Intento asir el momento preciso en que mis manos se aferraron a este libro y decidí pagarlo en la librería. Fue durante mi estancia en Bogotá y la voracidad con la que compraba títulos de la editorial Anagrama. Me atrajo la reseña de la contraportada, eso también lo recuerdo. Hoy agradezco que el destino me permitió hacer aquel último viaje en circunstancias normales, antes de la pandemia, y regresar a casa con los bolsos llenos de libros para mi biblioteca. Viva se mantuvo allí, inmóvil, silenciosa, esperando su momento. Y ha sido un buen momento.
Disfruto mucho cuando una lectura me atrapa de esta forma. Leí mientras comía, en la cola para reponer gasolina o antes de dormir. No pude soltarlo. Me sorprendió su forma, su estilo; y a través de la lectura una sola palabra se mantuvo en la punta de mi lengua: híbrido. Este libro, para mí, es una hibridación, una rara mezcla de novela, biografía, crónica, recuento histórico; no lo sé con certeza, y la verdad es que no me importa, porque lo que sí me interesa es la fascinación que sentí mientras lo leía.
Patrick Deville se las ingenia, con mucha rigurosidad, para establecer ciertos paralelismos entre las vidas de León Trotski y Malcolm Lowry durante la estancia de ambos en México. Pero no se detiene en esa idea inicial, sino que va tejiendo con mucha destreza una inmensa telaraña donde los hilos se cruzan y se superponen para dar cabida a otras figuras tangenciales, formando una maravillosa constelación de nombres y situaciones históricas que me sedujo hasta el final: Diego Rivera, Frida Kahlo, Tina Modotti, David Alfaro Siqueiros, Arthur Cravan, Antonin Artaud, D. H. Lawrence, André Breton, Ramón Mercader, Graham Greene, José Clemente Orozco, Augusto César Sandino; pero también arroja pequeños haces de luz hacia el presente, a través de sus encuentros con Mario Bellatin, Margo Glantz o Juan Villoro, y deja que se asomen tangencialmente Álvaro Mutis o Gabriel García Márquez o Ernesto Guevara, y yo me atrevo a pensar un poco más allá, en Fernando Vallejo, en Leonora Carrington, en Georgia O’Keeffe, en Remedios Varo, o en Ambrose Bierce.
Y me quedaba absorto pensando en México, esa tierra deslumbrante de contrastes que ha aglutinado a tantas personas y mentes fuera de lo corriente a lo largo de la historia. Y ahora Gisela Kozak está allí, junto a José Urriola y Fedosy Santaella, admirables escritores venezolanos, como si fuese un país convertido en un enorme imán, un faro palpitante alrededor del cual navegan pensamientos y obras interesantes. Lo curioso es que durante mucho tiempo he sentido atracción por el París del periodo de entreguerras, porque se aglutinó en esa ciudad una colosal y poco común mixtura de personajes y vanguardias artísticas y literarias como no ha sucedido igual antes o después; pero ahora descubro que también México ha tenido esa misma significación, ese temblor bajo la tierra, esa efervescencia y ebullición para fermentar y cristalizar a muchos otros.
Hablé de este libro con un par de amigos mientras hacíamos la cola para reponer gasolina, y uno de ellos mencionó la novela El hombre que amaba los perros, de Leonardo Padura, como una contraparte de la lectura que yo estaba haciendo. También pensé en la biografía novelada que Elena Poniatowska escribió sobre Tina Modotti, o la lujosa edición del Diario de Frida Kahlo que mi amiga Pachy me había conseguido en Ciudad de México muchos años atrás. Son como intersecciones en esta inmensa telaraña. Sonreí antes de decidir detenerme un tiempo aquí, en hacer estas lecturas sucesivas, en enfrentarme a este juego de espejos a través de cada uno de esos libros, y respiré profundo, agradecido por esta oportunidad.
Me detengo un momento para pensar en el fotógrafo Edward Weston y en Sergei Eisenstein. Más hilos en esta inmensa telaraña que me sigue cautivando. Habría querido escribir una nota más literaria, acerca de la técnica o los entresijos del libro, pero soy un lector, no un crítico literario. La mejor sorpresa ha sucedido ya casi cerca del final, cuando descubrí que la editorial Anagrama también había publicado otros cuatro libros del mismo autor: Ecuatoria, Peste & Cólera, Pura vida y El catalejo. Y entonces mi querido amigo Enrique, entusiasmado por la admiración con la que yo le contaba sobre mi lectura, tuvo la enorme gentileza de escudriñar en la Internet y enviarme a mi correo electrónico una versión digital de estas novelas-viajes.
Apenas estoy comenzando dentro del universo de Patrick Deville, pero sé que lo disfrutaré en cada vuelta y descubrimiento de este largo desplazamiento literario. Si no han leído algo de este autor, me tomo el atrevimiento de recomendárselos ampliamente. Creo que no saldrán decepcionados.
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