12 de febrero de 2019

Otra vuelta alrededor del sol.




Intento mirar por encima del hombro, hacia el adolescente que fui, el muchacho de 15 o 16 años que comenzaba a enfrentarse al mundo. Mis amigos. Las calles de mi pueblo. Las dudas. El primer beso. La primera relación sexual. Las primeras madrugadas de confidencias y tragos de anís. ¿Qué imaginaba entonces del hombre que sería a los 45 años? ¿Lo imaginaba siquiera? ¿Me detenía a pensar en ello? Creo que no. Me sentía tan inmerso en el momento presente, en la inmediatez de las vivencias, que sólo prestaba atención a lo momentáneo, al instante que ya se evaporaba en la punta de mis dedos. ¿Fui feliz? Me atrevería a decir que sí. Como suelen decir nuestros mayores: era una época muy diferente, muy relajada, muy irresponsable, sin conexión a la Internet y sin teléfonos inteligentes. Hablábamos. Conversábamos. Nos mirábamos a los ojos. Y reíamos bastante. Cualquier breve pensamiento que pudiera pasar por mi cabeza, acerca de una edad madura, estaba relacionada con vejez, con achaques, con conservadurismo, con mis padres y los padres de mis amigos. Nosotros éramos jóvenes, y nada más importaba.

Ahora cumplo 45 años. Una cifra muy particular para mí. 45 y 45 suman 90. Creo que una vida de 90 años es una vida bien vivida, mirándolo desde un punto de vista temporal. 90 años no son cualquier cosa. Hay un arco extenso en todas esas décadas acumuladas. Así, visto así, siento que acabo de comenzar entonces la segunda etapa de mi existencia. Las amistades con quienes he hablado de esto no han comprendido bien lo que intento decir. Creen que asumo una vejez prematura, entienden erróneamente que me siento en el umbral de la tercera edad, malinterpretan mi reflexión como si me despidiera de un tiempo alegre para tirarme de cabeza en un declive paulatino hacia la madurez; y no es así. Nada más lejos de eso. Lo que he tratado de explicarles es que tengo la impresión de haber alcanzado un punto medio, una bisagra, una encrucijada. A partir de aquí es como si acabara de graduarme del liceo.

Los primeros 45 años representan un tiempo de fermentación, de ebullición, de aprendizaje, de ejercicios, de experimentos, de ensayos y errores consecutivos, de probar y degustar a mi antojo (porque no he sido obligado a nada: asumo las consecuencias). Ahora, los siguientes 45 años simbolizan la etapa de la cristalización, de la concreción, del cumplimiento de mis proyectos, de las manos ocupadas en lo que me apasiona y en lo que me entusiasma; a partir de este punto comienzo a alejarme poco a poco de la circularidad de ciertos errores, de la incapacidad para llevar ciertos asuntos a cabo, de la mirada alzada para ver a la vida de frente. Todo esto puede parecer simplista, tonto, rebuscado, fútil, necio, sacado de un viejo libro de autoayuda; pero se trata de mi vida, y este planteamiento me gusta porque me brinda la oportunidad de comenzar de nuevo sin el temblor juvenil en las manos y en los labios.

Estoy orgulloso de mi edad, de mis 45 años. No me arrepiento de nada de lo que hice ni de lo que dije ni de lo que callé ni de lo que dejé de hacer. Fueron mis decisiones. En uno u otro punto pedí ayuda y consejo, pero la decisión final siempre ha sido mía, por desastroso que fuese el resultado. ¿Sufrí? Sí. ¿Me equivoqué? Bastante. ¿Cometí errores? Por supuesto. Pero al atreverme a mirar con detenimiento todas esas escenas que se superponen y caen como las piezas alineadas de un dominó, me siento satisfecho del resultado. Todas esas buenas o malas escogencias me han traído a este momento, a estar parado sujetando el pomo de una puerta que ya se abre. Ignoro qué hay detrás de esta puerta, pero me atrevo a sonreír, a esperar lo mejor, a ver el vaso medio lleno. Los primeros 45 años me han preparado para este momento. Avanzo.

Y avanzo con la certeza de aferrar en mi mano algunas certidumbres: lo más probable es que los próximos 45 años pasen con la misma velocidad de los primeros, así que me he propuesto no perder el tiempo con tonterías. Concentrarme en lo importante, en lo que capten mis sentidos, en el asombro ante lo que el universo pudiera ofrecerme. Quiero buscar el éxtasis de las relaciones nutritivas, las charlas estimulantes, las risas espontáneas, la poesía, las lecturas por hacer, las relecturas pendientes, el movimiento de mi cuerpo, los orgasmos enriquecidos por la experiencia, la seguridad para alejarme de la gente vacua con la rapidez de un parpadeo. Quiero aprender más. Quiero descubrir más. Quiero conocer más. Tengo mucho apetito acumulado. Hoy me siento agradecido por toda la gente con la que he cruzado mis pasos: cada uno de ellos, cada uno de ustedes, por muy breve que haya sido nuestro intercambio, me ha dejado algo valioso: una mirada tangencial, un punto de vista lateral, una historia diferente y fecunda. Hoy les agradezco por todo lo que me han entregado, voluntariamente o no. Eso es lo que llevo conmigo al cruzar la puerta de los siguientes 45 años.

Gracias. Mil gracias por la primera mitad de este sustancioso viaje.

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