerpo y mente a esta búsqueda silenciosa y entusiasta?
Visitar librerías, tiendas de libros de segunda mano, sitios web de venta de libros usados, asistir a cuanto cambalache de libros se atravesara, viajar en autobús a otras ciudades porque un amigo allá creyó haber encontrado una librería con muchos de “esos libros raros que tú buscas” (y estar en lo cierto y gastar incluso parte del pasaje de regreso porque era como haber encontrado la veta madre), prestar atención a las bibliotecas de los amistades literarias y rogar e insistir para que acepten algún intercambio o venta si poseen un título que yo no tuviera (me ha tocado mostrarme impertinente), fastidiar a mi padre porque viajaría a otro país y entregarle una lista con títulos y las direcciones de diferentes librerías; pero también las inesperadas sorpresas de que una amiga que vive en Nueva York te avise que vendrá al país y sin preámbulos te pregunte cuál título de la colección necesitas.
Debe ser por eso que me alegró muchísimo recibir el mensaje de mi querida amiga Olga Colmenares para avisar que estaría por poco tiempo en Caracas y para preguntarme (con foto de por medio) si tenía esos títulos en mi colección. Fue una sorpresa monumental porque a estas alturas ya tiendo a tirar la toalla. Lo que quiero decir es que dada la situación del país, el cierre de muchas librerías, la reedición de la colección en otro formato (porque la que me empeciné en reunir está descontinuada desde el 2007), y regresar con las manos vacías en cada intento, no ayuda mucho a mantener el entusiasmo burbujeante. Pero no me malinterpreten, sigo siendo un idealista empedernido y creyendo que una sorpresa se esconde detrás de cada esquina. Y la querida Olga me lo acaba de confirmar. Mi sonrisa fue mayúscula. De nuevo la sensación de sentirme como un niño en la mañana de Navidad. A ella se lo agradecí ya, pero aprovecho para reiterárselo por aquí, porque por más que insista, jamás podré agradecérselo lo suficiente. Es un hermoso gesto que ha significado mucho para mí, especialmente porque se relaciona de forma directa con mi colección DeBolsillo.
Yo supongo que a estas alturas, si han leído hasta aquí, entenderán mejor mi tornillo flojo en lo que se refiere a los títulos de la colección Contemporánea de la editorial DeBolsillo. Ahora, de vez en cuando, me siento frente a la pantalla de la laptop y busco en Google imágenes de las portadas de los libros que no tengo. Es como pararse frente a una vidriera de exhibición sin tener una moneda en el bolsillo. Sólo mirar y apoyar la frente contra el vidrio. La mayoría de los libros que veo están en oferta en otros países. Un amigo de Bogotá me comentó en una oportunidad que allá hay una librería vieja que se especializa en los títulos de esta colección, es decir, que sólo vende libros de DeBolsillo. Sentí que se me aguaron los ojos cuando me lo dijo. Pero yo insisto. Y aquí me tienen, echándoles un cuento enrevesado sobre un regalo literario que no esperaba y el desarrollo de una obsesión que se resiste a abandonarme a pesar de la crisis que me rodea. Como colofón de la historia, me animo a compartir con ustedes la dirección de una cuenta en Instagram que abrí para colgar las portadas de los libros que iba consiguiendo. Paré allí en 275, pero gracias a Olga alcanzo la cifra de 279 ejemplares. Y me parece que no es una cifra desdeñable. No, señor. Nada desdeñable.

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