2 de enero de 2010

Las medidas de la escritura.

Encontraba difícil regresar a las páginas pospuestas debido a la distancia que me separaba de ellas; otras historias me alcanzaron, generando ideas convulsas, atractivas, interesantes, pero era necesario volver, reconciliarme con ellas. Me senté con la mejor disposición, intentando reconocer los puntos blandos, gelatinosos, allí donde debía concentrar mis esfuerzos para brindarle una consistencia ideal, y creo que lo he logrado. Se trató, más que todo, de un feliz reencuentro con personas ficticias y situaciones irreales; también tuve que buscar entre la madeja para hallar el hilo conductor que sostiene la linealidad de la trama, porque sin eso, no existiría historia, progresión, conjunto narrativo. Creo que lo logré.

Me sentí extraño, debo confesarlo. Tenía ante mí múltiples situaciones, personajes protagonistas y secundarios, incluso algunos que apenas cruzaban con velocidad, sin peso, pero no sin importancia; debí concentrarme en delinear una vez más las aristas, los pliegues dentro del relato, para separar y volver a unir, despejar y juntar de nuevo, todo con la intención de concentrar esfuerzos y llevar el bote literario a través de la tormenta de ideas y recuerdos, hasta alcanzar un puerto seguro desde donde poder continuar la travesía que inicié tanto tiempo atrás.

En determinado punto, sin proponérmelo, descubrí que la tarea narrativa guarda mucha similitud con el trabajo arduo de quien trabaja con telas, diseños, patrones; porque es importante la disciplina, la concentración, el silencio. Sé que mi juego de analogías es aventurado, pero así funciona la mente humana: encuentra diferencias y contrapesos en los lugares menos esperados. Así que me quedé absorto frente al desorden ordenado de páginas, historias, anécdotas, como si se tratara de telas con tonalidades intensas, superficies rugosas, estampados multicolores. Y sonreí.

La vida es un círculo. Me resultaba curioso porque en algún punto, muchos años atrás, siendo adolescente, sentí cierta inclinación hacia el diseño de modas, la confección teórica de una posibilidad, otra veta artística que quedó inexplorada en función de escoger una carrera menos turbulenta, más sosegada; pero la magia quedó allí, eso lo recuerdo. También existió una carpeta llena de bocetos que quedó en las manos de una amiga cuyo nombre me elude ahora. Tal vez, si hubiese seguido mis inclinaciones entonces, hoy estaría alejado de la escritura; es una sustitución que no me incomoda: la inspiración sigue estando allí, la creación, el trabajo arduo para alcanzar un resultado vistoso, interesante, mágico. Se trata de ensamblar con fragmentos un todo homogéneo, compacto. No hay mucha diferencia.

Contemplé mi escritorio con una mirada paralela, tangencial, como si pudiera reorganizar los colores y texturas en función de un resultado satisfactorio, coherente, lúcido, funcional. Y hundí las manos entre las hojas, expulsando, sustituyendo, guiándome por un patrón imaginario, dando puntadas precisas para sostener las uniones entre capítulos, pinchando mis dedos en más de una ocasión con algún personaje reacio; fue un ejercicio arduo y placentero. Supe que podía crear cuantas interpretaciones quisiera, como si jugara con las telas para obtener distintas variaciones de un mismo traje.

El resultado final está lejos de ser satisfactorio, pero logré encontrar la forma ideal para acercarme al trabajo. Todo lo que queda es seguir cosiendo, superponiendo, quitando, y dar unos pasos hacia atrás para visualizar el progreso. Porque es importante que disfrute con el resultado, asuma una postura lúdica, poco académica, y así tropezar (si es posible) con otras combinaciones que resulten inspiradoras. Es sencillo; es coser y cantar.

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