Intento mirar por encima del hombro, hacia el
adolescente que fui, el muchacho de 15 o 16 años que comenzaba a enfrentarse al
mundo. Mis amigos. Las calles de mi pueblo. Las dudas. El primer beso. La
primera relación sexual. Las primeras madrugadas de confidencias y tragos de
anís. ¿Qué imaginaba entonces del hombre que sería a los 45 años? ¿Lo imaginaba
siquiera? ¿Me detenía a pensar en ello? Creo que no. Me sentía tan inmerso en
el momento presente, en la inmediatez de las vivencias, que sólo prestaba atención
a lo momentáneo, al instante que ya se evaporaba en la punta de mis dedos. ¿Fui
feliz? Me atrevería a decir que sí. Como suelen decir nuestros mayores: era una
época muy diferente, muy relajada, muy irresponsable, sin conexión a la
Internet y sin teléfonos inteligentes. Hablábamos. Conversábamos. Nos mirábamos
a los ojos. Y reíamos bastante. Cualquier breve pensamiento que pudiera pasar
por mi cabeza, acerca de una edad madura, estaba relacionada con vejez, con
achaques, con conservadurismo, con mis padres y los padres de mis amigos.
Nosotros éramos jóvenes, y nada más importaba.
Ahora cumplo 45 años. Una cifra muy
particular para mí. 45 y 45 suman 90. Creo que una vida de 90 años es una vida
bien vivida, mirándolo desde un punto de vista temporal. 90 años no son
cualquier cosa. Hay un arco extenso en todas esas décadas acumuladas. Así,
visto así, siento que acabo de comenzar entonces la segunda etapa de mi
existencia. Las amistades con quienes he hablado de esto no han comprendido
bien lo que intento decir. Creen que asumo una vejez prematura, entienden
erróneamente que me siento en el umbral de la tercera edad, malinterpretan mi
reflexión como si me despidiera de un tiempo alegre para tirarme de cabeza en
un declive paulatino hacia la madurez; y no es así. Nada más lejos de eso. Lo
que he tratado de explicarles es que tengo la impresión de haber alcanzado un
punto medio, una bisagra, una encrucijada. A partir de aquí es como si acabara
de graduarme del liceo.
Los primeros 45 años representan un tiempo de
fermentación, de ebullición, de aprendizaje, de ejercicios, de experimentos, de
ensayos y errores consecutivos, de probar y degustar a mi antojo (porque no he
sido obligado a nada: asumo las consecuencias). Ahora, los siguientes 45 años
simbolizan la etapa de la cristalización, de la concreción, del cumplimiento de
mis proyectos, de las manos ocupadas en lo que me apasiona y en lo que me
entusiasma; a partir de este punto comienzo a alejarme poco a poco de la
circularidad de ciertos errores, de la incapacidad para llevar ciertos asuntos
a cabo, de la mirada alzada para ver a la vida de frente. Todo esto puede
parecer simplista, tonto, rebuscado, fútil, necio, sacado de un viejo libro de
autoayuda; pero se trata de mi vida, y este planteamiento me gusta porque me
brinda la oportunidad de comenzar de nuevo sin el temblor juvenil en las manos
y en los labios.
Estoy orgulloso de mi edad, de mis 45 años. No
me arrepiento de nada de lo que hice ni de lo que dije ni de lo que callé ni de
lo que dejé de hacer. Fueron mis decisiones. En uno u otro punto pedí ayuda y
consejo, pero la decisión final siempre ha sido mía, por desastroso que fuese
el resultado. ¿Sufrí? Sí. ¿Me equivoqué? Bastante. ¿Cometí errores? Por
supuesto. Pero al atreverme a mirar con detenimiento todas esas escenas que se
superponen y caen como las piezas alineadas de un dominó, me siento satisfecho
del resultado. Todas esas buenas o malas escogencias me han traído a este
momento, a estar parado sujetando el pomo de una puerta que ya se abre. Ignoro
qué hay detrás de esta puerta, pero me atrevo a sonreír, a esperar lo mejor, a
ver el vaso medio lleno. Los primeros 45 años me han preparado para este
momento. Avanzo.
Y avanzo con la certeza de aferrar en mi mano
algunas certidumbres: lo más probable es que los próximos 45 años pasen con la
misma velocidad de los primeros, así que me he propuesto no perder el tiempo
con tonterías. Concentrarme en lo importante, en lo que capten mis sentidos, en
el asombro ante lo que el universo pudiera ofrecerme. Quiero buscar el éxtasis
de las relaciones nutritivas, las charlas estimulantes, las risas espontáneas,
la poesía, las lecturas por hacer, las relecturas pendientes, el movimiento de
mi cuerpo, los orgasmos enriquecidos por la experiencia, la seguridad para alejarme
de la gente vacua con la rapidez de un parpadeo. Quiero aprender más. Quiero
descubrir más. Quiero conocer más. Tengo mucho apetito acumulado. Hoy me siento
agradecido por toda la gente con la que he cruzado mis pasos: cada uno de
ellos, cada uno de ustedes, por muy breve que haya sido nuestro intercambio, me
ha dejado algo valioso: una mirada tangencial, un punto de vista lateral, una
historia diferente y fecunda. Hoy les agradezco por todo lo que me han
entregado, voluntariamente o no. Eso es lo que llevo conmigo al cruzar la
puerta de los siguientes 45 años.
Gracias. Mil gracias por la primera mitad de
este sustancioso viaje.